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Tribuna:LA BUENA ARQUITECTURA ES CULTURA
Tribuna
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Sevilla y el miedo al arquitecto

Barcelona ha sido apodada como 'la ciudad del arquitecto'. Tradicionalmente, los alcaldes de esta ciudad han apostado por la arquitectura como estrategia de crecimiento, las instituciones públicas han cuidado al detalle el diseño de los edificios que promueven, las empresas privadas han invitado a arquitectos de renombre internacional para construir sus sedes y, lo más importante, los habitantes se han sentido orgullosos de todo lo que ello significa: modernidad, calidad de vida, cultura.

Sevilla no es la ciudad del arquitecto. Con una sensibilidad mucho más cercana a la del historiador o el arqueólogo, su prioridad es vigilar, contener, conservar. En semejante ambiente el arquitecto (intrínsecamente asociado a actividades creativas y de vanguardia cuyo objetivo último es transformar, innovar, crecer) se mueve mal.

Una ciudad que teme al arquitecto es una ciudad sin futuro, presa de un pasado al que no hace gala.

Hace años un ex presidente de la Junta de Andalucía proclamó: 'Los arquitectos son peligrosos'. Varios candidatos a la alcaldía se unieron al carro: 'Ningún arquitecto 'moderno' pondrá sus manos sobre el caso histórico de la ciudad'. Y un ilustre historiador local decidió tirar de él: 'Ojalá ningún arquitecto 'de moda' actúe nunca sobre el edificio del Museo de Bellas Artes'. Sevilla se asustó. Desde entonces mantiene una estrecha alianza con el miedo, con el miedo al arquitecto.

Curiosamente, el miedo al arquitecto, que campa a sus anchas por todos los estamentos sociales de esta ciudad, es tremendamente selectivo. Imagínense ustedes que regentan un puesto de verduras en un mercado sevillano. ¿Qué pensarían si sus clientes prefirieran los tomates rancios a los recién cortados; si insistieran en comprar los pimientos pochos y rechazar los brillantes? Seguramente alucinarían. Pues bien, les invito a alucinar, pero no detrás del mostrador de un puesto de verduras, sino ante el panorama arquitectónico sevillano.

En Sevilla, el miedo al arquitecto es, en realidad, el miedo a la buena arquitectura. La fachada de la magnífica sede del Colegio Oficial de Arquitectos de Andalucía Occidental permaneció manchada durante meses por los botes de pintura que, noche tras noche, lanzaban contra ella determinados ciudadanos. Ninguno de ellos, en cambio, impactó jamás contra los paramentos blanco y albero de la avalancha de pastiches que, en esa misma época, convirtieron el centro histórico de Sevilla en el escenario soñado por los hermanos Álvarez Quintero. La cosa no es muy diferente en la periferia. Los dignísimos edificios de viviendas sociales promovidos por la Consejería de Obras Públicas y Transportes, encargados mediante concurso, son objeto de recelo público, cuando no de mofa generalizada. La marea de bloques construidos por la iniciativa privada, fruto de meros cálculos aritméticos donde no caben especulaciones intelectuales, no molestan ni a los políticos, ni a los medios de comunicación, ni a las asociaciones de vecinos.

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Sevilla y el miedo al arquitecto. Una realidad paradójica si tenemos en cuenta que, actualmente, algunos de los mejores arquitectos de Europa viven y trabajan desde aquí (en Zurich, en Rotterdam, en Génova... rara vez aquí). Una realidad paradójica si tenemos en cuenta que esta ciudad debe gran parte de su esplendor histórico a los buenos arquitectos, a los que, en su momento, tuvieron el coraje de rematar un alminar islámico con un campanario renacentista, de demoler una manzana de edificaciones para construir una maravillosa lonja.

Por su inmenso patrimonio arquitectónico Sevilla debería saber, mejor que ninguna otra ciudad, que la arquitectura, si es buena arquitectura, es cultura; que el urbanismo, si es buen urbanismo, es cultura. Una ciudad que les teme, es una ciudad sin futuro, presa de un pasado al que no hace gala.

CARLOS GARCÍA VÁZQUEZ

Carlos García Vázquez es arquitecto de Sevilla.

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