Los recelos frenan el proceso de paz
La crispación en Irlanda del Norte propicia un aumento del apoyo a los partidos católicos y protestantes más radicales
La crisis en Irlanda del Norte revela la desconfianza que sigue reinando entre los dos bandos, y en particular entre los unionistas. Mayoritariamente protestantes, los unionistas defienden que Irlanda del Norte siga formando parte del Reino Unido y están cada vez más convencidos de que los republicanos (católicos favorables a la unificación de la isla de Irlanda en un solo país) no son sinceros cuando dicen que apuestan por la vía política porque el IRA (Ejército Republicano Irlandés), aunque ha realizado dos simbólicos actos de desarme, no ha destruido todas sus armas, no ha declarado que la guerra ha terminado y no se ha disuelto.
Los republicanos, por su parte, consideran que hacer concesiones sólo ha servido para que los protestantes exijan luego más y más y sigan sin reconocer los esfuerzos del Sinn Fein y del IRA a favor de la paz. A pesar de que las apariencias les señalan, los republicanos niegan todas las acusaciones lanzadas contra ellos por los protestantes el último año: niegan haber fomentado la violencia callejera durante los fines de semana de este verano en el oeste de Belfast; rechazan cualquier relación institucional entre la dirección republicana y las actividades de tres militantes del Sinn Fein en una zona controlada por la guerrilla en Colombia; se desentienden del asalto a los cuarteles de la policía en Castelreagh; y se distancian con la boca más o menos pequeña del presunto espionaje en las oficinas del ministerio de Irlanda del Norte en el Parlamento autónomo de Stormont.
La crisis es la expresión del distanciamiento con que los unionistas viven el proceso de paz
La crisis de estos días es la expresión del creciente distanciamiento con que los protestantes viven el proceso de paz: en parte por todos esos desencuentros y en parte porque cada vez cala más entre ellos el sentimiento de que les va a hacer perder la hegemonía histórica de su comunidad en la provincia.
En el Parlamento de Stormont hay dos grandes partidos de cada comunidad, además de otras formaciones minoritarias. El Partido Socialdemócrata y Laborista (SDLP) de John Hume, ahora liderado por Mark Durkan, identificado como nacionalista, es el mayoritario entre los católicos. Los republicanos del Sinn Fein son el otro gran partido católico.
El Partido de los Unionistas del Ulster (UUP) del ministro principal, David Trimble, es el mayoritario entre los protestantes, por delante del Partido Unionista Democrático (DUP) del reverendo Ian Paisley, el único de estos cuatro grandes partidos que se opone al Acuerdo de Viernes Santo, aunque participa en las instituciones y hasta el pasado viernes tenía dos ministros en el Ejecutivo autónomo.
La creciente hostilidad protestante hacia los acuerdos de paz ha tenido como consecuencia el progreso electoral de los radicales del DUP y el aumento de los enemigos del acuerdo en el interior de los unionistas moderados de Trimble, que desde hace muchos meses amenazan cada vez más de cerca el liderazgo del ministro principal. Al mismo tiempo, la creciente crispación entre ambas comunidades ha favorecido el trasvase de votos de católicos moderados desde el SDLP al más radical Sinn Fein.
La radicalización creciente de los votantes, que por un lado amenaza con reducir el precario apoyo protestante en Stormont a los acuerdos de paz y por otro convertir al Sinn Fein en el primer partido católico, lo que le daría derecho a la vicepresidencia del Gobierno, palpita también en la crisis política de estos días. Al Sinn Fein no le falta algo de razón cuando su líder, Gerry Adams, asegura que esta crisis no es más que 'una farsa política' cuyo objetivo principal es salvar la cabeza del moderado David Trimble.
Muchos analistas consideran que el primer acto de esta crisis se representó hace tres semanas, cuando el ala radical del UUP forzó a David Trimble a fijar un ultimátum, el 18 de enero próximo, como fecha límite para que el IRA realizara un gesto firme a favor de la paz. En caso contrario, los unionistas moderados se retirarían del Gobierno autónomo provocando el bloqueo de las instituciones.
Bajo esa situación de presión política unionista era muy difícil imaginar que el primer ministro Blair y Gerry Adams pudieran pactar la definitiva reforma de la policía de Irlanda del Norte que permitiera al Sinn Fein apoyar públicamente al nuevo cuerpo y, quizás, al IRA declarar acabada la guerra. Al decidir el allanamiento policial de la sede parlamentaria del Sinn Fein el pasado 4 de octubre, 13 meses después de tener los primeros indicios de espionaje de los republicanos, lo que ha hecho el Gobierno de Londres es hacerse con el calendario de la crisis política, a sabiendas de que la furiosa reacción de los unionistas agravaría la crisis hasta el punto de colapsar las instituciones. Pero no son los unionistas o los republicanos quienes las colapsan, sino el propio Gobierno al suspenderlas.
La versión optimista sostiene que, al suspender de manera temporal la autonomía, Londres consigue ganar tiempo para, cuando las brasas de esta crisis se atemperen, negociar con Gerry Adams un acuerdo que permita al Sinn Fein y al IRA realizar el gesto que reclaman los unionistas, pero sin la presión del ultimátum del UUP.
La versión pesimista advierte de que la suspensión puede minar de manera profunda la credibilidad de todo el proceso de la devolución de poderes al Gobierno autónomo, desacreditar definitivamente el proceso de paz entre la comunidad protestante y, en el peor de los casos, favorecer las posiciones de la línea dura en el seno del IRA. Aunque muchos creen que los acuerdos de Viernes Santo no tienen vuelta atrás, la crisis de estos días puede ser aún una oportunidad, quizá la última, para que la línea dura del IRA intente el retorno al infierno de los coches bomba.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.