La última batalla de Janet Reno
La ex secretaria de Justicia de Clinton se enfrenta hoy a las primarias demócratas para Florida sin dinero ni apoyos
Cuando Bill Clinton estaba sondeando a Janet Reno como posible secretaria de Justicia, la citó en la Casa Blanca y le dijo: 'Me han contado que no es usted muy buena jugando en equipo'. Y ella le respondió: 'Jugaré en equipo mientras usted no cometa algo ilegal o falte a la ética'. Clinton soltó una carcajada y días después decidió nombrarla para ese cargo.
Sus palabras eran tan auténticas como su fama de rebelde en el partido demócrata, fama que ratificó en años sucesivos autorizando seis investigaciones a miembros del Gobierno, incluida la de los pecados sexuales del presidente. El escándalo Lewinsky deterioró al máximo las relaciones con su jefe, aunque ya eran tensas desde antes. Clinton hacía tiempo que se refería a ella en privado como 'la marciana', y al final del primer mandato, en 1996, quiso prescindir de sus servicios pero no pudo, porque para entonces Janet se había convertido en una especie de estrella de rock de la política.
Es un símbolo de la política de corte noble frente al intimidante poder del dinero
Contra todo pronóstico, Janet Reno sorteó con holgura las intrigas en los corredores del poder de Washington y demostró tener más astucia de la que le habían atribuido a su llegada, en 1993, los cínicos del establishment, que la calificaban de paleta criada entre caballos y cocodrilos en los campos pantanosos del sur de Florida. En una ciudad como Washington, donde el deporte favorito es echar las culpas al burócrata de al lado, asumir responsabilidades por los errores es casi un acto heroico. Y eso es lo que hizo Reno para neutralizar a sus críticos. Aceptar la responsabilidad por las muertes de Waco la consagró en el arte de convertir los desastres en victorias, una habilidad que había cultivado con esmero durante sus 15 años como fiscal en Miami.
El país se le había echado encima por las 80 muertes de Waco, Tejas, ocurridas durante el asalto del FBI al complejo de los davidianos para rescatar a niños y mujeres secuestrados. El Congreso la llamó a testificar con la intención de pedirle la renuncia, pero ella, con su aspecto de matrona de otra época, calmada y parafraseando a su héroe, Harry Truman, los desarmó pidiéndoles que no culparan a los agentes del FBI, que 'la responsabilidad se detenía en su puerta'. Y prometió esclarecer los hechos.
Odiada o amada, siempre estaba en el candelero. Semanas después de su testimonio en el Congreso, la revista Spy Magazine sacó una portada con Reno vestida a lo Rambo titulada Mother Justice. Y dos de los espacios de mayor éxito en la televisión, la serie Ally McBeal y Saturday night live, la hicieron una de sus protagonistas habituales, aunque el papel lo interpretaba una Janet ficticia. A Reno le encantaba, porque le gusta reírse de sí misma y porque tiene tablas mediáticas, como hija de periodistas al fin y al cabo.
Ahora, dos años después de salir del Gobierno y con el mal de Parkinson avanzando, vuelve a poner a prueba la destreza que en 1997 la llevó a ser la octava mujer más admirada de la historia de EE UU, según una encuesta de Gallup. A los 63 años aspira a conquistar otro título histórico, el de primera gobernadora de Florida.
Es probablemente la cruzada más difícil de su vida.
Para lograrla tendría que destronar al hermano del presidente Bush, Jeb, pero antes tiene que ganar el pulso a su propio partido en las primarias de hoy. No es que se enfrente a un rival natural, es que la cúpula del partido demócrata ha fabricado a base de millones de dólares un candidato para quitarla de en medio. Y todo por lo de siempre, por su feroz independencia.
