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Un camarero ecuatoriano muere acuchillado en un bar de Ciudad Lineal

La policía investiga si este hecho violento se trata de un robo o de un ajuste de cuentas

Oriol Güell

Diecisiete cuchilladas acabaron ayer con la vida de Eugenio Mauricio Pineda Rivera, de nacionalidad ecuatoriana y de 36 años, poco después de que abriera el bar en el que trabajaba de camarero. Al parecer, dos personas entraron en el local sobre las 7.00 y lo acuchillaron hasta dejarlo malherido. Pineda llevaba tres años y medio viviendo en Madrid, estaba casado, tenía dos hijos, de 10 y cinco años, y compartía piso con otros dos matrimonios. La policía indaga si el crimen se debe a una deuda contraída por Pineda para venir a España o es un intento de robo.

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La cuadragésima muerte violenta del año en la región llegó en una mañana de agosto que fue fresca, plomiza y ventosa. Pineda había llegado al bar JM a las 7.00 con la misión de abrir el establecimiento al público. Instantes después, dos hombres entraron en el local.

Nadie vio lo que sucedió a continuación, pero sólo unos minutos después, Pineda yacía en el suelo, ensangrentado y con 17 cuchilladas en el cuerpo. Así lo encontró un repartidor de frutas que entró al bar sobre las 7.15. Un enfermero del Samur, que pasaba por el lugar, dio los primeros cuidados a Pineda, pero éste murió una hora después en el hospital de La Princesa.

Pineda entrará en las estadísticas con un número, el 40. Ésa es la cifra de personas que han muerto de forma violenta en la Comunidad de Madrid desde que empezó el año, tres de ellas, trabajadores de la hostelería. Pero su muerte tiene otras caras mucho más desoladoras: son las de Nancy, su esposa, y la de sus dos hijos. La familia se queda rota, a 7.000 kilómetros de su Ecuador natal y con el único sueldo que gana la viuda por su trabajo de limpiadora en un bar situado junto al parque de El Retiro.

La policía investiga dos hipótesis sobre el móvil del crimen: un robo al que Pineda opuso resistencia o un ajuste de cuentas relacionado con alguna deuda. A primera hora de la mañana, los portavoces policiales se inclinaban por el robo frustrado ante las circunstancias del suceso: un camarero solo en un negocio a una hora tranquila.

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Sin embargo, cuando se conoció el grado de ensañamiento de los agresores con la víctima, tomó fuerza la hipótesis de un ajuste de cuentas por alguna deuda que el fallecido hubiera contraído para venir a España. Además, según fuentes policiales, las máquinas del local no fueron reventadas y no está confirmado que los asaltantes se llevaran algún botín.

En total, Pineda recibió 17 cuchilladas: 11 en la espalda, tres en el pecho, dos en el costado y una en la mano. No todas ellas fueron profundas y algunas podrían ser el resultado de la resistencia que opuso la víctima al asalto. Sin embargo, varias alcanzaron los órganos vitales de Pineda. La gravedad de las heridas hizo que, pese a los esfuerzos del Samur para contener la hemorragia, el hombre falleciera a las 8.25, poco después de ingresar en el hospital de La Princesa.

Mañana cotidiana

Sólo dos horas antes de su muerte, Pineda se despidió de su mujer en su hogar, como cada mañana. 'Mi marido se despierta a las seis y yo también me levanto con él. Siempre lo hago para despedirle, aunque él se va sin desayunar porque prefiere hacerlo en el bar'. Éste era el último recuerdo, cotidiano y contado en presente pese a que Pineda ya había fallecido, que Nancy Cecilia Sancho tenía ayer al mediodía de los últimos minutos que pasó junto a su marido.

Cuando el matrimonio se despidió, sus dos hijos, una niña de 10 años y un niño de cinco, seguían durmiendo. También lo hacían los otros cinco inquilinos del piso en el que vivían, en el barrio de Ascao: dos matrimonios y otro niño, todos ellos ecuatorianos.

Hacía sólo tres meses que Pineda trabajaba en el bar JM, situado en el número 4 de la calle del Arzobispo Cos, a 20 metros de la confluencia de las calles de Arturo Soria y Alcalá. Pese a ello, los dueños le dejaron al frente del negocio cuando se fueron de vacaciones. 'Era un hombre serio, que inspiraba confianza. Era honesto y trabajador', acertó a decir Marcelo, compañero de piso del fallecido.

El trágico suceso interrumpió lo que iba que ser una mañana corriente en el bar JM. Una caja de cartón repleta de barras de pan permaneció todo el día, sin abrir, en la barra del local.

Pero la persiana metálica bajada del negocio escondía una escena de cine negro: en el suelo, junto a la puerta, una enorme mancha de sangre; a un lado, las zapatillas deportivas blancas y la camiseta hecha jirones ensangrentada que llevaba el fallecido en el momento de ser acuchillado; sobre la barra, restos de polvo blanco y círculos de tiza, rastro inconfundible de la policía científica que había buscado huellas dactilares para esclarecer el crimen; tras la barra, un desorden de papeles y objetos, presumiblemente causado por los homicidas al tratar de encontrar un botín que llevarse.

Eugenio Mauricio Pineda y Nancy abandonaron la ciudad costera de Machala, al sur de Ecuador, a principios de 1999, con dos niños pequeños y la esperanza de 'encontrar aquí en España la prosperidad que no encontraban allá', explicó Marcelo. 'Yo vine un año más tarde. Nos conocíamos ya en Machala, desde hacía muchos años. Él me ayudó a encontrar trabajo y piso cuando llegué a Madrid. Desde hacía dos años compartíamos el piso con otro matrimonio', recordaba el hombre mientras esperaba en el hospital de La Princesa el traslado del cadáver al Instituto Anatómico Forense, donde hoy se le hará la autopsia.

Marcelo tenía una preocupación: arreglar los papeles del sepelio de Pineda sin que costara mucho esfuerzo y dinero a la viuda. '¿Sabe usted dónde podemos contratar el entierro?', le preguntó al agente de policía que acompañaba a la viuda y a sus amigos en el hospital. 'No creo que podamos repatriar el cadáver. Costará mucho dinero. Tendremos que incinerarlo aquí', aventuraba el hombre, con gesto nervioso y sombrío.

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Sobre la firma

Oriol Güell
Redactor de temas sanitarios, área a la que ha dedicado la mitad de los más de 20 años que lleva en EL PAÍS. También ha formado parte del equipo de investigación del diario y escribió con Luís Montes el libro ‘El caso Leganés’. Es licenciado en Ciencias Políticas por la Universidad Autónoma de Barcelona y Máster de Periodismo de EL PAÍS.

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