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Release 3.0
Columna
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El guerrero Wi-Fi

Acabo de volver después de casi dos semanas de conferencias en Aspen (Colorado, Estados Unidos) y una de las mejores partes fue no sólo contactar con la naturaleza, sino también el conectar sin cables. El tiempo que pasé allí fue una aventura en la que creamos conexiones Wi-Fi (fidelidad inalámbrica) y ampliamos el acceso a Internet. Y espero que otros imiten mi experiencia: un ejemplo de cómo la tecnología puede dar facultades a la gente y de cómo la gente puede utilizarla para adquirir facultades.

Ya hay una práctica llamada warchalking que consiste en marcar símbolos con tiza para indicar los puntos en los que se pueden encontrar nodos inalámbricos. Yo me refiero a crear esos puntos, no sólo a encontrarlos. Muchos expertos se traen sus aparatos a las conferencias informáticas, pero parece que yo fui la primera que se presentaba en Aspen desde hacía tiempo.

Hay una práctica llamada 'warchalking' que consiste en marcar símbolos con tiza para indicar los puntos en los que se pueden encontrar nodos inalámbricos.
Los proveedores de Internet están preocupados con esto de compartir, pero no lo han entendido. El compartir hace que el servicio sea más valioso.

Mi aventura empezó de forma sencilla. Me registré en el St. Regis Aspen para un taller un día antes de que empezara y la única manera de conectarse era marcando el número a través de líneas de teléfono normales. Los organizadores del taller me dijeron que habían pedido una línea ADSL que estaría al día siguiente. Esa mañana fui temprano y reparé en un cable con aspecto inocente que había en una mesa. Lo conecté a mi aparato y ¡hurra!, estaba conectada.

Pronto aparecieron dos de los expertos de más renombre del sector informático. Dave Farber, profesor de la Universidad de Pensilvania, ex asesor técnico de la Comisión Federal de Comunicaciones (FCC) y editor de IP (Interesting People, Gente Interesante). Luego llegó John Gage, jefe del departamento de ciencia de Sun Microsystems y confundador de NetDay, el proyecto que conectó a la mayoría de los colegios estadounidenses.

Los dos vieron mi cable incluso antes de verme a mí, y tuve que compartirlo. '¿Dónde está esa red inalámbrica en toda la ciudad que solían tener en Aspen?', me quejé a Gage, puesto que Sun había contribuido a instalarla. 'De algún modo ha desaparecido', murmuró.

Pero se animó y prometió traer un AirPort, un acceso inalámbrico de Apple que se vende a 229 dólares. Así todos podíamos compartir la conexión. Lo trajo esa tarde y nos pusimos a trabajar. Pero nuestros problemas no se habían acabado del todo. A mí el sistema me funcionaba, pero Farber tenía problemas. Gage decidió 'ayudarle'. Como era de esperar, cuando Gage dejó de 'ayudarle', Farber consiguió que su ordenador funcionara y todo el mundo estaba contento.

Una vez conectado, Farber contó nuestra historia a Joichi Ito, un empresario digital japonés que se uniría a nosotros para la segunda conferencia. Ito prometió traer puntos de acceso japoneses, más pequeños y que cuestan 150 dólares, de una empresa llamada Melco. Aún no había concluido el drama. Tuvimos que convencer a los organizadores del acontecimiento de que mantuvieran la línea. Lo conseguimos. Gage volvió a traerse su AirPort y para la siguiente conferencia no hubo problemas de conexión.

Para la tercera conferencia encontré una línea ADSL más sin usar. Esta vez tenía mi propio aparato, uno de los Buffalo AirStations de Melco que se había traído Ito. Con un enchufe para conectar a la red eléctrica y otro para un cable. Tuve la tentación de dejarla para que otros visitantes pudieran disfrutar de ella, pero le había cogido demasiado cariño.

¿Qué significa todo esto? Que un equipo inalámbrico resulta muy barato comparado con las ventajas que te proporciona: da movilidad total dentro de un espacio definido, permite compartir una conexión y es sencillo de usar. Estos aparatos amplían (o sustituyen) un cable Ethernet, de modo que varios usuarios pueden compartir conexión. No proporcionan ni sustituyen la seguridad; sigue siendo necesario un técnico que instale una tarjeta inalámbrica de usuario o una red segura.

Estos aparatos permiten que cualquiera en un radio de 90 metros acceda a la capacidad. Puedo llevarme el ordenador fuera del instituto o a la terraza de mi oficina el tiempo que dure la pila.

¿Por qué no olvidar los cables? Estoy pensando en una sala de cierto aeropuerto europeo en el que hay una Ethernet activa. Para usarla hay que dar a un empleado la tarjeta de embarque para que te preste un cable. Pero con mi AirStation, puedo dejar que cualquiera con una tarjeta inalámbrica en su PC use esa única línea. Esto con el tiempo, significará que mucha más gente se podrá conectar en más sitios. Los proveedores de Internet están preocupados con esto de compartir, pero no lo han entendido. El compartir hace que el servicio sea más valioso. A medida que la gente empiece a disfrutar de los placeres de las conexiones inalámbricas, empezarán a solicitar acceso a Internet -y conseguirlo- en más sitios. ¿Qué importancia tiene que se comparta?

Cafeterías, salas de aeropuertos, conferencias, hoteles y otros lugares (sobre todo los Starbucks) ofrecerán conexiones inalámbricas para atraer a los clientes. Para eso, tendrán que comprar una conexión que será compartida, pero cada una será una cuenta de banda ancha adicional que de otro modo no habría valido la pena instalar. A la larga, el mayor acceso no hará sino aumentar el negocio.

Entretanto, me llevaré mi AirStation en mi próximo viaje. En vez de puntos de acceso que ya existen, estaré al acecho de cables de banda ancha que puede ser reforzados compartiéndolos de manera inalámbrica. Llámenlo warchalking elevado al cuadrado.

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