El volcán de la calle de Julio Palacios
Los protagonistas relatan las cinco horas de infierno vividas en un incendio que arrasó 52 viviendas de un edificio al norte de Madrid
Sonó el timbre en el parque noveno: 'La bomba y la escala, a la calle de Julio Palacios, 24. Fuego en la décima planta'. Eran las 11.46 del lunes pasado. Madrid iba a vivir, según los bomberos, 'el incendio más importante de su historia'. No habría víctimas mortales, pero 52 viviendas quedarían arrasadas por el fuego y el humo. Todo porque una asistenta desenchufó el aspirador.
'Nada más llegar al hospital La Paz, ya se veía una densa columna de humo negro y pensamos: ahí hay cacao', cuenta el suboficial de bomberos Antonio Embarba, el primero en llegar al lugar del siniestro. 'Sin embargo, cuando llegamos, no había nadie en las terrazas. Sólo estaba el portero'.
-Hay fuego en la tercera planta, he intentado apagarlo, pero no he podido. No hay nadie dentro.
'No sé la temperatura que había, pero el hierro estaba fundido y sólo lo hace a 800ºC'
-¿Tiene usted las llaves?
-Están en la puerta, y la puerta está abierta.
'Rápidamente pedí refuerzos, otra bomba y otra escala, porque una puerta abierta es el comienzo de la propagación'.
Los vecinos empezaron a asomarse a las terrazas al oír las sirenas. No se habían enterado de nada aún. Sólo el portero supo que se había iniciado un fuego cuando la asistenta de un piso de la tercera planta bajó desesperada con un niño en los brazos anunciando que ardía su casa. Y cuando quiso actuar ya era demasiado tarde. Una fuga en una sospechosa bombona de acetileno (gas utilizado para soldaduras), propiedad del dueño del piso -sobre el que pesaba una orden de busca y captura por estafas, por la que está a disposición judicial- , había desatado la catástrofe al entrar en contacto con la chispa que saltó de un enchufe.
'Estábamos mi mujer y yo preparando las cosas para la mudanza cuando oímos la sirena de un coche de bomberos. Me asomé a la ventana y vi que se paraba delante de casa. Salí a la terraza para ver qué pasaba, pero no se veía nada sospechoso, aunque veíamos a la gente que se paraba en la calle y miraba hacia arriba. Yo les hacía gestos preguntándoles qué pasaba, pero nadie me contestaba. Entonces vi que el primer coche extendía la manguera hasta el interior del portal', cuenta el periodista Julio César Iglesias, que hasta ese día vivía en la novena planta del inmueble siniestrado.
'Cuando subimos al tercer piso, no pudimos seguir, porque aquello era un volcán, una bola de fuego increíble. No he visto nada igual en mi vida', dice Embarba, la tercera generación de una familia de bomberos y que, a sus 58 años, es el funcionario mayor y más antiguo del parque del Ayuntamiento de Madrid.
'Volví a pedir refuerzos: otras dos bombas, dos escalas más y un tanque de agua. El fuego se propagaba muy rápidamente por el interior y hacia arriba porque se produjo un efecto chimenea'. El 'horno' estaba en el tercero, y la salida del humo, en el último, por lo que el hueco de la escalera se convirtió en un infierno. 'El techo del edificio hizo de tapadera y el fuego trató de salir por las últimas plantas. Por eso éstas fueron las más dañadas. Si hubiese habido 40 pisos más, arden también. Y si hubiera habido exutorios en el techo [ventanas de apertura automática en caso de incendio], no habría ocurrido ni la cuarta parte', sentencia Embarba.
A los 10 minutos el fuego había alcanzado ya las últimas plantas del edificio, y las primeras dotaciones de bomberos hacían lo imposible por sofocar el incendio desde dentro: 'Había que atacar por el interior si no queríamos que la gente se cociese dentro. No se veía nada, todo estaba negro. Desde la tercera planta teníamos que llevar la botella de aire, que dura 25 minutos y pesa 15 kilos, además de los otros 15 del resto del equipo. Cuando llegábamos a las plantas más altas, estábamos exhaustos y aún teníamos que atacar el fuego y bajar. Los relevos eran continuos, no se aguantaba. No sé decir la temperatura que había, pero el hierro de la escalera estaba fundido, y sólo lo hace a 800ºC. Los escalones de mármol habían saltado, las puertas de cristal estaban derretidas y los revestimientos de madera ardían sin parar'.
