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Entrevista:Antonio Nieto Sandoval | El piloto de 'chatos' | AVENTUREROS

'ALLÁ ARRIBA, EN COMBATE, ERA ELLOS O TÚ'

Jacinto Antón

Saint-Exupéry, en Pilote de guerre: 'Hoy todavía, como los camaradas, he despegado contra todos los razonamientos, todas las evidencias, todas las reacciones del instante'. En esta tarde calurosa, en su piso de Igualada, el octogenario Antonio Nieto Sandoval sostiene en sus manos la vieja fotografía en blanco y negro que le muestra como un joven teniente de aviación de la República, con dos compañeros de escuadrilla, Muñoz y Garre, ataviados los tres con gorros y chaquetas de cuero de piloto. Tres jóvenes guapos, osados, románticos. Nieto Sandoval observa fijamente su rostro en la foto. ¿Se reconoce en ese lejano aviador, sus valores, objetivos y sueños? 'Sí, claro', afirma sin una sombra de duda. Nieto Sandoval, hoy en zapatillas y aquejado de un insidioso reúma, fue jefe de la célebre tercera escuadrilla de chatos (los aviones Polikarpov I-15) de las fuerzas aéreas republicanas durante la Guerra Civil. Vivió la gran letal aventura de la guerra. Esa guerra cruel, paradojas de la vida, le abrió literalmente el cielo: aprendió a volar para luchar. Fue un as de caza, con varios derribos confirmados, aunque hoy, modestamente, decline hablar de ellos. Tras la guerra, su vida siguió teniendo colores de aventura.

'Volar en combate era menearse todo el rato con los ojos bien abiertos, mirar mucho, tratar de verlo todo'
'He vuelto muy tocado al campo; una vez, con un rafagazo que me destrozó una rueda, pero no he sido de los que no regresaron'

Pregunta. ¿Cómo llega uno a ser as de caza de la República?

Respuesta. No pensaba en ser piloto de guerra, sino en volar y nada más. Cuando estalló la guerra, el Gobierno pidió personal para aviación. Yo, que sólo tenía estudios primarios y me preparaba para estudiar aparejador, vi en aquello la oportunidad de tomar contacto con los aviones, que siempre me habían interesado. Pasé unos exámenes a finales del 1936, y en diciembre nos enviaron a una escuela de vuelo, a Rusia.

P. ¡Rusia!

R. Kirovabad, en el Cáucaso, cerca de Bakú. Allí hicimos el curso de pilotos. Éramos 200 españoles.

P. Así que su primer vuelo fue en el cielo de Rusia. ¿Lo recuerda?

R. Sí, en un U-2/Po-2, un biplano de instrucción, una avionetilla.

P. ¿Qué sintió?

R. Me gustó volar. Era lo que más había ansiado toda la vida. Un sueño que nunca creí que fuera a realizar. Entonces volaban los hijos de papá, y nosotros éramos hijos de obreros. Tomé tierra estupendamente.

P. Volar debía ser entonces cosa de pioneros...

R. ¡Y tan pioneros! Los aparatos eran muy endebles, no como los de hoy, llenos de instrumentos y con estabilidad para todo.

P. De vuelta a España, a la guerra...

R. Regresamos, hacia mayo del año 1937, medio centenar de pilotos españoles, de todo tipo, de cazas, de vuelo rasante ligero, de bombardero pesado. Ingresé en la escuadrilla tercera y permanecí en ella toda la guerra.

P. ¿Recuerda las misiones de combate?

R. Empezamos como protección de costas, de Barcelona a Roses. Protegíamos a los barcos de suministros del Pato, un hidro con base en Mallorca que venía a darnos la lata. No teníamos entonces ni radio ni nada, así que volábamos a vista, íbamos al tuntún. En el suelo nos decían: 'Por tal sitio se ha visto un avión', y hacia allí despegábamos. Luego combatimos en el frente de Teruel.

P. ¿Contra otros aviones?

R. Claro. Los Fiat, los Messerschmitt, Heinkels, el Stuka, todo lo de los contrarios. Yo empecé en un chato y acabé en un chato; sólo había eso, tenías lo que tenías.

P. Qué tal era el chato?

R. El Messerschmitt era superior, pero cada aparato tenía sus puntos fuertes y débiles. El chato era bueno en combate, pero en picado, para salir de una persecución, llevaba las de perder a causa del motor que, al ser radial, te frenaba. En fin, no me puedo quejar del chato, a mí me fue muy bien. Creo que la pericia la da el trabajar mucho. Lo sentía como parte de mí mismo.

