Las víctimas españolas del 11-S
Unos estaban allí por azar. Otros porque trabajaban en las Torres. Varios españoles vivieron la tragedia de cerca. Tres murieron
Hubo españoles en el 11-S. Vivían cerca del World Trade Center, trabajaban en las torres o estaban ahí por casualidad. Tres perdieron la vida: Silvia San Pío, que pereció junto a su marido en el piso 92; Jerónimo Domínguez, un policía que participó en las labores de rescate, y Edelmiro Abad, un empleado de banca de origen burgalés. Domínguez y Abad tenían nacionalidad estadounidense pero, al ser de origen español, se les consideró como tales. Los que sobrevivieron han conservado de aquel día recuerdos muy distintos.
El consulado tiene registrados a unos 18.000 españoles en Nueva York y los Estados vecinos. Apenas un puñado fueron testigos directos o protagonistas de los atentados. Algunos han preferido no hablar. La inminencia del primer aniversario ha reavivado experiencias dolorosas, difíciles de compartir. Otros han conseguido superar el trauma y encuentran cierto alivio en volver a contar, un año después, una mañana de finales de verano que empezó como tantas otras. Los familiares de los fallecidos han llevado la peor parte.
Éstos son algunos de sus testimonios.
SILVIA SAN PÍO | Muerte en la torre Norte
Silvia San Pío tenía 26 años cuando murió con su marido, John Resta, en el piso 92 de la torre Norte, donde ambos trabajaban en la firma financiera Carr Futures. Estaba embarazada de siete meses de su primer hijo. Sus padres, José Luis San Pío y María José Carbajal, llevaban ya años divorciados, separados por el Atlántico. María siempre vivió en EE UU al cuidado de su madre, en Bayside, en el barrio de Queens, donde seguía residiendo el día de los atentados.
'El 11 tienen previsto celebrar una vigilia especial en la iglesia del Sagrado Corazón, donde los dos solían rezar. Supongo que iré con mi hijo y mi madre, que vendrán de Madrid. No creo que pueda mirar la televisión. Es demasiado. Sólo ahora estoy empezando a salir poco a poco de estos meses horribles. Pero depende de los días. Estábamos muy unidas y la echo mucho de menos. Lo que más me duele es que no han recuperado nada de los dos. La gente normal puede visitar los cementerios, pero yo no sé adónde ir para recordarla', dice María José Carbajal.
'Me enteré del atentado por la televisión del restaurante donde estaba comiendo', recuerda José Luis San Pío. 'Lo primero que hice fue llamar a Silvia a su móvil, pero nadie contestó. Llamé luego a la familia esperando que me dijeran que no había acudido al trabajo, pero mi esperanza se desvaneció'. San Pío se quedará en Madrid para el aniversario. 'La pérdida de Silvia ha sido algo muy doloroso y nos ha afectado profundamente, pero hemos tenido el afecto de sus amigos y compañeros de trabajo, e incluso de personas desconocidas'.
La muerte de Silvia ha dejado otras secuelas en una familia ya dividida. Sus padres se están enfrentando en los tribunales para hacerse cargo de los asuntos legales y de la herencia de su hija. Sólo se hablan a través de sus abogados.
Cada uno ha vivido la pérdida de forma muy distinta. María estuvo meses casi sin poder hablar, sumida en una profunda tristeza. 'Ahora he pensado quizá en apuntarme a uno de esos grupos donde los otros familiares hablan de sus problemas, porque nadie más puede entender por lo que estamos pasando'. José Luis ha convertido su pena en una protesta contra el terrorismo. 'Hay que hacer lo posible por acabar con las causas del terrorismo. Depende de todos. Los ciudadanos de a pie también podemos y debemos participar, aunque sólo sea transmitiendo una mirada agradable, una sonrisa, a nuestros semejantes cuando nos cruzamos con ellos en la vida cotidiana'.
FRANCISCO JAVIER ORTEGA | Pesadillas persistentes
Durante meses, Francisco Javier Ortega siguió viendo a la gente tirarse desde las torres. 'Cada vez que cerraba los ojos o intentaba dormir, allí estaban, era insoportable'. Con el tiempo, las visiones desaparecieron, pero 'sigo muy afectado por lo que ocurrió', confiesa, sentado en una de las banquetas del restaurante que vino a abrir en Nueva York hace cuatro años. Francisco Javier fue un testigo directo. Vivía en un bloque de edificios frente a la torre Norte y a las 8.46 del 11-S acaba de despertarse.
'Estaba en la cama cuando oí una tremenda explosión. Parecía un ruido de misil, pero sólo vi el boquete en la torre. Algunos trozos del edificio empezaron a caer y pensé en mi mujer, que estaba llevando a mi hijo a la escuela'. Su mujer volvió y estuvieron mirando atónitos por la ventana hasta el impacto del segundo avión. 'Ahí me di cuenta de que podía pasar cualquier cosa'. No se lo pensó dos veces: 'Salimos disparados', hacia la casa de su cuñada en el Village. '¿Quedarme a mirar? Ni hablar, era demasiado peligroso'.
