Opositar en la Andalucía cañí
En el pasado mes de julio se presentó mi esposa, profesora de Secundaria, a las oposiciones de psicopedagogía. Para adquirir una nueva especialidad, la ley no establece límites de plazas, sino únicamente haber acreditado un nivel suficiente de conocimientos. Podría pensarse que esta ausencia de concurrencia competitiva hace que este tipo de oposiciones sea bastante asequible. Ocurre justo lo contrario, y la razón no es difícil de hallar: las primeras oposiciones de psicopedagogía datan de hace menos de 10 años y, por tanto, cualquier profesor de Secundaria con más antigüedad que apruebe las oposiciones se coloca ipso facto por delante de todos los psicopedagogos actuales. O sea, que existe una razón objetiva para que los miembros del tribunal no quieran aprobar a nadie, pues son 'juez y parte'.
El hecho de que el tribunal esté constituido por personas que se han ofrecido 'voluntariamente' tampoco ayuda mucho a la causa de la objetividad. Como quiera que la oposición consiste en un único examen oral que no deja 'huellas', la impunidad está garantizada. Ello explica que psicopedagogía sea la oposición en que menos personas consiguen una nueva especialidad, prácticamente igual a la 'cuota de enchufe': sólo una persona. Y no por falta de preparación de los aspirantes, pues entre ellos había autores de libros de psicología, licenciados e incluso doctores en esa especialidad, personas con años de experiencia, como orientadores e incluso un tutor de pedagogía de la UNED. Por otro lado, en el tribunal encargado de juzgarlos, el número 12, que era responsable, además, de la supervisión y coordinación general de los demás, había dos hermanos. O sea, que un 40% de las decisiones del tribunal decisivo 'quedaba en familia'. Interesante, sobre todo teniendo en cuenta que un tercer hermano se presentaba a las mismas oposiciones.
Lo peor, con todo, fue la actitud del tribunal. Antes de empezar su exposición, el aspirante tenía ante sí un panorama desolador: la presidenta jugando con su móvil y con su zapato, un vocal homenajeando a Morfeo, otro yendo sin parar de un lado para otro; todos hablando y riendo entre sí. Nadie que les observara podría sospechar que tuvieran a alguien enfrente. El candidato, antes de comenzar, se sabía suspendido en tanto que no escuchado. Para rematar la faena, el tribunal, durante media hora, sometía al aspirante a un 'tercer grado' delirante en un tono festivo; las preguntas eran tan absurdas e imposibles como exponer las habilidades sociales según el DSM-IV (algo así como preguntarle a un médico por la página 294 del Vademécum).
Que no es una cuestión de exigencia lo demuestran la escasa competencia cultural de los integrantes del tribunal, con numerosos lapsus sintácticos y conceptuales.
Señores de la Consejería -cuya segunda cabeza es, precisamente, pedagogo-, ¿no va siendo hora de poner coto a tanta desvergüenza?
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