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Columna
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Papá

Es difícil olvidar aquella canción interpretada por José Guardiola y su hija, en la que ella le preguntaba: 'Di, papá, ¿dónde está el buen Dios?'. Esta canción ha quedado como muestra de las relaciones de dependencia emocional entre padres e hijos, constantes, profundas, capaces de resistir la prueba de las culturalizaciones más adversas o del más elemental sentido del ridículo. Una prueba nos la acaba de dar nuestro emperador, Bush Jr., cuando finalmente ha confesado que se la tiene jurada a Sadam Husein porque, dice: 'Quiso matar a mi papá'. Por fin tenemos una base de impugnación y desamor, más acá de la hipotética posibilidad que tiene Irak de destruir Estados Unidos. Pensemos: ¿qué sentiríamos por aquella persona que ha intentado matar a papá?

Ignoro si la tentación intervencionista manifestada hasta ahora en Blair, Berlusconi y Bush (también conocidos por la Triple B) y secundada por Solana y Aznar procedía del conocimiento de esta tierna herida sentimental del emperador. Hay que tener en cuenta que Bush Jr., por su matrimonio con una mexicana ha podido experimentar la influencia de ciclos cinematográficos como el del Zorro o las aventuras de Jorge Negrete en ¡Ay, Jalisco no te rajes!, en las que los héroes buenos mueren a manos de los malos, pero años después sus hijos les vengan. Por otra parte, todo, absolutamente todo, incluso las insuficiencias intelectuales y cognoscitivas, lo ha heredado Bush de su padre, y toda herencia es una deuda que casi nunca se paga.

Bush Jr. es un buen hijo que quiere convertir el cadáver de Sadam Husein en carne de taxidermista para que papá lo pueda colgar sobre la chimenea. Los iraquíes o aliados que mueran en esta empresa no pasarán por taxidermista alguno, irán a parar a la fosa común del tiempo, pero tienen asegurado el cielo islámico o el cristiano si son adecuadamente religiosos. No. No gritemos ya ¡socorro! Todavía el despecho belicoso de Bush ha de pasar por el filtro del Senado, y los supuestos aliados de la Triple B en realidad son palomas solidarias con los sentimientos filiales del emperador, a la espera de que padre e hijo encuentren una canción suficiente como la que en su día unió a José Guardiola con su hija en la pacífica búsqueda del buen Dios.

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