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Berlín se convierte en el centro de los debates de la arquitectura contemporánea

5.000 profesionales dialogan en el congreso de la UIA y en decenas de exposiciones

Lola Huete Machado

Berlín y cómo construirla. Ningún tema ha dado tanto de sí en los últimos años como esta relación entre una ciudad y su arquitectura.

'En las ciudades se decide mucho más de lo que creemos', apuntó el canciller Gerhard Schröder el martes en la inauguración del XXI Congreso Mundial de Arquitectura, que se celebra por vez primera en territorio alemán. 'Cómo nos relacionamos con personas de otro color de piel, de otra procedencia, de otra religión o cultura... En las ciudades se decide si rechazamos a las minorías o consideramos la variedad como riqueza en sí misma', dijo el canciller.

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Y desde ese momento, Berlín se convirtió en un ir y venir constante de los miles de expertos participantes en el congreso, oteando los edificios de la ciudad desde cualquier esquina. Porque Berlín entera en sí misma es objeto de exposición. En ningún otro lugar se ha construido tanto en la última década. En ningún otro se ha discutido tanto sobre cómo debe o debía ser su futuro.

Coser el muro

Tras la reunificación del país en 1990, quedó una ciudad por hacer. Aún posee grandes espacios incompletos aquí y allá, costurones difíciles de rematar, decenas de edificios abandonados y los rastros de esa larga línea divisoria donde no hace mucho se alzaba el muro. La arquitectura de la ciudad ha marcado la vida de sus habitantes. Basta acercarse hoy a la Potsdamer Platz, un erial hace diez años; un conjunto de obras de grandes arquitectos aún por terminar.

La historia misma de la creación de la Unión Internacional de Arquitectos (UIA), organizadores del congreso que se celebra estos días, tiene que ver con esa idea fundamental: la arquitectura es motor de cambios. La terrible experiencia de la II Guerra Mundial animó al también arquitecto Pierre Vago a poner en marcha en 1948 un encuentro entre profesionales de diversos países, independientemente de religiones, razas o políticas. 'Si estamos de acuerdo en destruir, pongámonos también de acuerdo en construir', dijo Vago. Hoy, más de un millón de profesionales pertenecen al UIA. Y unos 5.000 de ellos, de distintos gremios han acudido a Berlín para dialogar y compartir visiones sobre el futuro de un arte que no sólo levanta edificios por todo el planeta, sino también pasiones.

De Berlín en sí se ocupan tres importantes exposiciones organizadas durante el congreso mundial. Una de ellas lleva un nombre sencillo: La mano del arquitecto. Se trata de una mirada atrás, hacia 300 años de historia arquitectónica de la ciudad. Y ningún lugar mejor para acogerla que el edificio del Altes Museum berlinés, un clásico realizado por el maestro Karl Friedrich Schinkel en el siglo XIX. La mano del arquitecto presenta planos, dibujos, bocetos, detalles, alzados, obras de arquitectos famosos, como el propio Schinkel, de hace un siglo, o las más cercanas de Mies van der Rohe, Wassili Luckhardt o Hans Scharoun. Visiones muy personales sobre distintos rincones del centro de una ciudad que ha sido durante siglos y es aún hoy materia de trabajo para numerosos profesionales.

El arquitecto Josep Paul Kleihues, entre otros, se ha encargado de la organización de la muestra junto a la Bauakademie de Berlín. Un total de 300 obras y 17 modelos, procedentes de los fondos de 14 colecciones de arquitectura berlinesas, desde la de la Bauhaus hasta la de la Universidad Técnica de Berlín, se podrán ver hasta el 29 de septiembre.

Casi hasta la misma fecha, el 16 de septiembre, en el edificio de la Martin Gropius Bau, se exhiben trabajos recientes de los arquitectos alemanes. La muestra, titulada Nueva arquitectura alemana, muestra los proyectos y el resultado final de 25 edificios construidos entre los años 1996 a 2002. Y para completar el recorrido, Fifty: Fifty, Arquitectura construida y no construida en Berlín entre 1990 y 2000, presenta, hasta agosto, precisamente lo que no se ha hecho. Visiones de nuevo de una ciudad en la que también se puede visitar Rethinking: space, time and architecture, una muestra múltiple repartida por ochenta espacios distintos del barrio de Mitte.

75 años de buena vida

'Uno no puede vivir en un museo. Siempre respetando el sentido que quiso dar el arquitecto al espacio; pretendo adaptar la casa a mi propia vida'. Tilman Osterwold reconoce que no es fácil vivir donde lo hace. Cuenta los cambios que ha introducido en su vivienda y lo hace con un respeto cercano al miedo, pidiendo perdón. Usa palabras como 'gratificante' o 'enriquecedor' para describir su personal adaptación a su propio hogar; pero nunca dice que es 'sencillo'.

La infinidad de curiosos que este año están desfilando por delante de sus ventanas es otro problema. Desde 1984, él y su mujer viven en una casa unifamiliar diseñada nada menos que por Le Corbusier. Pero no una cualquiera de las muchas que dibujara uno de los padres de la arquitectura moderna. Se trata de uno de los apartamentos situados en el complejo de viviendas de Stuttgart conocido como Weissenhofsiedlung. Una urbanización que, bajo la dirección de Mies van der Rohe, llevaron a cabo 16 nombres claves de la arquitectura moderna. Fue en 1927. Es decir, hace 75 años.

Ahora, dos exposiciones en Stuttgart, ambas en la Galería de la Ciudad, hasta el 6 de octubre, muestran lo que ha supuesto una contribución al XXI Congreso Mundial de Arquitectura de Berlín, recuerdan tan importante fecha.

