Tres hurras por Brasil
Parece que los mercados mundiales están haciendo muecas de desprecio a Brasil en estos momentos. Pero podrían estar tan equivocados respecto a la economía de Brasil como lo estuvieron, este verano, los expertos acerca del fúbol brasileño. Como recordarán, cuando empezó el Mundial se consideraba que el equipo brasileño tenía talento, pero también muchos defectos. Pero Brasil volvió a ser campeón del mundo. También el país podría resultar igual de sorprendente y resistente.
En efecto, en los últimos años, Brasil ha creado una democracia vibrante con una economía fuerte. Merece un voto de confianza de los inversores y de los líderes políticos.
Como en cualquier otra democracia vibrante, existen puntos de vista diferentes. En EE UU, no todos los ciudadanos están entusiasmados con la rápida conversión de un superávit de miles de millones de dólares en déficit que ha conseguido Bush, y la mayoría tampoco acepta sus propuestas para privatizar el sistema de la seguridad social estadounidense, que ha contribuido tanto a eliminar la pobreza entre los ancianos de Estados Unidos. Sin embargo, en Brasil existe respecto a los temas clave un amplio consenso político (no unanimidad, pero nadie debe esperar eso), que incluye a todos los principales rivales en las próximas elecciones presidenciales que se celebrarán en octubre.
Por ejemplo, hay un amplio consenso sobre una política fiscal y monetaria sólida: nadie quiere volver a la hiperinflación de las décadas anteriores. La política monetaria de Brasil ha sido llevada extraordinariamente bien por Arminio Fraga (ex alumno mío), pero tras él hay una institución fuerte, con la capacidad analítica de un Banco Central de primer orden.
La iniciativa que tomó el Banco Central de Brasil para aumentar la transparencia y la apertura es un modelo para los bancos centrales de todo el mundo, desarrollado y en vías de desarrollo. Como es natural, es posible que haya desacuerdos respecto a la puesta a punto de la economía, pero eso es normal en cualquier democracia.
También existe un amplio consenso respecto a que, aunque los mercados son el centro de una economía de éxito, el Gobierno también tiene un importante papel. Por ejemplo, el Gobierno brasileño llevó adelante una de las privatizaciones de las telecomunicaciones de más éxito, pero también defendió una competencia más fuerte y una política regulatoria.
A diferencia de Estados Unidos, cuando el país se enfrentó a una crisis de electricidad el Gobierno no se quedó alegremente de brazos cruzados dejando que las fuerzas del mercado se 'encargaran' del asunto (que en EE UU quería decir manipulación del mercado por parte de Enron y otros), sino que intervino con fuertes medidas. Como estadounidense, vi con envidia cómo Brasil se las apañó para salir de una difícil situación.
Brasil es un país con extraordinarios recursos humanos y físicos. Puede que se le llame nuevo mercado, pero posee instituciones financieras, de enseñanza y de investigación de primera categoría. Las discusiones sobre economía en São Paulo son tan sutiles como en Nueva York. Los seminarios de las universidades en Río son tan animados como los de Cambridge, en Massachusetts, o Cambridge en el Reino Unido.
Produce unos de los mejores aviones del mundo; tan buenos que los competidores de los países industrializados más avanzados han intentado imponer barreras comerciales. Pero, a pesar de todos sus puntos fuertes, Brasil tiene una debilidad esencial: un elevado nivel de desigualdad. Es una debilidad que (a diferencia de lo que sucede en Estados Unidos) también cuenta con un amplio consenso: la mayoría está de acuerdo en que necesita ser abordada, y que el Gobierno tiene la obligación de hacerlo.
El actual Gobierno ha dado pasos extraordinarios en el campo de la educación. Hace 10 años, el 20% de los niños en edad escolar de Brasil no iban al colegio; ahora esa cifra ha descendido a un 3%. Gane quien gane las próximas elecciones, es casi seguro que continuará las inversiones en educación.
Del mismo modo, los campesinos sin tierra constituyen un problema tanto económico como social, y la actual Administración ha puesto un interés especial en sacar adelante una interesante reforma agraria basada en el mercado, iniciativa que ha recibido el apoyo del Banco Mundial. Gane quien gane las elecciones, lo más probable es que persiga un fuerte programa de reforma agraria.
En lo que respecta a la epidemia del sida, Brasil se enfrenta a un desafío a su sistema sanitario, y aunque uno pueda estar o no de acuerdo con los planteamientos concretos adoptados por el Gobierno, hay una cosa clara: todo el mundo reconoce que ésta es una de las principales responsabilidades del Gobierno. Y lo que es más, gane quien gane las elecciones casi con certeza reflejará el amplio consenso nacional.
La relación deuda-PIB de Brasil es moderada (mejor que en Estados Unidos en la época en que Bill Clinton llegó a la presidencia, y mucho mejor que la de Japón y varios países europeos). A diferencia de su vecino del sur (antes de la crisis de Argentina), Brasil tiene un sistema de tipos de cambio flexible: su moneda no está sobrevalorada (en todo caso, está infravalorada). Con unas exportaciones fuertes, no debería tener ningún problema para satisfacer sus obligaciones de deuda, siempre y cuando los tipos de interés no se disparen hasta alcanzar niveles que conviertan un problema en una profecía que se cumple.
Brasil se ha labrado un camino que no está basado en la ideología o en una ciencia económica excesivamente simplista. Aprovecha las oportunidades a la vez que encara y aborda la dura realidad, ya sean las deficiencias de la enseñanza, la falta de tierras o el sida. A base de trazar brillantemente su rumbo, Brasil ha creado un amplio consenso nacional tras una economía de mercado equilibrada y democrática. Puede que la victoria de Brasil en el Mundial no tenga nada que ver con estas reformas, pero la creatividad de ese equipo ganador sí dice mucho acerca del espíritu del país.
Joseph Stiglitz es profesor de Economía y Finanzas en la Universidad de Columbia, ganador del Premio Nobel de Economía en 2001 y autor de Globalization and its Discontents. © Project Syndicate, agosto 2002.
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