Unilateralismo y alianzas
Los atentados del pasado 11 de septiembre rompieron el molde geopolítico internacional de la década anterior, que estuvo determinado por la caída de la Unión Soviética. Esos atentados han deshecho el nuevo orden mundial del primer presidente George Bush, que básicamente era el viejo orden mundial, un duopolio político que la desaparición de la Unión Soviética transformó en un monopolio de la potencia estadounidense, pero un monopolio ejercido a la ligera.
Para muchos en el extranjero fue un cambio incómodo, pero entre las otras naciones principales generaba bastante poca ansiedad real porque Estados Unidos estaba considerado básicamente como digno de confianza, un guardián del orden mundial responsable. Puede que se pensara que era errático en algunas de sus preocupaciones o entusiasmos en el exterior, pero la elección de George W. Bush parecía prometer una renovada concentración en los asuntos internos.
La seguridad estadounidense se está viendo socavada por las acciones del propio Washington más que por Al Qaeda
El duro golpe asestado el pasado 11 de septiembre cambió eso. Estados Unidos se replegó en la 'defensa de la patria'. Pero la defensa de la patria significó en realidad guerra contra los talibanes en Afganistán, probablemente una acción militar 'preventiva' contra Irak, y tal vez en otros lugares.
Washington exigió que los países se declararan 'con nosotros o contra nosotros'. Renunció a algunos controles de armamento y a otros acuerdos que limitaban su libertad de acción, calificándolos de 'obsoletos'. Pero el ataque contra el Gobierno talibán en Afganistán dañó enormemente a Al Qaeda, cuyo poder real se había sobrestimado en gran medida. Dicho ataque y la ofensiva mundial de los servicios policiales y de espionaje contra los grupos islámicos armados los debilitó claramente, a costa de desestabilizar políticamente a Afganistán, Pakistán y Arabia Saudí, y de espolear la militancia islámica y el antiamericanismo en otros lugares.
El resultado interno de la crisis fue que envalentonó a las fuerzas unilateralistas y autoritarias de la sociedad política estadounidense, cuya influencia había aumentado en los últimos años, pero que habían estado refrenadas por el equilibrio general de poder institucional y popular en el país. La emergencia nacional y la solidaridad patriótica perturbaron ese equilibrio.
Estos nuevos líderes de Washington tienen una visión que es radical y utópica, por un lado, y complaciente, por el otro. Su utopismo es su creencia en que la dominación estadounidense de la sociedad internacional es la conclusión natural de la historia, ya que, como el propio presidente Bush dijo recientemente en West Point, Estados Unidos es 'el único modelo de progreso humano que sobrevive'. Su complacencia radica en que piensan que el poder estadounidense puede cambiar este nuevo mundo. Creen en el uso sin escrúpulos del poder estadounidense. Se muestran hostiles a las coacciones internacionales y contemplan el derecho internacional como algo pasado de moda en importantes aspectos.
Europa (y Japón), dicen, son irrelevantes porque, según un influyente teórico del nuevo imperialismo estadounidense, 'las perspectivas estadounidense y europea difieren respecto de la importantísima cuestión del poder: la eficacia del poder, la moralidad del poder, la conveniencia del poder. Europa se está alejando del poder...'. A Estados Unidos le corresponde reordenar el mundo. Dicen, asimismo, que derrocar al Gobiero de Sadam Husein en Irak e instalar un régimen controlado por Estados Unidos hará que ese país y (por contagio) el resto de Oriente Próximo sea pacífico y democrático.
En la práctica, la ambición de estas fuerzas es neutralizar a los 'Estados rebeldes' y 'Estados fracasados' por medios militares, cuando sea necesario, y establecer un nuevo sistema internacional ligado a Estados Unidos por alianzas militares que coincidan parcialmente y por asociaciones de intercambio, comerciales y financieras, que funcionen según las normas estadounidenses. Quieren la dominación estadounidense de la alta tecnología militar, justificándolo con consideraciones sobre la no proliferación y la interoperabilidad de las alianzas.
Ésta es la versión del nuevo Washington del Destino Manifiesto estadounidense. Sus propios autores lo definen como una versión 'dura' del wilsonianismo, creada para mayor beneficio de todos. Dicha ambición fracasará a la larga, pero sin duda generará resistencia y perturbará el actual orden internacional en su intento por convertir lo que ha sido un liderazgo estadounidense flexible y consensuado en una hegemonía de hecho. El potencial para un conflicto grave es evidente. Con esto, Estados Unidos se convierte a sí mismo en el generador de tensión y conflicto internacionales.
Las relaciones de la Alianza ya están en su peor momento desde 1945. Un reformador militar estadounidense compara la nueva ambición de Washington con el expansionismo pangermánico de Guillermo II, antes de 1914. El káiser también tenía ambiciones geopolíticas irrealizables y una estrategia preventiva para tratar con sus adversarios. Siguió esta última al principio de la guerra mundial (el plan de Schlieffen, para derrotar preventivamente a Rusia y luego atacar Francia a través de Bélgica, a costa de llevar a Gran Bretaña a la guerra).
Su efecto fue, según un analista militar reformista, 'crear enemigos más rápidamente de lo que podía eliminarles, aunque [Alemania] entonces poseía la máquina de matar más eficiente, si no la más grande, del mundo'. Washington ya está cerca de lograr esto en el mundo musulmán, donde está haciendo enemigos de amigos y supuestos amigos, enervados por las exigencias que se les están imponiendo en nombre de la guerra contra el terrorismo.
Osama Bin Laden atentó contra las Torres Gemelas de Nueva York y el Pentágono para expulsar a las tropas estadounidenses estacionadas en Arabia Saudí, donde están emplazados los Santos Lugares musulmanes. Ahora los soldados se están viendo obligados a marcharse. La opinión de Washington ya considera a Arabia Saudí como un enemigo en potencia, si no real. Ésta es una victoria de Bin Laden.
Sin embargo, el presidente Bush, a diferencia de Guillermo de Alemania, tiene una poderosa oposición política interna a la que enfrentarse, y la opinión pública estadounidense ya está muy inquieta con respecto a una guerra con Irak, y con lo que le presentan como un mal omnipresente. Está preocupada por lo que está sucediendo en las relaciones con aliados que han apoyado a Estados Unidos a lo largo de más de medio siglo. Probablemente haya un límite respecto a lo lejos que se permitirá llegar a los nuevos wilsonianos.
Sin embargo, no es probable que el sistema de la Alianza occidental que ha existido durante el pasado medio siglo sobreviva al nuevo wilsonianismo. Los europeos no tendrán más remedio que encontrar una nueva forma de garantizar su seguridad común. Japón se encontrará a la deriva. Es probable que China y Rusia se vean nuevamente identificadas como amenazas para Estados Unidos.
La seguridad estadounidense, la cual ha estado basada desde finales de la década de los cuarenta no sólo en el poder sino en el respeto internacional y en un liderazgo reconocido, se está viendo socavada por las acciones del propio Washington, más que por cualquier cosa que Al Qaeda haya hecho o pudiera posiblemente hacer. Ésa es la segunda victoria de Bin Laden.
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