Los temores que el señor y la señora Osterwold expresan a un grupo de entusiastas de su barrio residencial en una página de Internet están justificados. Esas casas son toda una declaración de principios: representan el madrugador manifiesto del Estilo Internacional. A los arquitectos ya citados se sumaron, entre otros, Walter Gropius, entonces director de la Bauhaus; Peter Behrens; Victor Bourgeois; Josef Frank; J. J. P. Oud; Hans Scharoun; Richard Döcker; Adolf Rading; Bruno y Max Taut... Actualmente algunas de las viviendas, incluidas las de Gropius, ya no existen. La barbarie del nazismo y las bombas las derribaron. Pero el espíritu permanece intacto.

Entonces, sus arquitectos pretendieron integrar en los 21 bloques que completaban las 63 viviendas los principios de la vida moderna. La arquitectura y la vida, nada menos, debían ser fundidas en una única pieza, porosa y resplandeciente, por la que respiraran conceptos tan naturales y saludables como luz, democracia, espacio y libertad. Adiós a los ornamentos innecesarios que tanto irritaran a Adolf Loos y a las hipocresías de un siglo -el XIX- que ya olía a naftalina. Nuevos materiales, nuevos conceptos a la hora de organizar los espacios, menos accesorios, fuera tejados; más ventanas. Apenas se inauguraron las casas de Weissenhofsiedlung, ya nada volvió a ser igual. La revolución estaba en marcha. Cuentan las crónicas que cerca de medio millón de visitantes se acercaron a finales de los años veinte por los alrededores para ver de cerca lo que les deparaba el futuro. Hoy, millares de visitantes continúan año tras año sin poder resistirse a la tentación de la utopía. Pues eso fue y así lo cree el señor Osterwold, quien, pese a todo, se niega a abandonar Weissenhofsiedlung, el hogar de la modernidad.

La Potsdamer Platz, uno de los entornos más atractivos del nuevo Berlín.
La Potsdamer Platz, uno de los entornos más atractivos del nuevo Berlín.EPA

75 años de buena vida

'Uno no puede vivir en un museo. Siempre respetando el sentido que quiso dar el arquitecto al espacio; pretendo adaptar la casa a mi propia vida'. Tilman Osterwold reconoce que no es fácil vivir donde lo hace. Cuenta los cambios que ha introducido en su vivienda y lo hace con un respeto cercano al miedo, pidiendo perdón. Usa palabras como 'gratificante' o 'enriquecedor' para describir su personal adaptación a su propio hogar; pero nunca dice que es 'sencillo'.

La infinidad de curiosos que este año están desfilando por delante de sus ventanas es otro problema. Desde 1984, él y su mujer viven en una casa unifamiliar diseñada nada menos que por Le Corbusier. Pero no una cualquiera de las muchas que dibujara uno de los padres de la arquitectura moderna. Se trata de uno de los apartamentos situados en el complejo de viviendas de Stuttgart conocido como Weissenhofsiedlung. Una urbanización que, bajo la dirección de Mies van der Rohe, llevaron a cabo 16 nombres claves de la arquitectura moderna. Fue en 1927. Es decir, hace 75 años.

Ahora, dos exposiciones en Stuttgart, ambas en la Galería de la Ciudad, hasta el 6 de octubre, muestran lo que ha supuesto una contribución al XXI Congreso Mundial de Arquitectura de Berlín, recuerdan tan importante fecha.

Los temores que el señor y la señora Osterwold expresan a un grupo de entusiastas de su barrio residencial en una página de Internet están justificados. Esas casas son toda una declaración de principios: representan el madrugador manifiesto del Estilo Internacional. A los arquitectos ya citados se sumaron, entre otros, Walter Gropius, entonces director de la Bauhaus; Peter Behrens; Victor Bourgeois; Josef Frank; J. J. P. Oud; Hans Scharoun; Richard Döcker; Adolf Rading; Bruno y Max Taut... Actualmente algunas de las viviendas, incluidas las de Gropius, ya no existen. La barbarie del nazismo y las bombas las derribaron. Pero el espíritu permanece intacto.

Entonces, sus arquitectos pretendieron integrar en los 21 bloques que completaban las 63 viviendas los principios de la vida moderna. La arquitectura y la vida, nada menos, debían ser fundidas en una única pieza, porosa y resplandeciente, por la que respiraran conceptos tan naturales y saludables como luz, democracia, espacio y libertad. Adiós a los ornamentos innecesarios que tanto irritaran a Adolf Loos y a las hipocresías de un siglo -el XIX- que ya olía a naftalina. Nuevos materiales, nuevos conceptos a la hora de organizar los espacios, menos accesorios, fuera tejados; más ventanas. Apenas se inauguraron las casas de Weissenhofsiedlung, ya nada volvió a ser igual. La revolución estaba en marcha. Cuentan las crónicas que cerca de medio millón de visitantes se acercaron a finales de los años veinte por los alrededores para ver de cerca lo que les deparaba el futuro. Hoy, millares de visitantes continúan año tras año sin poder resistirse a la tentación de la utopía. Pues eso fue y así lo cree el señor Osterwold, quien, pese a todo, se niega a abandonar Weissenhofsiedlung, el hogar de la modernidad.

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Sobre la firma

Lola Huete Machado
Jefa de Sección de Planeta Futuro/EL PAÍS, la sección sobre desarrollo humano, pobreza y desigualdad creada en 2014. Reportera del diario desde 1993, desarrolló su carrera en Tentaciones y El País Semanal, con foco siempre en temas sociales. En 2011 funda su blog África no es un país. Fue profesora de reportajes del Máster de Periodismo UAM/El País

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