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Reportaje:

Un ferrocarril singular

El Vasco-Navarro celebra con una exposición en Vitoria los 75 años de su apertura definitiva

Cualquiera que se acerque hoy por Bergara, Oñati, Santa Cruz de Campezo o Estella puede rastrear alguna de las huellas que el ferrocarril Vasco-Navarro dejó en sus escasos 40 años de vida. Eso, sin olvidar los túneles, viaductos y trazados que todavía se conservan de la que fue una de las más decididas empresas de conectar los centros fabriles guipuzcoanos y vizcaínos con la Llanada y la Montaña alavesa y, más allá, Navarra.

Una exposición, que se presenta en la sala del Gobierno vasco de Vitoria (San Prudencio, 8), recuerda aquel trazado que tiene sus primeros apuntes en la segunda mitad del siglo XIX, con el intento de Joaquín y Juan José Herrán de enlazar Bilbao y Vitoria por vía férrea. Si ahora parece que la construcción de la Y ferroviaria vasca es una quimera; en aquel tiempo, el Vasco-Navarro llegó a desesperar a más de uno. Entre la propuesta de los Herrán y la inauguración del tramo final transcurrieron casi 50 años.

Fue el 23 de septiembre de 1927 cuando se abrió a público la sección Vitoria-Estella. Antes habían comenzado a funcionar algunos servicios entre la capital vasca y Guipúzcoa, de tal modo que, hacia 1919, se podía llegar desde Vitoria a Bergara y en 1923, a Oñati.

Se establecían así dos trazados bien distintos: por un lado, entre la ciudad alavesa y Bergara, plagado de curvas y desniveles; y por otro, el paso hasta la localidad navarra, que se había construido con más medios económicos, por lo que superaba con facilidad los montes de Vitoria gracias al túnel de Laminoria, de 2.193 metros de longitud. De hecho, este trayecto es uno de los tramos en vía estrecha mejor construidos de España.

La exposición y el libro editado para la ocasión, escrito por Juanjo Olaizola Elordi, director del Museo del Ferrocarril de Azpeitia, recogen algunos episodios de aquella experiencia. En un tiempo de ferrocarriles de gran velocidad, sorprende ver cómo la distancia entre estación y estación no pasaba de los 20 kilómetros.

La gran variedad de estaciones es uno de los elementos más llamativos del ferrocarril Vasco-Navarro: desde la elegancia del estilo old-english en Bergara o Mondragón, a la gran dignidad de las secundarias, como Antoñana. Entre todas, destaca por su belleza la terminal de Estella, neorromántica.

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Según Juan Olaizola, el Vasco Navarro es 'un ferrocarril singular, por su agitada historia, los variados paisajes que atraviesa, la belleza de sus estaciones y el amplio parque móvil de que dispuso'. La exposición se presenta también con una esperanza. A pesar de que el fin del Vasco-Navarro llegó en la Nochevieja del 67, el proyecto del tranvía del valle del Deba pretende recuperar parte de la antigua infraestructura para el nuevo siglo.

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