Sharon o la seguridad como derecho absoluto
Acaba de tener lugar en Tel Aviv la vista preliminar del juicio contra Marwan Barghuti, secretario general de Al-Fatah (el partido de Arafat) en Cisjordania y diputado del Consejo Legislativo (Parlamento) palestino. Barghuti es encausado como 'terrorista' por un tribunal israelí y considerado héroe nacional y líder de la resistencia (Intifada) por el pueblo palestino. Fue detenido -en realidad secuestrado- por el Ejército de ocupación israelí el pasado 15 de abril durante la reocupación de los territorios autónomos palestinos. Tanto la nueva invasión de dichos territorios como la detención y el propio encausamiento de Barghuti violan los Acuerdos de Oslo de 1993, que pusieron en marcha una vía pacífica para solucionar el conflicto israelo-palestino. Dichos acuerdos fueron firmados por el Gobierno de Israel y por la Autoridad Nacional Palestina (ANP) y amparados y garantizados por diversas instancias, incluidos los EE UU, la Unión Europea (UE) y Naciones Unidas. En lo que al capítulo judicial se refiere, Oslo transfirió a la Autoridad Palestina la correspondiente competencia jurisdiccional en el Área A, esto es, aquella bajo completo control, civil y policial, de la ANP. Y Barghuti fue secuestrado en el Área A y luego trasladado a Israel. De modo que -en virtud de los Acuerdos de Oslo- la detención y traslado son ilegales.
No trato tanto de reivindicar la personalidad política del secuestrado (que la tiene) como de resaltar la ilegalidad de la actuación israelí, en su caso particular y en el de tantos otros, así como su desprecio por el derecho y los acuerdos internacionales. Nunca ha sido Israel especialmente escrupuloso en estos temas, pero las circunstancias internacionales y la laxitud moral de la UE después del 11 de septiembre favorecen su comportamiento. El Gobierno de Sharon -para vergüenza de Occidente, que parece haber olvidado muy dignos valores y principios- actúa impunemente a la sombra de una Administración norteamericana que -so pretexto de la lucha antiterrorista- constriñe derechos individuales y colectivos. Uno y otra actúan al unísono en sus respectivas áreas de influencia, Sharon en Oriente Próximo y Bush, el nuevo cruzado, a escala planetaria. No respetan el derecho internacional, conculcan el derecho humanitario, violan principios jurídicos básicos y hacen gala de un manifiesto desprecio por la dignidad de la persona. En diversos campos.
Israel lo hace de variada manera. Por ejemplo, mediante los asesinatos 'selectivos' de líderes de la Intifada. El penúltimo, el pasado julio, consistió en el bombardeo en Gaza de un edificio completo y fue tan 'selectivo' que causó la muerte de Salah Shahada y de 17 de sus vecinos, incluidos 11 niños. Por supuesto, tal barbaridad no sólo incrementó el odio de los palestinos, sino que puso fin a conversaciones que llevaban a cabo Fatah, Hamas y otros para suspender los atentados contra civiles dentro del Israel legítimo. Fin que, probablemente, buscaba Sharon.
La demolición de la casa de la familia de un supuesto o real terrorista (en clara contravención del principio jurídico de que únicamente quien ha cometido un asesinato es responsable del mismo) es otro recurso frecuente. Como comienzan a serlo las deportaciones de palestinos por autoridades que no son competentes, como las israelíes, o la privación discrecional de la ciudadanía a israelíes de origen árabe.
Mientras tanto, el amigo americano anda empeñado en convencer a su opinión pública de que la 'guerra contra el terrorismo' exige comulgar con ruedas de molino, tal como que todo el mundo es culpable mientras no demuestre que es inocente. De los prisioneros de Guantánamo, de su situación, de sus derechos y de su ordalía psiquiátrica (ver EL PAÍS, 21-8-02), nada que hablar. Europa no pregunta sobre ellos, como tampoco sobre la suerte de los centenares de palestinos secuestrados por el Ejército israelí cuando reocupó Cisjordania hace unos meses y que millones de telespectadores vimos cómo desaparecían a bordo de camiones. ¿Dónde y cómo están? Por otro lado, la última medida de la Administración de Bush podría ser tachada de grotesca si no fuera racista. El ministro de Justicia, Ashcroft, ha elegido un particular modo de conmemorar los acontecimientos de hace un año: desde el próximo 11 de septiembre, todo musulmán o ciudadano de un país de Oriente Medio que llegue al imperio será fotografiado y se le tomarán huellas dactilares.
