El horror de la literatura
Don Ramón Menéndez Pidal enuncia los caracteres de la literatura española y encuentra que el rasgo principal que la define es su marcado realismo. Se olvida de otros caracteres no menos definitorios: por ejemplo, la tendencia a considerar un tipo de literatura española como verdaderamente 'española' frente a otra (también escrita en España por españoles) que, misteriosamente, no lo es; la obsesión por fijar las obras dentro de géneros y de considerar excéntricas o innecesarias las que no se acomodan a dicha normativa; considerar que la poesía siempre ha de hablar de rosas, fulgores, estrellas, miradas y árboles y si no, no es poesía, y por último la tendencia a establecer una serie de caracteres de la literatura española.
EL CASTILLO DEL ESPECTRO. ANTOLOGÍA DE RELATOS FANTÁSTICOS ESPAÑOLES DEL SIGLO XIX
Selección y prólogo de David Roas Círculo de Lectores Barcelona, 2002 284 páginas. 16,90 euros
El relato más delicioso es el de Gertrudis Gómez de Avellaneda, pero el gran descubrimiento es Pedro Escamilla
Dicho esto, y a pesar de El Crotalón y de La saga/fuga de J. B., hay que admitir que la literatura española nunca se ha llevado bien con la fantasía. Hace muchos años, cuando era un niño, compré la Antología de la literatura fantástica española de José Luis Guarner, editada en 1969 por Bruguera, que todavía conservo, y cuyo precio, estampado en la contraportada, es de 60 pesetas. La antología de Guarner iba desde el infante Don Juan Manuel hasta Pere Gimferrer, e incluía joyas como Huida hacia el pueblo de las muñecas de cera, de Ramón Gómez de la Serna; Tinieblas, de Wenceslao Fernández Flórez, o El jardín de Montarto, de Noel Clarasó. Sin embargo, ni siquiera a un niño que era, bien es cierto, un feroz lector de H. G. Wells, Julio Verne o Jack London lograron aquellas setecientas páginas largas convencerle de que aquello no eran más que excepciones, casos aislados, espigados en la vastedad de obras y de siglos de una literatura de larga tradición.
El castillo del espectro es, como dice su subtítulo, una antología de relatos fantásticos españoles del siglo XIX. Cuenta con un prólogo muy interesante y clarificador de David Roas, que es quien ha elegido los textos y que es autor, además, de una tesis doctoral titulada La recepción de la literatura fantástica en la España del siglo XIX. El volumen aparece dentro de la interesantísima serie Raros y Curiosos del Círculo de Lectores, que ya nos sorprendió con El anacronópete, de Enrique Gaspar (1887), un raro ejemplo de ficción científica española cuyo tema son los viajes a través del tiempo. Uno de los encantos de la colección es la apariencia externa de los libros, que imita las ediciones de lujo de fines del XIX, con sus relieves, dorados y estampados -aunque aquí, tanto en la portada como en el interior, los tipos o 'fuentes' sean puro siglo XXI-. Sorprende, por otra parte, en una edición realizada con tanto cariño y dejada en tan buenas manos, que en el índice no aparezcan los nombres de los autores al lado de los títulos de los cuentos y que el texto no esté libre de erratas, entre ellas, las de las citas en latín, realmente inexplicables.
A nadie debe sorprender que
los mejores relatos recogidos aquí sean, en general, los de los autores más conocidos. La pata de palo, de Espronceda, es absolutamente genial, aunque ya el prólogo nos advierte, ¡ay!, que se trata en realidad de una traducción de un cuento inglés anónimo. Aquí está El monte de las ánimas, de Bécquer, maravilloso como cualquiera de sus Leyendas, y otros títulos conocidos, como La mujer alta, de Pedro Antonio de Alarcón, o El talismán, de Emilia Pardo Bazán. Es en estos relatos, junto con el breve Médium de un joven Pío Baroja o el estremecedor La princesa y el granuja. Cuento de Año Nuevo de Benito Pérez Galdós, donde encontramos verdadero interés literario. Quizá el mejor relato de la colección sea el de Pérez Galdós, que no sólo prefigura el colorido virtual y también el lado metafísico de Toy Story, sino que es una verdadera obra de la imaginación y no de la vacua y derivativa fantasía. La princesa y el granuja, de Galdós, es además el único cuento de los que se recogen aquí cuya lectura produce verdaderos escalofríos.
El relato más delicioso es La ondina del lago azul, de Gertrudis Gómez de Avellaneda, cuyas escenas lacustres a la luz del claro de luna nos llevan al lado más mágico del romanticismo. Entre los autores menos conocidos, resulta muy interesante El número 13, de José Selgas. Pero el gran descubrimiento es Pedro Escamilla, único autor representado con dos títulos, que nos sorprende con una pluma ágil y desenfadada y un estilo de párrafos muy cortos cuyo ritmo parece prefigurar el siglo XX. El volumen nos proporciona también la oportunidad de reencontrarnos con la prosa excéntrica y hermética de Ros de Olano, cuyo estilo aparentemente 'vanguardista' también parece prefigurar, en cierto modo, la prosa experimental del siglo XX y es, quizá por esa razón, el texto más aburrido de todos.
En cuanto el resto, ¡horror, horror y más horror! Horror estético, quiero decir. Todos los tópicos, los castillos, los fantasmas, las sombras terroríficas, los huesos que se levantan, las enfermedades inexplicables, las mujeres malignas cuyos ojos brillan en la oscuridad, y todas las marcas de la literatura secundaria: intrusivos comentarios del autor, vueltas de la trama que no saben justificarse y, sobre todo, imprecisión, vaguedad, vaguedad a raudales.
Hay dos tipos de romanticismo: uno, el de Wordsworth, Keats, Hölderlin, Chateaubriand, Pushkin, Leopardi, grandes autores, grandes poetas, literatura intemporal; otro, que se alimenta de autores que pueden ser grandes en sí mismos, como Poe, Hugo o Walter Scott, pero que dio como resultado una simple moda, compuesta por tics, efectos fáciles y lugares comunes. De este segundo tipo es la literatura española romántica, y también la literatura española romántica de tipo fantástico. En nuestro país, los epítetos 'decimonónico' o, sobre todo, 'romántico' se usan casi siempre para descalificar a un autor o a una obra. Pero no nos engañemos: la literatura fantástica romántica española no es mala porque sea decimonónica, ni porque sea romántica, ni mucho menos porque sea fantástica. Es mala porque es mala.
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