'De repente se abrió la puerta de la terraza de al lado y apareció una enfermera que decía que ya no se podía respirar dentro', prosigue su relato Julio César Iglesias. 'Como pudo, sacó de la vivienda a mis vecinos: un anciano con cáncer y síntomas de asfixia, y su mujer, en coma y en silla de ruedas. 'No sé qué hacer, no podemos bajar por la escalera', repetía angustiada la enfermera. Yo pensé en buscar una cuerda para ayudarles a pasar hasta mi terraza, pero no tenía', añade el periodista.
Entre las terrazas de las casas hay metro y medio de distancia, ya que cada una pertenece a un bloque distinto, con accesos y escaleras independientes. En ese hueco se ubica una jardinera que les permitió cruzar de una a otra. La arriesgada escena fue repetida por las televisiones. 'La enfermera ayudó al señor a pasar hasta mi terraza mientras yo lo sujetaba por el otro lado. Después la ayudé a ella, pero tuvimos que abandonar a la señora porque era imposible pasarla con la silla de ruedas', recuerda.
Ellos, tras cerciorarse de que la salida estaba libre y pese a tener que bajar de escalón en escalón por la fragilidad del anciano, consiguieron llegar hasta el portal. 'Bajé con la obsesión de hablar con un responsable para que subiera a por mi vecina, sola en su silla de ruedas en la terraza', añade Iglesias.
'La calle era un caos. La gente gritaba. Algunos, desde las terrazas, amenazaban con tirarse. Vi que empezaban a desplegar las escalas y me fui decidido a encontrar a quien controlara la operación de rescate. Cuando di con el que así me lo parecía, le dije:
-Ponga mucha atención en lo que le voy a decir. Es una información de máximo interés. Míreme a la cara para estar seguro de que me está entendiendo. Las personas que están en las terrazas de la hilera derecha se pueden salvar más rápido si se consigue que salten a las de al lado, porque pueden bajar por las escaleras del otro bloque, que no tienen humo. Yo acabo de bajar. ¿Me está escuchando?
-Perfectamente.
El que responde es Joaquín Sáez, subinspector jefe de bomberos y máximo responsable de la operación. 'No sé cómo darle las gracias a ese hombre. Aquello cambió totalmente el rumbo de la operación. Conseguimos sacar a unas diez personas de ese modo. Eso me demostró una de las máximas en nuestra profesión: hay que escuchar y procesar la información. Puede ser vital'.
Aunque casi todos los vecinos ya estaban a salvo, aún quedaba gente en las últimas plantas y las escalas no llegaban ni al piso noveno. 'Había árboles, una piscina y un jardín muy bonito en un recinto vallado y sin vial de acceso para los vehículos de bomberos. Teníamos todos los medios (9 de las 24 dotaciones de Madrid y un centenar de bomberos de los aproximadamente 300 que hay de guardia) y no podíamos hacer nada porque no teníamos acceso. Nunca he sentido tanta impotencia', recuerda el suboficial Embarba.
El resultado de tal situación fue que tuvieron que sacar a la señora de la silla de ruedas a pulso por la escalera incandescente, que un bombero tuvo que trepar, '12 plantas arriba y 12 abajo', para descolgarse con una persona por la fachada arriesgando su vida y, en tres o cuatro casos, los bomberos tuvieron que permanecer acompañando a algunos vecinos de avanzada edad que eran inevacuables.
Fueron más de cinco horas de infierno que obligaron al Samur a atender a 65 bomberos y medio centenar de vecinos. 'La mayoría se encuentran desplazados de sus casas, bloqueados con una mezcla de sentimientos entre resignación y rabia contenida, que se agudizan a medida que hacen recuento de todo lo que han perdido'.
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