Franco
El mundo está lleno de taimados, mediocres, arribistas, incompetentes, desleales, pragmáticos, ególatras...; gentes, en fin, que obran con implacable sagacidad, carecen de ideas propias, siembran intrigas, se apoyan en los otros para ocultar su inoperancia, son propagandistas de sí mismos, fomentan la adulación y superponen su beneficio a todo bien común, a cualquier idea, a cualquier propósito ajeno. Bien mirado, personajes de este pelaje son los que paralizan la vida, los que entorpecen el ritmo cotidiano y amargan la existencias a quienes les rodean y sufren de cerca sus antojos. Sin embargo, el peligro verdadero aparece cuando uno de estos trepas sin escrúpulos descubre su vocación política y se lanza a la búsqueda ciega del poder. Sin dejar de un lado los rasgos típicos de la psicopatía (frialdad, venganza, estrategia del terror...), me vienen a la cabeza numerosos líderes políticos de la Historia, pero hay dos que, por evidentes paralelismos, aglutinan muy bien todos los adjetivos que he citado al comienzo de esta columna. Hablo de Adolfo Hitler y de Francisco Franco, nuestro Invicto Caudillo. 'Ambos -cito de Carlos Blanco Escolá, coronel de Caballería y profesor de Historia Militar- eran dos auténticos psicópatas con un insaciable apetito de poder, un desmedido afán de estimación y un monstruoso ego, al que precisaban satisfacer en todo momento, olvidándose de paso de las necesidades y sufrimientos de los demás'.
Lo malo de todo esto no es ya que un personaje como Franco alcanzara su propósito y tocara el techo de sus ambiciones a costa de sus propios compañeros de filas y de miles de muertos, tampoco que su gloriosa hazaña le mantuviera en el poder durante cuarenta años. Lo triste es que hoy, con suficientes elementos de juicio, aún sigamos venerando su imagen en plazas y callejeros, publicando a sus panegiristas con dinero público y, también con el tributo de todos, subvencionando la Fundación Nacional Francisco Franco, incomprensiblemente cerrada a los investigadores y a aquéllos que necesitan pruebas más contundentes para salir del engaño y saber quién fue, sin falacias ni oropeles, el Generalísimo de todos los Ejércitos.
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