Bill McBride surgió de la noche a la mañana. Es un abogado sin experiencia política, retirado del bufete más influyente en los círculos de poder de Florida, Holland & Knight, que, además, pertenece al good old boy network (una cofradía sin cuartel cuyos miembros suelen ser blancos anglosajones que juegan en equipo). McBride resalta su cualidad de veterano de Vietnam y el que sus hijos asistieran a un colegio público. La idea es proyectar una imagen de padre responsable frente a una solterona que tiembla ante las cámaras (de Parkinson), con varias controversias, que ni siquiera cuenta con respaldo de su partido y, por ello, sería incapaz de 'ejecutar la venganza' que juraron los demócratas tras el fiasco electoral de 2000 en Florida, que situó a George Bush en la Casa Blanca a pesar de que Al Gore obtuvo más votos.
Reno cabalga en plan Quijote por Florida al volante de su camioneta roja semidescapotable, convertida en símbolo de lo que en realidad se disputa en esta elección: la política de corte noble a la vieja usanza americana frente al intimidante poder del dinero. Confía en que, ya que no tiene talonario, pueda atraer votos con el capital político acumulado en Washington y su apellido. La reciben como a una estrella. Y por las calles le piden autógrafos.
'Duro con ellos, Janet, te necesitamos en Tallahassee ', le decía entusiasmado Marvin Brockman durante un reciente encuentro con gays y lesbianas al norte del condado de Miami-Dade. Ese bloque de votantes aplaude su propuesta a favor de que los homosexuales puedan adoptar niños. La plataforma política de Janet Reno es, al igual que ella misma, liberal hasta la médula. Está en contra de la pena de muerte, a diferencia de McBride y Bush; quiere dar cobertura médica universal; le preocupan la justicia social, la conservación del medioambiente y, sobre todo, el bienestar de los niños y ancianos. La apoyan desde los más desfavorecidos hasta Martin Sheen o Elton John; los negros, las mujeres y otras minorías, y gran parte de los inmigrantes, con excepción de los cubanos de Miami que no la perdonan que devolviera al niño Elián a su padre en Cuba. Tiene menos respaldo institucional y corporativo que sus contrincantes, pero tampoco es una paria.
Incluso sus detractores admiten la fascinación que produce su inescrutable y espartana personalidad: doctora en Derecho por las universidades de Harvard y Cornell que hasta hace poco no tenía televisión porque prefiere leer, que de verdad se crió entre cocodrilos y caballos, que dedica los fines de semana a ir en canoa en medio de Miami o de Washington, que responde ella misma el teléfono en su casa y va a hacer la compra, que recauda fondos de campaña bailando en discotecas de moda de Miami Beach. Y luego está la Janet con un carácter volcánico, capaz de tirar grapadoras por los aires cuando alguien es ineficiente o imputual, detallista hasta el punto de obsesionarse por ejemplo con que todos los guardacostas se pongan chaleco antibalas e ir a comprobarlo en persona. Que cuando era ministra cambiaba los cócteles en Georgetown por irse a pasear con los amigos de toda la vida.
En plena recta final a las primarias de hoy está consciente de que su camino hacia la victoria es cuesta arriba y de que pertenece a una especie política en extinción. Pero no da tregua a su optimismo. 'La gente me dice: 'Janet, tú eres una buena chica, pero no te van a elegir porque no tienes suficientes fondos para difundir tu mensaje'. Y yo les digo: 'Ladies and gentleman, con su ayuda puedo vencer', le decía este diario durante un descanso en uno de los actos electorales.
A principios de julio, Reno le sacaba a McBride una cómoda distancia de 25 puntos, pero esta última semana se acortó a sólo cuatro o cinco puntos tras una lluvia de anuncios televisivos pagados por los demócratas. Bush, en cambio, la ganaría por un 15% de los votos si la elección se celebrara ahora en vez de en noviembre. Reno y McBride son viejos conocidos. Ella recuerda bien cuando a mediados de los años sesenta el decano del colegio de abogados de Florida, Chesterfield Smith, les propuso a ambos entrar a trabajar a su bufete. McBride aceptó y desde entonces ha sido un campeón del juego en equipo. Ella rechazó la oferta.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.