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Columna
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La gran subasta

Josep Ramoneda

Las primeras señales son enternecedoras: Durán Lleida, el partidario de la renovación del nacionalismo, el objeto de los halagos de un PP que le veía casi como de la familia, sentado en las campas de Altube para aplaudir a Arzalluz e Ibarretxe. Artur Mas anunciando una propuesta para 'dar un gran salto hacia delante' al autogobierno de Cataluña. La gran subasta nacionalista ha comenzado. ¿Quién da más? La confluencia en el tiempo de la propuesta de 'sociedad de libre adhesión' de Ibarretxe con la escapada de Esteve, que deja CiU para romper el esquema bilateral (nacionalistas-gobierno) en beneficio de un modelo multilateral, va a provocar una competencia en Cataluña para ver quién es más nacionalista. Esquerra no tendrá que esforzarse mucho, el valor se le supone: le basta con aplaudir a Ibarrertxe y es el único que puede hacerlo sin mirar al retrovisor. CiU lo tiene más difícil: porque la sombra del PP no se aleja. Al contrario, Piqué insiste: en la próxima legislatura el apoyo significa gobernar juntos. Y porque al ser una coalición de amplio espectro necesita atender todos los registros del teclado. Buena parte de su electorado no está para soberanismos, que también de pan vive el hombre. La incógnita es si Maragall picará, si no querrá ser menos y también se apuntará a la subasta nacionalista. A veces el cuerpo le pide cosas que la razón no entiende.

Todo ello podría conducirnos a la curiosa situación de que por primera vez la cuestión vasca tuviese un lugar en la campaña electoral catalana. O por lo menos en el arranque de campaña. Porque tengo la impresión de que la propuesta de Ibarretxe es demasiado delirante -en el sentido de alejada de la realidad- como para que resista el paso del tiempo. Hay una cierta tendencia entre los medios creadores de opinión a pedir que determinados temas se dejen al margen de las campañas y de la confrontación política. La cuestión vasca -de la que Pujol ha sido siempre muy reacio a hablar-, el terrorismo y la inmigración forman parte de esa lista. Esta exclusión voluntaria de temas delicados siempre me ha parecido un disparate. Es de las cosas importantes de las que hay que hablar si no se quiere que las campañas electorales sean puro bla, bla, bla. Y la cuestión vasca lo es, por lo menos mientras compartamos Estado. No hay nada de lo que ocurre allí que no incida de algún modo aquí. Si el debate debiera servir para que cada uno concretara sus ideas sobre autogobierno y sobre la relación con España, podría ser francamente interesante. Porque aparte de que Esquerra es independentista, CiU autonomista insatisfecha, el PSC federalista y el PP españolista, no sabemos mucho más, porque hay mucha ambigüedad deliberada en todas las partes. Y porque la confrontación sigue teniendo mala prensa en este país, cuando, sin embargo, es la esencia de la democracia.

La transición se hizo bajo el signo del consenso y, probablemente, ha sido un acierto. Cuando se trata de construir las reglas del juego es importante contar con un acuerdo de amplio espectro. Pero el problema del consenso es lo que deja fuera, sobre todo cuando el número de actores que participan en él se reduce, porque entonces los márgenes crecen y la gente que no se siente representada también. El consenso de la transición parece agotarse. Se culpa de ello al Partido Popular. Y es cierto que ha sido el que ha protagonizado los momentos más duros de ruptura, pero cabría preguntarse si el PP es la causa o el efecto.

En este contexto, que Ibarretxe avance por la vía de la confrontación democrática no es objetable en sí. Lo es por razón de oportunidad y por frivolidad. Razón de oportunidad. Lo diré en palabras de un empresario nacionalista vasco, cuyo nombre prefiero guardarme: 'Aquí, hasta que acabe la violencia, unos y otros tienen que aparcar no sólo sus diferencias sino incluso sus programas'. Frivolidad: en una situación tan delicada no puede lanzarse un programa voluntarista que no tiene los apoyos parlamentarios necesarios para llevarlo adelante y que pende de una condición -'la ausencia de la violencia'- sobre la que el lehendakari no tiene ninguna certeza razonable. Apelar -como hizo Ibarretxe en la SER- a 'una cierta dosis de ingenuidad' es de una ligereza impropia de un responsable político en una situación tan delicada. La condición no es una anécdota: es determinante. Porque sin ella el programa de Ibarretxe es una deslealtad democrática.

Y sin embargo, todo ese ruido tendrá efectos sobre la campaña catalana. Efectos multiplicados por el factor Esteve. No porque el futuro de Esteve suscite grandes expectativas (honradamente, tengo la impresión de que dentro de tres meses o está en Esquerra Republicana o habrá dejado de existir políticamente), sino porque obliga a Convergència i Unió a dar carnaza al sector soberanista, para que la fuga no se convierta en una cascada. Algunos vienen diciendo desde hace tiempo que la evolución del conflicto vasco puede crear en Cataluña problemas que no están en el orden del día de los catalanes: por ejemplo, la cuestión de la autodeterminación. Es evidente que cualquier paso que Euskadi dé hacia la ruptura incidirá en la agenda de los nacionalismos catalanes, que no querrán quedarse atrás en la carrera. Lo único que sería inaceptable es apoyar la apuesta de Ibarretxe haciendo caso omiso del contexto, es decir, como si en Euskadi se dieran las elementales condiciones de libertad exigibles. Pero creo que hay que ir perdiendo miedo a la confrontación democrática. Y al mismo tiempo, hay que perder complejos respecto al País Vasco. A día de hoy, aquí hay una convivencia democrática aceptable y allí no. Y mantener esta diferencia merece todos los esfuerzos. En este sentido, los nacionalistas catalanes tienen la legitimidad para presentar sus programas de máximos, de la que los vascos carecen. Definidos los objetivos, viene la política: los ritmos y los tiempos. Y el electorado para poner a cada cual en su sitio. En estas circunstancias, el debate será más interesante y efectivo que la subasta. No creo que el país esté esperando entregarse al que ponga el listón más alto.

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