_
_
_
_
CERCO JUDICIAL A BATASUNA
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Solidaridad menguante

Del torbellino de hechos que ha desencadenado la suspensión de las actividades de Batasuna decretada por el juez Baltasar Garzón puede extraerse una conclusión provisional que suscita cierta sorpresa: la limitadísima capacidad de la formación de Arnaldo Otegi para responder al mayor golpe que se ha dirigido contra la llamada izquierda aberzale. No puede descartarse que haya habido un cierto ejercicio de contención a la hora de orquestar la resistencia a la clausura de sus sedes. Pero, si así fuera, el simple hecho de que Batasuna se haya sentido obligado a modular su respuesta refuta las afirmaciones de fortaleza a prueba de ilegalizaciones realizadas por sus dirigentes.

Por el contrario, a muchos nacionalistas y no nacionalistas ha llamado la atención la modesta contestación que ha tenido en la calle, el territorio preferido de la comunidad del rechazo que constituye Batasuna, una medida que le condena provisionalmente al limbo de la no existencia legal. No es necesario esforzarse mucho para imaginar qué hubiera sucedido hace tan sólo una década; basta con recordar las movilizaciones y algaradas que acompañaron a las primeras extradiciones a España de militantes de ETA o las 'jornadas de lucha' y huelgas más o menos generales que siguieron a acontecimientos de infinita menos trascendencia.

Antes de producirse el inicio del proceso de ilegalización y el auto de Garzón, Kepa Aulestia ya pronosticaba la incapacidad de Batasuna para dar la 'respuesta contundente' que su cúpula demandaba a la militancia y al 'pueblo vasco' virtual que sueña representar. Ese pronóstico se ha visto confirmado hasta hora, y a la baja. Al margen de la resistencia escenificada ante la Ertzaintza en las sedes de las tres capitales, la contundencia de la respuesta no se ha visto hasta ahora, ni en la vertiente civilizada ni en la más incivil. Muy al contrario, lo que emite son señales de desfondamiento. La meticulosa contabilidad que el diario Gara ofrecía ayer de las protestas del día anterior sumaba trece acciones en otras tantas localidades a ambos lados de la frontera y un total de 1.300 manifestantes.

Pero si resulta significativa esta magra reacción propia, no lo es menos la incapacidad de Batasuna para recabar una solidaridad activa, no retórica, incluso en los círculos ideológicos más próximos. La insensibilidad con la que sus portavoces han endosado al 'conflicto' las sucesivas crueldades de ETA y sus desplantes e invectivas al nacionalismo gobernante han terminado por agostar cualquier apoyo que vaya un paso adelante de la crítica a la Ley de Partidos o al auto judicial. No importa que, efectivamente, ambas medidas tengan el rechazo mayoritario de la sociedad vasca. Otegi y los suyos no están en condiciones de utilizarlo. La manifestación del pasado 15 de mayo, que reunió a más de 50.000 personas en Bilbao contra el proyecto de ilegalización, incluidas las cúpulas y las bases de los otros partidos y sindicatos nacionalistas, no se concibe ahora, cuando la formación ha sido puesta de hecho fuera de la ley. Se interponen las dos víctimas mortales de Santa Pola y el chulesco comunicado de ETA.

El frente electoral de la izquierda aberzale se ha ganado esforzadamente la soledad con la que afronta la más dura prueba de su historia. Se trata de un paso inédito y de consecuencias imprevisibles. Pero es muy improbable que resurja fortalecido del embate, como pregonan sus dirigentes. Porque el sentido de la formación que hasta ahora se llamaba Batasuna no es moverse en la clandestinidad, sino sacar el máximo provecho de la legalidad que denuesta.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
SIGUE LEYENDO

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_