Fischer salva a Schröder
El inesperado buen resultado, el mejor de su historia, de los verdes parece haber salvado a la coalición rojiverde en el poder en los últimos cuatro años en Alemania, bajo la dirección del socialdemócrata Gerhard Schöder. Según las últimas proyecciones, el resultado de las elecciones de ayer, tras un recuento no apto para cardiacos, detiene la hemorragia de la izquierda (Suecia aparte), y lo hace en el país más importante de la Unión Europea. Aunque por poco, los sondeos señalan que ha ganado un discurso de defensa del Estado social y del medio ambiente, frente a la reducción de impuestos que proponía el centro derecha, el CDU-CSU de Edmund Stoiber.
Joshka Fischer no sólo ha salvado a Schröder, sino que se convierte en una de las más interesantes figuras de la política alemana y de la europea, pues seguirá al frente de la cartera de Exteriores, si finalmente se cumple el triunfo rojiverde. Es una reivindicación de su valor, tras la sucia campaña llevada a cabo sobre su juventud en el izquierdismo sesentayochista. Los que quisieron sacar ventaja de dudosas revelaciones tienen motivos para sentirse defraudados.
El resultado no resta mérito a la capacidad política de Schröder, pero de su importante retroceso debe sacar las lecciones pertinentes. Partía de tan atrás que la recuperación del terreno perdido puede considerarse una proeza, cuando la economía está estancada y el paro por encima de los cuatro millones. Su intuición política le ha sacado del apuro, al reaccionar rápidamente a las inundaciones del verano, para dar prioridad a la reconstrucción de las zonas damnificadas sobre las cuentas estatales. Y, posteriormente, al declarar que Alemania en ningún caso apoyaría un ataque de EE UU contra Irak no avalado por el Consejo de Seguridad de la ONU, ni enviaría soldados alemanes en tal misión, algo que, por cierto, se corresponde con la Constitución de un país que se ha vuelto reticente a las aventuras armadas, pero que en la actualidad tiene 10.000 soldados en misiones de paz en el mundo, más que ningún otro de la UE. Esta actitud puede haberle dado los escaños directos decisivos en el antiguo Este. Pero una de las tareas de Schröder y Fischer será recomponer las relaciones con EE UU, maltrechas por estos y otros episodios. Aunque también pueden ahora llevar la voz de los europeos que se resisten a un puro seguidismo de la política de Bush.
Es la dimensión europea de estas elecciones la que más ha de interesarnos. Es sabido que las relaciones de Schröder con Chirac chirriaban, y con ellas el necesario buen funcionamiento del eje franco-alemán. Con cuatro años cruciales por delante, deben reinventar la relación. En todo caso, al conjunto de esta Europa del euro -moneda plenamente aceptada por los alemanes, que casi han olvidado su sacrosanto marco- le interesa que Alemania se recupere. ¿Lo logrará un nuevo Gobierno de Schröder? El saliente ha mostrado un impulso reformista en materia de impuestos, y de naturalización de inmigrantes (lo que ha supuesto 350.000 nuevos votantes), pero necesita ir mucho más allá para romper los moldes corporativistas y los anclajes de los intereses especiales.
La apuesta de los democristianos por el bávaro Stoiber no iba descaminada, pues la victoria de la coalición saliente parece haber sido realmente apurada, frente al notable ascenso de la CDU-CSU. El gran fracaso de los liberales no ha favorecido a Stoiber. Se han quedado por debajo de la mitad del 18% que le daban los sondeos al comienzo de la campaña, y no han logrado convertirse en la tercera y decisiva fuerza política. Se confirmaría así una pauta que ha regido gran parte de la vida política de esta Alemania: las coaliciones de Gobierno se deshacen a mitad de mandato, no en las urnas. La gran excepción fue la de las elecciones de 1998 que llevaron a Schröder a la Cancillería.
Si socialdemócratas y verdes pueden, previsiblemente, repetir gobierno es porque también han logrado avanzar en el Este, una zona electoralmente volátil en la que, por primera vez desde la unificación de 1990, han pinchado los neocomunistas del PDS. A la vez, el fantasma de la extrema derecha se ha esfumado del paisaje alemán. La Alemania que ayer salió de las urnas está más centrada. La oposición, tras estos estrechos resultados, ha de cooperar. No queda otra salida, en especial porque el control por los democristianos del Bundesrat, la Cámara territorial, lleva a una gran coalición de hecho. De otro modo, Alemania se paralizaría, cuando tiene ante sí la gran oportunidad de volver a convertirse en la locomotora de la economía y la integración europeas.
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