P. La lucha en el aire, ¿cómo era?

R. No hay explicación. Ves unos aviones enemigos, y si tienes facilidad entras en combate. Y si te atacan, te defiendes. Disparas. Si tienes suerte es el otro al que ves caer en llamas. En gran parte es tratar de que no te sacudan a ti. Volar en combate era menearse todo el rato con los ojos bien abiertos, mirar mucho, tratar de verlo todo. Los amigos, los enemigos...

P. ¿Era excitante?

R. Sí, nervioso.

P. Usted fue un as. Una especie de Barón Rojo rojo.

R. Todo lo que hice lo logró la escuadrilla. No había héroes. Cumplías con el deber.

P. Pero usted derribó a otros pilotos.

R. Eso del derribo es muy elástico. Es difícil de comprobar e, insisto, casual; puedes tocar un elemento muy sensible y ya está.

P. ¿Derribó...?

R. Sí.

P. Eso era matar.

R. Era, allí, entonces, cumplir un deber.

P. ¿Siente remordimientos?

R. No, era la guerra. Ves un avión que se acerca para dispararte, lo esquivas, te metes en su cola y haces lo que él te haría a ti. ¿Remordimientos? Ninguno.

P. ¿Qué armamento llevaba su chato?

R. Cuatro ametralladoras. Las disparaba desde la palanca de mandos, con cuatro botones, individualmente, o con un gatillo, las cuatro a la vez.

P. A usted no lo derribaron.

R. No. He vuelto muy tocado al campo, una vez con un rafagazo de mil demonios que me destrozó una rueda; pero gracias a Dios o a la suerte no he sido de los que no regresaron.

P. ¿Cree que todo aquello tenía un componente de aventura romántica?

R. Sí, claro, porqué vamos a decir que no. Por las noches, los que regresábamos cogíamos un coche e íbamos a divertirnos. Estábamos orgullosos de ser pilotos.

P. ¿Se considera usted un aventurero?

R. No sé. Quizá un poco cabezón. Si la aventura es conseguir aquello que te propones... yo lo conseguí.

P. ¿La guerra es una aventura?

R. La guerra es idiota. No debería existir. Es cierto que gracias a ella realicé mi sueño de volar.

P. Tras la guerra, volvió a volar.

R. Sí, en los años cincuenta trabajaba para la Dassault en Francia y piloté avionetas. ¡Al volver a pilotar me temblaban las piernas de emoción!

P. ¿Lo echa de menos ahora?

R. El chato lo tengo metido aquí, en el corazón. A veces sueño que tiro de la palanca y vuelo.

P. ¿Lo haría volar?

R. No tengo reflejos ya. Pero probaría. Sin la menor duda, probaría.

LA GUERRA

Antonio Nieto Sandoval (Ciudad Real, 1914) encarna la aventura de la guerra. Porque la guerra, sucio asunto de mutilación, dolor y muerte, tiene una rendija por la que se cuela la aventura, y ése ha sido siempre, desde Fabrizio del Dongo a Mel Gibson, pasando por los lanceros de Bengala, uno de sus grandes reclamos. Piloto de caza republicano en la Guerra Civil, jefe de escuadrilla de chatos, Nieto Sandoval recorrió los cielos como un ave de presa. Hoy, octogenario, con una mujer que lo adora y seis nietos, abomina de la guerra. Pero para él fue más que una aventura, fue la oportunidad de volar. As de la aviación roja, pasó con su aparato a Francia al acabar la guerra, fue detenido luego por los alemanes, estuvo a punto de morir en un batallón disciplinario en África, trabó amistad con un general franquista y acabó trabajando en la fábrica de aviones Dassault, el gran nido de los Mirage. Hombre amable, discreto, con el encanto de un antiguo galán, se ensimisma en sus recuerdos mientras sus ojos azules como el firmamento de una mañana de verano se pueblan de aeroplanos enzarzados en un baile mortal. 'Allá arriba, en combate, era ellos o tú', afirma.

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Sobre la firma

Jacinto Antón
Redactor de Cultura, colabora con la Cadena Ser y es autor de dos libros que reúnen sus crónicas. Licenciado en Periodismo por la Autónoma de Barcelona y en Interpretación por el Institut del Teatre, trabajó en el Teatre Lliure. Primer Premio Nacional de Periodismo Cultural, protagonizó la serie de documentales de TVE 'El reportero de la historia'.

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