Aventura en la sabana
El que escribe tuvo que plantarse hace poco en las barracas del parque de Etxebarria, cumpliendo su papel de padre protector que aún cuenta con cachorros tempranos. Cuando los cachorros son demasiado pequeños como para jugar libremente en la sabana, el león macho debe acompañarlos en sus selváticas pesquisas, lo cual pasa, en las barracas de feria, por subirse a toda clase de diabólicos artefactos.
El otro día, el que escribe no pudo zafarse del terrible compromiso. El cachorro se abalanzó ebrio de entusiasmo sobre un armatoste de grandes dimensiones (una novedad ferial en la Aste Nagusia) compuesta por un prolongado itinerario lleno de sorpresas mecánicas, ruedas dentadas, rodillos y cintas transportadoras diseñadas para correr en dirección contraria a la que la víctima desearía. Dejar al cachorro solo en aquella obra maléfica hubiera sido peor que abandonarlo en la sabana al alcance de una jauría de hienas, de modo que al que escribe (un teórico de la existencia, y escaso de recursos para la vida práctica) no le quedó otro remedio que meterse también en las tripas de aquella cosa y asegurar con su presencia tutelar la supervivencia de la prole.
Allí fueron los accidentes, los traspiés, las caídas de todo tipo, una vertiginosa sucesión de desgracias de tercera que el cachorro iba salvando con buen ánimo mientras que el padre protector oraba por lo bajo, inseguro ante su suerte final (la suya, no la del cachorro). En el último recodo del invento esperaba una especie de barril giratorio que había que salvar sin libro de instrucciones, una trampa en movimiento que el cachorro atravesó a dos manos, ayudado desde una parte por el que escribe y desde la otra por un empleado de la feria emplazado allí a estos salvíficos efectos.
Pero lo peor vino más tarde, cuando el padre se las tuvo que ver también en las entrañas del barril giratorio, y mientras extendía una mano de auxilio hacia el empleado de la cosa, tuvo que oír la siguiente respuesta, terrible en su inflexibilidad: 'Oiga, que la ayuda es para los pequeños, no para los padres'. Es lo malo de ser un teórico, un analista, un literato: que en los barriles giratorios uno se desploma como un peso muerto y provoca en el distinguido público toda clase de sonrisas y entusiasmos.
Al fin el cachorro salió de su excursión por la sabana completamente indemne, mientras que el que escribe cumplió como pudo con su papel de macho protector, de asegurador de la perpetuación de los genes de la especie. Lo más diabólico de aquel terrible artefacto, que se ha convertido ya en una de las atracciones más exitosas de entre las emplazadas en el parque de Etxebarria, es que la sucesión de accidentes y desplomes se produce a la vista de todos, como si uno se hubiera convertido en un mono de feria consagrado a entretener a los demás.
A veces esto de ser intelectual se las trae, porque uno olvida las más elementales técnicas de supervivencia en la sabana. Afortunadamente este periódico siempre ha tenido la piedad de no reproducir en un cuadrito el rostro de sus articulistas. Como se es una firma (sólo una firma), uno puede atravesar los obstáculos de un artilugio de feria, trompicarse, caer cientos de veces, y entretener así al distinguido público, en medio de un vasto, acogedor y misericordioso anonimato.
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