Blair dice que su objetivo es desarmar a Sadam y no hacer una guerra contra Irak
El primer ministro se escuda en la ONU para frenar las críticas en el Parlamento británico.
Tony Blair se apoyó ayer en el ansiado informe sobre las amenazas iraquíes y en sus formidables tablas políticas para atemperar las iras de su Parlamento. El primer ministro, en una intervención sobria y memorable, defendió sin tapujos su apoyo a EE UU y al mismo tiempo reiteró la vía de Naciones Unidas y el recurso a la fuerza si la diplomacia fracasa. Pero, por encima de todo, quedó comprometido para siempre al afirmar en la Cámara: 'Sólo Sadam lamentaría la caída del régimen, pero nuestro objetivo es el desarme'.
Tony Blair no pudo evitar las enardecidas denuncias de la izquierda laborista
Tony Blair presentó ayer en la Cámara de los Comunes el informe de su Gobierno sobre las armas de destrucción masiva de Irak y se sometió luego a las preguntas de los diputados. El informe, un trabajo conjunto de los servicios secretos británicos parcialmente filtrado a la prensa días atrás, aportó de hecho pocas novedades. Las más llamativas fueron quizá el dato de que las tropas de Sadam Husein pueden lanzar un ataque con armas químicas 45 minutos después de recibir la orden, el proyecto de construir misiles con un alcance de 1.000 kilómetros o los intentos de comprar uranio en África para fabricar bombas atómicas.
Más allá del contenido, el informe tiene importancia por el continente y por el mero hecho de existir: es un documento elaborado por los servicios secretos para el primer ministro que Tony Blair ha decidido divulgar al mundo entero a través de Internet. 'Es un hecho sin precedentes para el Gobierno publicar este tipo de documentos', subrayó Tony Blair en la introducción de la cincuentena de páginas del texto.
En los Comunes, Tony Blair tuvo una intervención de gran solemnidad política. Sus medidas palabras acabaron por poner sordina a las esperadas críticas de gran parte de la Cámara, pero los compromisos públicos adquiridos ayer en el Parlamento pueden acabar por volverse contra él. Tras su intervención parlamentaria, le será muy difícil justificar su apoyo a una intervención unilateral de Estados Unidos en Irak sin el apoyo de la ONU.
La posición adoptada ayer por Blair es su respuesta a varias semanas de críticas por lo que algunos consideran desmedido apoyo al presidente Bush, de presiones para que el Reino Unido actúe siempre bajo el paraguas de la ONU y de las cada vez menos veladas acusaciones de que lo que de verdad está en juego no es la seguridad de Occidente, sino su petróleo, es decir, convertir Irak en un enclave amigo en previsión de que Arabia Saudí acabe en manos del integrismo islámico.
Como no podía ser de otra manera, el primer ministro reiteró su compromiso de llevar la crisis a través del Consejo de Seguridad de la ONU. Advirtió, como siempre, que eso no significa excluir la fuerza porque 'como nos enseña la historia, la diplomacia que no está apoyada por la amenaza de la fuerza nunca ha tenido éxito frente a los dictadores ni lo tendrá'.
La gran novedad fue su inequívoca afirmación de que, aunque le encantaría la caída del régimen de Sadam Husein, el objetivo es el desarme iraquí, algo que no sintoniza con algunas declaraciones públicas del presidente de Estados Unidos, George W. Bush. 'No tenemos ninguna disputa con la población iraquí. Una vez liberados de Sadam pueden hacer de Irak un país próspero y una fuerza para el bien en Oriente Medio. Por eso sólo Sadam lamentaría la caída del régimen. Pero nuestro objetivo es el desarme. Nadie busca el conflicto militar', manifestó Blair en un intento de despejar cualquier fantasma.
La gran virtud de ayer del primer ministro fue adelantarse a sus críticos. Lo hizo al abrazar Naciones Unidas, al renegar de la guerra de conquista, al asegurar que sólo busca el desarme. Y lo hizo también con una genérica alusión final a Oriente Medio y a la necesidad de impulsar el proceso de paz.
Blair cosechó el apoyo de los conservadores y la sosegada pero contundente dureza de los liberales-demócratas. Atemperó la posible virulencia de los laboristas más templados, los que tienen dudas razonables sobre las causas y la conveniencia de una guerra en Irak.
Pero no pudo evitar las enardecidas denuncias de la izquierda del Partido Laborista y la amargura de varios diputados musulmanes. El presidente del Parlamento británico le facilitó la tarea al impedir que se votara una moción contraria a la guerra.
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