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Columna
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Los otros, también

Andrés Ortega

En la guerra fría, el mundo comunista levantó muros para atrapar a la gente dentro de ellos. Pasados aquellos tiempos, Europa intenta, bastante inútilmente, construir otros, si bien de índole distinta: no para no dejar salir, sino para dejar entrar sólo a los que cree necesitar y quiere elegir. Vivimos una nueva era de grandes migraciones. Así, EE UU está superando las cotas de inmigración del siglo XIX y principios del XX. Pero no vayamos, sin embargo, desde el occidentalismo, a creernos que estos movimientos van sólo del Sur (o Este) al Norte, y que el multiculturalismo es un problema, o una solución, únicamente para nosotros, sino para todos.

Aunque reconoce que las buenas estadísticas sobre movimiento de gentes siguen siendo poco fiables, Kim Hamilton, del Migration Policy Institute de EE UU, calcula que en la actualidad hay unos 150 millones de personas que viven fuera de su país de nacimiento o de nacionalidad, incluidos ilegales y refugiados (sin contar turismo y viajes de negocios). De este total, la mitad, por lo menos, corresponde a las migraciones entre los otros, entre países del Tercer Mundo o del otrora Este. Allí también la inmigración se está convirtiendo en una cuestión política de primer orden.

En Suráfrica, desde el final del apartheid, varios millones de ilegales de otros países del continente han llegado a esas tierras de donde decenas de miles son expulsados cada año. Según el ACNUR, hay más de 21 millones de refugiados en el mundo, efecto de las guerras y de los sifones económicos. Con su política de puertas abiertas, Egipto se está llenando de refugiados. En El Cairo se ha perdido la cuenta, pero pueden estar malviviendo hasta medio millón de ellos, y la UE teme que la capital egipcia se esté convirtiendo en una vía de paso hacia Europa. Muchos se quedan. Y en el cercano Golfo, el número de trabajadores extranjeros se multiplicó casi por cinco (de 1,1 a 5,2 millones) entre 1970 y 1990. En Arabia Saudí, una cuarta parte de los habitantes eran ya extranjeros en 1999. En Asia, las migraciones se notan menos porque los inmigrantes llegan a países muy poblados. Los chinos se han convertido en una clase transnacional en Asia, como los indios en buena parte de África. Tailandia produce 400.000 emigrantes al año, pero recibe cerca de 600.000 inmigrantes.

Probablemente la única y significativa excepción a este movimiento entre países económicamente más atrasados sea América Latina. Pues si la emigración de América Latina a EE UU, Canadá y Europa sigue aumentando, entre países latinoamericanos las migraciones se han reducido en las últimas dos décadas, según un reciente informe de la CEPAL. Mal síntoma.

En la cada vez menos otra Europa, en Eslovaquia, por ejemplo, según la viceprimera ministra Mária Kadlecíková, entran muchos más inmigrantes que el número de eslovacos que salen. Fenómenos migratorios recientes entre Kazajstán y Rusia están dando lugar a brotes xenófobos y racistas. Pues si muchos rusos salen, otros muchos no quieren en su seno cuerpos extraños de otro color de piel o de cultura diferente. Según recogía el Herald Tribune, en la región de Krasnodar, de cinco millones de habitantes, han entrado en la última década cientos de miles, que pueden llegar a un millón, de inmigrantes.

No hay cifras globales de ilegales, pero aumentan año a año con las redes de tráfico humano. Tampoco se conoce el alcance de lo que Hamilton y otros llaman 'migración circular', no autorizada pero tampoco controlada, de trabajadores que toman empleos temporales y luego regresan a sus países de origen. El 11-S, y la crisis bursátil y económica puede haber frenado esas otras migraciones masivas que son el turismo y los viajes de negocios. Por vez primera desde 1982 (golpe en Polonia, segunda crisis petrolera, guerra de las Malvinas y guerra israelí en Líbano), el número global de turistas se está reduciendo este año. Sea como sea, muchas gentes del mundo se han puesto en marcha, de Sur a Norte, de Este a Oeste. Difícil resultará pararlas.

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