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López

En el Museo de Bellas Artes de Bilbao puede verse la exposición que lleva por título Vicente López: la invención de un cuadro de historia. En ella se muestran algunos de los bocetos que sirvieron al pintor Vicente López (Valencia, 1772 - Madrid, 1850) para llevar a término su obra histórica Ciro el Grande ante los cadáveres de Abradato y Pantea, lienzo de grandes dimensiones (4,34 x 6,80 metros), fechado en 1826, que fue destruido por un incendio en 1915.

En un pequeña, pero muy cuidada, publicación, editada por el Museo, el comisario de la exposición, Xavier Bray, explica que la obra fue un encargo del monarca Fernando VII a Vicente López -a quien había nombrado con anterioridad Primer Pintor de Cámara en 1815, título que conservó hasta su muerte-, para que lograra equipararle a imagen de Ciro, fundador del Imperio Persa, considerado como gobernante ideal y sumamente tolerante, según lo expresa Jenofonte (Atenas, 430 - Corinto, 355 a. C.) en su obra histórica Ciropedia o Educación de Ciro.

No obstante la óptima opinión que tenía Fernando VII de sí mismo, su reinado se caracterizó por la constante oposición de los grupos liberales contra su despótica manera de gobernar. Mas dejemos la historia para adentrarnos en los alicientes pictóricos que podemos encontrar en estos diez bocetos.

Los cuatro dibujos a lápiz, dos de ellos sobre temas de mujeres llorando y otros dos sobre busto de anciana, ponen de manifiesto la excelente mano para el dibujo que poseía el pintor. Lo mismo sucede con las dos aguadas, en especial la de Ciro el Grande. También destaca el trabajo al pastel de la mujer recostada, tanto en la ejecución, donde podemos encontrar ecos de Goya, como por la manera de presentar el rostro y cuello de la modelo en una atrevida posición horizontal.

Sin embargo, resulta chocante la torpeza que pone de manifiesto al pintar la corona en la obra Cabeza de Ciro (óleo sobre tabla). Mientras el rostro de Ciro está trazado con sumo mimo, la corona no se asienta debidamente en la cabeza, además de estar pintada demasiado al descuido y con evidente inhabilidad.

En cuanto a lo que se considera el último boceto, realizado al óleo, que sirvió de pauta para llevar a cabo la obra definitiva, tiene un precedente en otro boceto muy similar, hecho a lápiz. Con buen criterio se han colocado juntos. Obviamente, el boceto a lápiz busca el encaje de las figuras y su consabida delimitación formal a través del dibujo. El óleo se sirve de los hallazgos dibujísticos que le depara ese boceto previo para centrarse en la combinatoria de luces y sombras, y, muy particularmente, en la especificidad colorística...

De esa obra no nos gusta el exceso de luz insuflado sobre el triángulo que conforman los cadáveres de Abradato y Pantea, más la mujer recostada llorando. Por ese exceso las figuras han perdido los matices de claroscuros que poseen otros grupos insertados en la misma obra. Por otro lado, los cascos de algunas figuras del cuadro no se asientan bien sobre las cabezas, salvo la del guerreo en movimiento que está de espaldas. No sabemos si en el cuadro desaparecido esos pequeños errores llegaron a subsanarse.

Si lo desean pueden acercarse a las salas del arte clásico del museo, para ver el retrato que hizo Vicente López a Ximénez del Río (Arzobispo de Valencia) en 1800. En la misma sala se hallan dos retratos de Francisco de Goya a Martín Zapater y a Moratín, fechados en 1797 y 1824, respectivamente. Siendo bueno el de Vicente López -aunque se excede en la intensidad de los carmines-, los de Goya son mejores.

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