Todo ello acontece ante el asombro y creciente indignación de centenares de millones de árabes y musulmanes que ven a Bush empecinado en invadir un país árabe, Irak, y a representantes de su Administración, como Condoleezza Rice, hacer, cuando menos, declaraciones extravagantes como ésta: 'No podemos permitirnos el lujo de no hacer nada. Debemos actuar por el bien del pueblo de Irak y de todos los habitantes de Oriente Medio'.
Esos árabes y musulmanes, y con ellos cada vez más europeos, nos preguntamos: ¿y del pueblo palestino, quién se preocupa? ¿Quién actúa? Ya es hora de abandonar el doble rasero moral. ¿Peligrosas armas de destrucción masiva en manos de Sadam? ¿Qué hay de las que acumula Israel? ¿Sadam, 'hombre malvado', según Condoleezza, y Sharon, 'hombre de paz', como afirmó Bush hace unos meses? Más ruedas de molino. La ministra de Exteriores española, Ana Palacio, declaró, tras ver a Colin Powell el pasado 13 de agosto: 'El mundo sería mejor sin Sadam'. Bien, pero también sin Sharon, y ha llegado la hora de decirlo, alto y claro, a menos que ese supuesto hombre de paz -que en realidad lleva la guerra en la cabeza- y que, afortunadamente, pierde popularidad en Israel a marchas forzadas, rectifique el rumbo.
Israel, o al menos el Gobierno de Sharon, tiene un concepto absoluto de la seguridad. En realidad, de su seguridad. Enlaza con la de los mentores de la nueva concepción de relaciones internacionales que elaboran y promueven los halcones de Washington, supuestos padres fundadores de un pretendido nuevo orden internacional que quiere enterrar el entramado institucional, incluido el onusiano, e imponer unilateralmente la hegemonía norteamericana en defensa de sus intereses en cualquier parte del mundo. Así concebida, la seguridad resulta
un derecho absoluto que desprecia el de los demás, salvo el de aliados incondicionales como Israel (que no es el caso de Europa). Concepto y derecho configurados como pretexto permanente. De ahí que Edward Said pueda escribir que 'la seguridad israelí es un animal de fábula, una especie de unicornio. Se la persigue sin alcanzarla jamás, pero constituye le objetivo eterno de cualquier acción futura... Ahora bien, ¿alguien se opone a la idea de que la seguridad israelí deba definir el mundo moral en que vivimos? (EL PAÍS, 12-8-02).
Está a punto de iniciarse la primera sesión del proceso contra Marwan Barghuti, que éste -al estilo del 'yo acuso' de Dreyfus- puede convertir en una causa general contra Sharon y su objetivo de impedir la creación de un Estado palestino viable. La crisis económica que atenaza a Israel, debida principalmente a la guerra contra los palestinos y la pérdida de posiciones de Sharon, probablemente le forzaran a anticipar las elecciones generales dentro de unos meses. Paralelamente, está surgiendo una nueva esperanza para el laborismo, la que representa el ex general Amran Mitznah, hoy alcalde de Haifa y que defiende la negociación sin condiciones con los palestinos y el cierre de las colonias judías ilegales. La sociedad israelí debe forzar una vía racional, abandonar temores infundados, asumir que todos tienen derecho a la seguridad y promover la creación de un Estado palestino genuino, al lado del Estado de Israel, ambos igualmente seguros. El caos y la desestabilización que se producirían en la región si Bush invadiera Irak lo harían imposible. Hagamos votos por que la sociedad norteamericana se oponga a tal dislate.
Emilio Menéndez del Valle es eurodiputado socialista.
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