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Polémica en Holanda por el ingreso en un psiquiátrico de una niña que presenció un crimen

Isabel Ferrer

Rowena Rikkers tenía apenas cinco años cuando Mike J., el compañero de su madre, Wanda, la mató de tanto maltratarla. Su hermana, Rochelle, presenció a los tres años los abusos y cómo los dos adultos congelaban el cadáver de la víctima y luego lo descuartizaban, esparciendo los restos por diversos puntos de Holanda. Analizada por varios psicólogos infantiles que han sacado conclusiones opuestas sobre su estado, Rochelle ha vivido en casa de una tía y con una familia de acogida desde que la policía española detuviera a Mike y Wanda en Murcia en diciembre pasado. La menor está con sus abuelos maternos, pero los jueces de menores han ordenado su ingreso en un hospital psiquiátrico porque, según un experto, está demasiado traumatizada para llevar actualmente una vida normal. La orden judicial aún no ha sido cumplida.

Que una niña tan pequeña acabe en un centro así sentaría un precedente en Holanda que enfrenta a los psicólogos. Wim Wolters, catedrático de psicología y experto en traumas, señalaba en el informe, que ha sido refrendado por la decisión del Tribunal de Menores, que Rochelle había sufrido continuos abusos físicos y psíquicos 'con un fondo sádico' a manos de las personas que mataron a su hermana.

Aunque Rochelle era 'menos pesada' que Rowena, según Wanda Rikkers, de 25 años, y no la pegaban tanto ni la duchaban tan a menudo con agua helada, sí debía satisfacer sexualmente a Mike J., antiguo policía de Rotterdam, de 32 años, expulsado del cuerpo por fraude. Tras hablar con la menor, Wolters concluyó que estaba obsesionada con su hermana y, después de consultar con colegas, le dijo que Rowena estaba muerta, decisión criticada por Martin Huisman, padre de las niñas, que perdió la patria potestad tras su divorcio de Wanda.

Un padre poco preparado

Wolters aboga por tratar a Rochelle de una forma estructurada, algo que su padre, al que considera muy influenciable y poco preparado para ejercer una paternidad responsable, no podría hacer. Cuando Monique Huisman, tía paterna que tuvo a la niña una temporada, dijo que no podía aguantar más que le pidiera permiso hasta para ir al baño, o bien que no la llamara cuando vomitó una noche en la cama, el análisis de Wolters cobró fuerza.

Los problemas de la familia de acogida que la recibió después, que pidió liberarse de dicha carga porque se mordía las unas hasta sangrar, se había cortado con un cuchillo y había agredido a un compañero de parvulario, reforzaron las teorías de Wolters. Entonces llegaron Dolph y Rita Kohnstamm, psicoterapeutas infantiles y partidarios de que Rochelle siga con sus abuelos maternos. Para ellos, lo mejor es que la niña esté con personas que la quieren y la pueden ayudar en un entorno conocido. En cuanto al padre, han visto que a Rochelle le importa su progenitor más de lo que Wolters admite. Huisman ha dicho que intentará impedir que su hija sea internada.

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