_
_
_
_
_
Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Violencia marginal

La muerte de un joven toxicómano a manos de la Guardia Civil cuando se disponía a atracar un estanco en Sevilla ha provocado que grupos de amigos del fallecido o compañeros de barrio se dediquen durante tres noches a quemar contenedores, cubos de basura y automóviles y a apedrear sucursales bancarias sin que hayan faltado ataques a policías y bomberos. Reacciones de protesta de esta índole resultan inaceptables: no ayudan a aclarar los hechos y sirven exclusivamente para aumentar la tensión ciudadana.

Urge en primer lugar aclarar las circunstancias de la muerte del joven atracador y si los agentes se excedieron en el uso de sus armas. En estos sucesos lamentables queda casi siempre la duda de si las fuerzas de seguridad actúan con la proporcionalidad y profesionalidad exigibles. Pero mientras que el juez que instruye el caso no profundice en su investigación y se conozcan los detalles del informe del forense, poco puede avanzarse en esta dirección. En todo caso, no se comprende que las autoridades gubernativas no adoptaran medidas preventivas ante posibles reacciones y hayan dejado un barrio sevillano en manos de pandillas dedicadas al deporte de destrozarlo. El delegado del Gobierno sigue mudo pasadas 72 horas de la muerte del joven y después de reiterados destrozos callejeros.

En otro orden de cosas, ¿cómo es posible que la policía y la Guardia Civil se muestren incapaces de localizar y detener a los jóvenes que acompañaban al fallecido en el atraco, aunque aseguran que ya los han identificado? No estamos hablando de peligrosos y experimentados delincuentes, sino de una cuadrilla, la mayoría menores de edad, que se mueve en ciclomotores y pretende ganarse la vida con el trapicheo de hachís o atracando al tendero de la esquina. Lo más apremiante, en cualquier caso, es imponer la paz en un lugar donde la policía parece que ni se atreve a entrar. Las administraciones públicas deben preocuparse de que los barrios marginales -los hay en muchas ciudades de España- no se conviertan en islotes de paro y violencia donde se mueven libremente los pequeños delincuentes.

Cuando un tema da mucho que hablar, lee todo lo que haya que decir.
Suscríbete aquí

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_