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Los trileros

Les vi primero hace más de veinte años en la plaza de Xemáa el Fná, luego bajo los tilos de la Kuferstendamm berlinesa, recientemente en la Rambla barcelonesa e incluso en la plaza de Cataluña junto a la mole imponente de un banco. Su material de trabajo es muy simple: una caja de cartón y tres dados que mueven con la rapidez de prestidigitadores para escamotear al marcado, en una de sus caras, con diferente color. Apuestan dinero a gritos y el presunto ganador que sirve de gancho se embolsilla aparatosamente la baza mientras un anillo de espectadores cómplices anima al paseante a entrar en el juego. Se les llama comúnmente trileros, y, aunque engañan difícilmente a los curiosos, acaban siempre por dar con algún incauto, convencido por su labia y la aparente facildad de ganarse unos billetes.

En el panorama inernacional de los últimos meses, los trileros actúan ante la opinión mundial escamoteando también su juego y prometiendo toda clase de beneficios a quienes participan en él. Se llaman Bush, Donald Rumsfeld, Dick Cheney, Condoleezza Rice (en las bandas bien organizadas hay una mujer presuntamente espontánea que apuesta y gana). Entre los espectadores que refuerzan el círculo y aprueban con gestos y comentarios la limpieza de la operación, divisamos a Blair, Aznar y Berlusconi. Otros, más alejados, vigilan discretamente la presencia de la policía: podrían llamarse Colin Powell o Javier Solana. Los primos o perdedores serán pueblos de todo el mundo, comenzando por el norteamericano, al que se le pasará la factura que los propios trileros evalúan entre cien mil y doscientos mil millones de dólares (esta vez es dudoso que Arabia Saudí apeche con los gastos). Una costosísima apuesta cuyo provecho a corto o medio plazo nadie ve claro, salvo los magnates de la poderosa industria armamentista que asesoran al presidente. El futuro del petróleo iraquí e incluso el de las petromonarquías del Golfo resulta de momento mucho más incierto.

¿Qué pregonan los trileros? Venden el terror al terror: 'Ignorar esas amenazas equivale a reforzarlas, y cuando se hayan concretado por completo será demasiado tarde para protegernos. Para entonces, el dictador iraquí tendrá medios para aterrorizar y dominar toda la región. Cada día que pasa puede ser el día en que entregue a sus aliados terroristas ántrax o gas nervioso, o eventualmente un arma nuclear' (Bush, el 26 de septiembre pasado). Otro comparsa del juego, Tony Blair, anuncia que Sadam puede lanzar un misil con armas bacteriológicas en sólo 45 minutos (¿por qué no en 45 minutos y 13 segundos como en los anuncios de Meditel o Telecom?). Condoleezza Rice, Dick Cheney y Rumsfeld (antiguo amigo de Sadam en la época en que Reagan suministraba a su entonces fiel aliado toda clase de armas letales) multiplican sus declaraciones alarmistas y establecen un vínculo más que dudoso entre el desvanecido Bin Laden y el tirano iraquí.

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Esta guerra de palabras que allana el terreno a la anunciada invasión de Irak no puede evitar, por mucho que se esfuercen Bush y su equipo, chirridos y disonancias. El presidente que vende el producto de una apocalíptica amenaza terrorista recuerda también a los recalcitrantes (Chirac, Schröder y el cínico Putin) que quienes no colaboren en la empresa no disfrutarán de los beneficios que procure (explotación de las reservas petrolíferas, las segundas del planeta, después de las de Arabia Saudí). Y sus más íntimos asesores no se recatan de evocar el marketing electoral con miras a los próximos comicios de noviembre: el recurso al lenguaje patriótico y a la ineluctabilidad de una guerra en la que el mundo libre se juega la existencia es la vía más eficaz de la Administración republicana para ocultar el aumento del déficit y del desempleo, la caída de la Bolsa y la corrupción descubierta por el escándalo de Enron, escándalo que salpica al presidente y a algunos de sus consejeros y socios asiduos de su rancho tejano.

El escepticismo e indiferencia del público -fuera del estadounidense, conmocionado aún justamente por las escenas de horror del 11-S- no disuaden a los trileros de proseguir el juego. ¿Quién puede creer que 'un ejército debilitado, exhausto y de cuarta categoría como el iraquí', en palabras del ex vicepresidente Al Gore, se proponga lanzarse a un envite bacteriológico o nuclear si no logró hacerlo hace 12 años? ¿Qué jefe de Estado, fuera de Sharon, comparte con entusiasmo un discurso que le permite apretar una tuerca más en su dispositivo de asfixia del pueblo palestino? Que Sadam sea un déspota execrable cuya desaparición -como la de otros muchos dictadores- sería bien recibida por todos los demócratas del mundo ¿justifica el ataque masivo a una población civil indefensa que es desde hace dos décadas su primera víctima? Los crímenes de guerra de Sadam contra su propio pueblo no necesitan una demostración: kurdos, shiíes, comunistas, demócratas, pueden dar cuenta de ello. Pero ¿son peores que los de otros regímenes políticos del globo o de los que resultan de la ocupación de Gaza y Cisjordania por el Ejército de Sharon? Si Sadam ha ignorado 16 resoluciones de Naciones Unidas tocante al desarme, es juego de niños responder que Israel descarta muchas más. A no ser que la razón última y decisiva de la cruzada sea la invocada por Bush: 'Sadam es el tipo que intentó asesinar a mi papá'.

Conmovedora expresión de amor filial que los huérfanos a resultas de la Operación Tormenta del Desierto apreciarán sin duda como se debe.

No obstante, nadie parece interrogarse en los centros de mando del nuevo orden sobre las consecuencias de un ataque 'preventivo' que desestabilizaría aún todo el Oriente Próximo, lo transformaría en una nueva fuente de conflicto y multiplicaría el número de émulos de Bin Laden desde Indonesia al Magreb. La lógica imperial no admite la existencia de otras por más que se funden en los hechos, la razón y la historia.

Vuelvo al reciente discurso de Al Gore porque muestra que se alzan voces sensatas contra una estrategia de dominación que puede conducir al hundimiento de vastos sectores de la economía planetaria y a un encadenamiento de guerras en provecho exclusivo del complejo tecnológico militar estadounidense y de alguno de sus virreinatos: 'Después del 11 de setiembre disponíamos de un enorme caudal de simpatía, buena voluntad y apoyo en el resto del mundo, y en un año lo hemos sustituido por miedo, ansiedad e incertidumbre, no por lo que los terroristas puedan hacer, sino por lo que podamos hacer nosotros'.

Los dados manipulados por los trileros convencen sólo a quienes se quieren dejar convencer y a los pescadores en río revuelto. La inmensa mayoría de la población del planeta asiste con incredulidad y resignación al escamoteo de las verdaderas razones de la guerra que se prepara.

Juan Goytisolo es escritor.

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