Sólo pudieron volver a su piso una semanas después, custodiados por la policía, para recuperar papeles, tarjetas, cosas de valor y algo de ropa para sus dos niños. 'Había un palmo de polvo, incluso en los cajones cerrados, todo era gris'. Se mudaron cuatro veces, sin muebles, hasta que encontraron una casa en Tribeca, cerca de su restaurante. Lo más difícil fue pedir ayuda. Se solivianta al mencionarlo. 'Fue humillante. En una ocasión tuve que hacer la cola durante 15 horas para conseguir dinero de la Cruz Roja'.
Durante todo este tiempo pensó seriamente en volver. 'Llevo 17 años fuera de San Sebastián, he vivido en Guatemala y en México, y antes nunca había querido regresar'. Su restaurante, Los Pintxos, cerca de Canal Street, estuvo a punto de cerrar por falta de clientes. Ahora, las cosas han vuelto más o menos a su cauce. Ya ha decidido que el 11-S trabajará 'todo el día, sin ver la televisión. He mandado a mi mujer y a mis hijos a España para que no estén aquí, bastante mal lo han pasado ya'.
ARTURO RUIZ | La mañana soleada
El azar quiso que aquella mañana Arturo Ruiz y su hermanoVíctor Manuel tuvieran reuniones de trabajo en el edificio 3 del World Trade Center. Se levantaron temprano para evitar los atascos que a esas horas colapsan los puentes y túneles entre Nueva Jersey y Nueva York. 'Estábamos en Wall Street haciendo tiempo y oímos una explosión, pero, no sé por qué, no le dimos mucha importancia, pensamos que a lo mejor se trataba de una película. Y empezaron a caer papeles y olimos ese olor tan raro'. Arturo es de Santander, pero lleva casi toda la vida (tiene 34 años) en EE UU. Decidió quedarse. 'No soy de los que husmean en los accidentes, pero tenía que acercarme. Entre los papeles recogí un billete de avión. Era de American Airlines [el vuelo procedente de Boston que se empotró contra la torre Norte]. Sé que es de uno de los pasajeros, pero no me he atrevido todavía a mirar el nombre. Lo tengo guardado'.
Volver al coche fue una aventura. En la estampida que provocó el segundo impacto 'tuve miedo, pensé incluso que iba a morir aplastado, tropezaba por encima de la gente, algunos caían'. Se quedó horas atrapado en los atascos de salida, escuchando en las noticias sobre los aviones de Washington y Pensilvania, sin poder hacer nada. 'Era una situación espeluznante, de angustia e impotencia'. Cuando regresó a su casa, abrazó a su familia y a los amigos que habían acudido, se tomó un buen whisky y se fumó un puro.
Estuvo meses sin volver a la ciudad. Vive en Nueva Jersey y trabaja en una naviera. Pasar por un túnel, tomar un tren o subirse a un avión costó tiempo y no pocas angustias. Hace unos días tuvo una pesadilla con dos aviones. 'Supongo que es porque se acerca el primer aniversario. Las imágenes me siguen impresionando mucho. No creo que mire la televisión el 11'.
Ahora dice que le da menos importancia al estrés cotidiano. 'Algunos días especialmente claros y soleados como aquél no puedo evitar pensar que estoy realmente feliz de estar vivo'.
ELENA DEL RIVERO | La obra perdida
Elena del Rivero dedica todo su tiempo y energía a restaurar su obra. Ningún laboratorio de conservación ha querido hacerse cargo por temor al contagio. Sus piezas quedaron contaminadas con los restos de las torres: 'Asbestos [polvo de amianto], mercurio, plomo, allí había de todo'. Esta valenciana, afincada desde hace 12 años en Manhattan, vivía y trabajaba en el número 125 de la calle Cedar, en un edificio del siglo XIX que sólo albergaba a otros artistas como ella, una insólita excepción en el barrio financiero.
Su salón, en el piso octavo, vacío y totalmente en obras, tiene una de las mejores panorámicas de la zona cero. Los ventanales vierten abundantes chorros de luz. 'Antes no teníamos esta vista, estábamos pegados a un complejo de oficinas que se derrumbó. Sólo veíamos parte de las torres que nos iluminaban con sus reflejos'. Una viga del World Trade Center destrozó su dormitorio.
Sus llaves todavía sirven. Ha conseguido entrar antes de que la agencia del medio ambiente clausure el edificio y vuelva a controlar los niveles de contaminación para decidir si hay que tirarlo o no. El rascacielo contiguo, la sede del Deutsche Bank enteramente cubierta por una lona negra, sin duda desaparecerá. 'Cada semana nos dicen algo distinto'.
