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Columna
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Turismo

Aunque todos los días hay mil motivos para indignarse, nada como ironizar sobre las fiestas municipales para resucitar el compromiso social. Criticar el folclore subvencionado y rebelarse contra la alegría popular obligatoria resulta intolerable en los tiempos de la identidad cultural. Sobre todo si el que critica no es de aquí. Aquí precisamente, en el sur de Europa, siempre nos hemos creído más alegres que los demás, mejor dotados para disfrutar del placer, dueños de una rutina hecha a la medida del hombre. Sin embargo, hay otros lugares en los que la vida resulta tan amable como aquí. A veces, mucho más. En el norte también hay ciudades de calles bulliciosas con gente que bebe fuera de los bares y canta alegremente a voz en grito. Allí hace más frío durante más tiempo, es cierto, y por eso sus habitantes suelen venir para acá. O solían; porque según las últimas noticias el turismo ha bajado en toda España salvo en Andalucía. Aquí los visitantes extranjeros han aumentado un 4,5% durante el mes de julio. Pero incluso en nuestra región, donde la industria turística parece más un fruto espontáneo de la tierra que el resultado de inversiones e infraestructura, hay síntomas de que el tinglado padece un cierto mal. En este asunto nos comportamos como aquellos guapos de la clase, que durante el bachillerato no se esforzaron nunca por ser simpáticos ni generosos porque consideraban que el éxito social era un atributo más de su naturaleza. Cuando pasó el tiempo y aquellos muchachos acostumbrados a gustar perdieron el encanto físico que los hacía irresistibles no supieron desarrollar atractivos de otra especie, y se quedaron menos guapos, más solos y sobre todo estupefactos. Fin de la fábula.

Aquí seguimos aferrados como vejestorios decadentes al encanto que tuvimos, y seguimos creyendo que la afluencia de turistas es una consecuencia más de nuestra festiva manera de ser. Pero la gente es festiva en todas partes y nosotros corremos el riesgo de quedarnos estupefactos cualquier día si no enmendamos el mal funcionamiento de lo único que puede ofrecer, aparte del sol, una región de servicios como Andalucía. El que presta Sevillana-Endesa, por ejemplo, es tan surrealista que sólo se puede entender como atracción turística. La semana pasada Cádiz tuvo 35 apagones en un solo día. ¡Por favor! No me extraña que las mayonesas andaluzas se echen a perder, y que los chiringuitos, asadores y hamburgueserías de temporada se hayan convertido en armas de destrucción masiva. Mientras que el proyectil de la OTAN que apareció el otro día en la playa de Barbate no ha producido víctimas, se sospecha que la salsa elaborada en un asador de pollos de la localidad malagueña de Rincón de la Victoria ha provocado 35 diarreas. Es raro, ¿verdad?, que los extranjeros sigan viniendo.

Addenda: dos lectores, Maribel Amat y Joaquín Rubira, se quejan -y con razón- de que el otro día me refiriera al pregón de Bisbal y a la Feria de Almería como si fueran acontecimientos pasados cuando todavía no habían sucedido. Les pido disculpas. Fue un despiste. O una traición de mi deseo.

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