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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Oportunidad marroquí

Las elecciones celebradas el viernes en Marruecos, las primeras del reinado de Mohamed VI, han sido las más libres en 40 años, pero la abstención, muy superior al 40%, considerado como límite aceptable por el primer ministro Yusufi, recorta el alcance y la importancia que se les atribuía. Las medidas adoptadas para evitar o, al menos, reducir el fraude no han conseguido remover la apatía del electorado. La novedad más significativa que han arrojado las urnas es el ostensible ascenso del integrismo islámico en su versión más moderada. En todo caso, la tardanza en ofrecer los resultados definitivos sobre participación y porcentaje de votos arroja sombras sobre la proclamada transparencia de los comicios, aunque las autoridades se hayan apresurado a atribuirla a la complejidad del escrutinio.

Los resultados provisionales muestran la complejidad de un país como Marruecos, en el que el establishment no quiere ceder su poder y cuenta como principal aliado para su inmovilismo con un sector tradicionalista significativo, que se resiste a la modernización. Los socialistas de la USFP consiguen mantenerse en el primer puesto, aunque con un significativo retroceso, seguidos de los nacionalistas de Istiqlal, que aumentan su presencia electoral. Pero la sorpresa ha venido del lado de los islamistas moderados de Justicia y Desarrollo -Justicia y Caridad, el mayor y más radical grupo islámico, boicoteó las elecciones-, que casi han triplicado sus escaños parlamentarios, pasando de 14 a 37.

Estas elecciones, a pesar de sus resultados básicamente continuistas, deberían marcar una etapa de avance en todos los sentidos y dar paso a una generación de políticos que impulse una nueva dinámica para resolver la amalgama de problemas que padece el país: desigualdad social, pobreza, analfabetismo, paro y falta de horizontes para una juventud que encuentra en la inmigración su mejor perspectiva vital. Los avances sociales han sido mínimos a pesar de los esfuerzos del Gobierno de coalición que encabeza el socialista Abderramán Yusufi -que, a sus 78 años, ha decidido dejar la política- y pese a que Mohamed VI se presentara como el rey de los pobres.

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Tanto los nacionalistas del Istiqlal como los socialistas de la USFP han agitado el fantasma de Ceuta y Melilla durante la campaña, en un ambiente enrarecido por el incidente del islote Perejil. Los resultados electorales indicarían que la política de confrontación con España mantiene su peso en la política interna. Sin embargo, como reconocía el propio Yusufi, no tiene por qué ser así. Mohamed VI tiene una ocasión de oro para cambiar de ministro de Asuntos Exteriores, dada la hostilidad hacia España demostrada por Mohamed Benaissa. Por parte española, Exteriores ha anunciado que las relaciones con Marruecos se replantearán tanto 'cualitativa como cuantitativamente', con el objetivo de ayudar a normalizar las relaciones diplomáticas.

Además de gestos, falta sobre todo una política gobal por parte de España y Marruecos en sus relaciones bilaterales. No parece sensato que, por acción u omisión, España debilite a un rey como Mohamed VI, pues se facilita así el renovado poder en la sombra que han cobrado los militares y los servicios secretos. Marruecos tampoco puede pedir imposibles a España. Y ésta, en sus relaciones bilaterales y a través de la UE, ha de contribuir a que Marruecos progrese política, social y económicamente. Cualquier otra política va en detrimento de ambos. Sería lamentable desaprovechar la nueva página que estas elecciones han abierto en Marruecos.

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