'Durante meses vine todos los días para trasladar mis obras. Las llevaba en un carrito de la compra porque no dejaban pasar los camiones de mudanzas. Una noche casi me detiene la policía: pensaba que era una mendiga de lo cansada y sucia que iba'.
Elena no sólo perdió cosas, también le extrañaron actitudes. Reconoce estar algo decepcionada por las pocas llamadas que ha recibido de España. 'Aparte de mis galeristas, nadie me ofreció su ayuda. He expuesto mucho en el Reina Sofía y no he sabido nada de ellos. Aquí, por el contrario, me han tratado muy bien'.
Al igual que su marido, Kyle, un arquitecto estadounidense, echa de menos su barrio, 'donde realmente nos conocíamos todos': la cervecería O'Hara, la estación de bomberos número 10, el zapatero que cerró su tienda y no ha vuelto a ver. 'Tengo muchas ganas de volver'.
JOSÉ RAMÓN JIMÉNEZ | El primer día
'Era mi primer día, acababa de dejar la cartera en la sala de conferencias cuando oí aquella tremenda explosión'. José Ramón Jiménez, Jochi, trabaja en un bufete de abogados español en Nueva York. El 11 de septiembre estaba en el edificio 7 del World Trade Center. 'La mayoría de mis colegas había vivido los atentados de 1993 y no esperaron las consignas de seguridad para evacuar el edificio. Estaba en la planta 39 y tardé 20 minutos hasta llegar abajo. Decidí quedarme. Eso había que verlo. Era tan impresionante... Todo el mundo en la calle estaba conmocionado. Muchos se te abrazaban llorando'.
Jochi acababa de instalarse en Manhattan con su mujer y sus dos hijos pequeños. 'Lo que más recuerdo fue el silencio después de que se derrumbara la segunda torre. No me pareció oír un gran estruendo, sólo la total y absoluta ausencia de ruido'. A los pocos días, cuando reabrieron los aeropuertos, mandó a su familia unas semanas de vuelta a España.
'Hubiera podido ser mucho peor. Como era una mañana muy cristalina, le dije a mi mujer que me acompañara y aprovechara la ocasión para subir a los niños hasta el último piso de las torres. Pero seguían padeciendo el cambio horario y no habían dormido en toda la noche, así que decidimos dejarlo para otro día. Menos mal, porque ahora estaría contando una historia muy distinta'.
Le ha sorprendido la solidaridad y el patriotismo de los estadounidenses. Su bufete cedió dos plantas de sus oficinas a una firma de la competencia que lo perdió todo. También le ha costado entender los anuncios en el metro ofreciendo ayuda psicológica a los afectados. 'Nací en 1970 y siempre he conocido el terrorismo en España, por eso creo que he vivido estos atentados de forma muy distinta que los neoyorquinos'. Confiesa no tener pesadillas ni recuerdos especialmente traumáticos. 'No puedes dejar que algo así te afecte. Es un atentado, no hay que olvidarlo. Te atacan por tu forma de ser y, por tanto, no debes cambiarla'.
La fe de Jerónimo Domínguez
Jerónimo Domínguez ha recurrido a su fe para consolarse de la muerte de su hijo Jerome, que este año hubiera cumplido 37 años. Era miembro de las fuerzas especiales de la policía de Nueva York y murió en las operaciones de rescate. Aunque tenía nacionalidad estadounidense, se le consideró como víctima española por las raíces zamoranas de su padre. Domínguez, médico, emigró a EE UU en 1961 desde Pinilla del Toro, y desde hace 35 años atiende a enfermos en el Harlem hispano. Dedica el resto de su tiempo a su intensa vocación religiosa.
'Sé que Jerome está en el cielo', dice, apacible en su consultorio. 'Murió haciendo lo que más le gustaba, ayudar a los demás, y eso es un gran consuelo'. Gladys, su mujer costarricense, lo llevó peor al principio. 'No quería reconocer que nuestro hijo había muerto'. Domínguez tiene barba de profeta e intercala sus comentarios con alabanzas a Dios. 'Siento que Jerome está siempre conmigo. La atención que me ha prestado tanta gente buena me ha ayudado a transmitir mi mensaje cristiano'. Jerome era reservista de las Fuerzas Aéreas. A finales del año pasado, un error burocrático le incluyó entre las tropas destinadas a Afganistán. 'Le hubiera gustado ir. Quería estar donde había más acción, era muy valiente'.
Aunque siguen sin recuperar los restos de su hijo, los Domínguez, Jerónimo, Gladys y su otro hijo, Frank, celebraron un funeral en la catedral de San Patricio el 25 abril. 'Fue emotivo. Una escolta de motoristas de la policía nos acompañó desde nuestra casa del Bronx. Allí estaban todos sus compañeros'. En un año, el matrimonio ha asistido a varias ceremonias en memoria de Jerome y tiene previsto estar en la zona cero el día 11. 'Acompañaremos a las otras familias que han pasado por lo mismo que nosotros. Eso nos ayuda'.
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