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Columna
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Cuarenta años de difícil sencillez

La exposición del pintor Bonifacio (San Sebastián, 1933) en la bilbaína galería Juan Manuel Lumbreras estaba concebida en principio para mostrar exclusivamente 75 dibujos, fechados en su mayoría en los primeros años ochenta. A última hora el galerista ha decidido incluir en la muestra dos óleos de gran tamaño.

Los dos óleos son de diferente concepción y factura. Excelentes los dos, pues mientras uno atrae por su directa fuerza gestual y poderosa explosividad, con el añadido de una esplendorosa cosmogónica variación colorística, el otro cautiva gracias a la vasta gama de veladuras que van a alcanzar el logro de un sutilísimo complejo entramado de formas enhebradas unas sobre otras (o unas junto a otras).

No obstante la gran atracción que ofrecen estos dos óleos, sería un error creer que, en consecuencia, quedan eclipsadas las obras sobre papel...

Es preciso reivindicar el valor de esas obras y, especialmente, el de los dibujos, ya sean a lápiz, a lápiz y grafito o sólo grafitos, por lo general, salvo excepciones, bastante por encima de las tintas y aguadas.

Así como en los óleos Bonifacio procura no dejar suelto resquicio alguno hasta conseguir esplendentes resultados, para lo que cuida cada pincelada que posa en el lienzo, en los dibujos la mano va más libre. La mano se siente menos obligada a conseguir espectaculares logros.

De ese modo puede volcar una disposición mayor en la invención de los personajes. A través de esos personajes podemos percibir la grandeza de lo pequeño. Si no se sabe ver el mundo de lo pequeño en este artista será difícil que se sepa ver con pleno acierto lo que se halla dentro de lo grande...

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Al adentrarnos en el mundo de los dibujos a lápiz y grafito se observa la ausencia de apoyos. No hay goteos, chorretones y azares en demasía. Los dibujos, en ese caso, son los transmisores de los primeros impulsos que conducen a las ensoñaciones...

Es de sobra conocido que la mayoría de los artistas de nuestra época no son muy dados a realizar dibujos. Muchos de ellos porque no saben dibujar y otros, quizá los más, porque con las obras al óleo entienden que es una manera rápida de ir antes al grano.

Lo que se percibe de Bonifacio respecto a la raíz primigenia -impulsos y ensoñaciones del dibujo-, y la obra culminada -óleos como objetos cerrados en sí mismos -, encuentro un cierto parangón con aquella reflexión del escritor y novelista francés, Marcel Proust, al darse cuenta que 'sólo la percepción grosera y errónea pone todo en el objeto, cuando todo está en el espíritu'.

Mas la alusión a Proust no se tome como algo suelto, sin más. Hay unas palabras suyas que son como premoniciones sobre los raros y estrambóticos personajes que se dan cita en muchos dibujos de Bonifacio. Señala Marcel Proust: 'el artista ve en una cosa ridícula una bella generalidad'.

La creación de esos personajes raros y estrambóticos convierten al donostiarra en un artista de originalísimo y atesorado mundo, donde su mano es la voz epónima de los héroes -más bien antihéroes- que pululan por sus dibujos.

La difícil sencillez que se desprende de su mágica mano de azúcar, está cernida sobre algo más de cuarenta años de experiencia de artista; cuarenta y tantos años viviendo obsesivamente ese juego inacabable de la forma, el fondo, el color y aquello que no tiene nombre, pero que se hace imprescindible ir a buscarlo cada día y en cada nueva obra.

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