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Reportaje:REPORTAJE

La segunda bala de los 'chacales'

Cuando Frederick Forsyth escribió Chacal, desde luego no pensó en un chalado de 25 años que iba a sacar una escopeta en la acera, en medio de la multitud, para tirar contra un presidente situado a 150 metros de distancia. La novela traza el retrato de un profesional de la muerte que falla porque la policía le mata antes de disparar una segunda bala; pero en la realidad del último 14 de Julio, cuatro espectadores se bastaron para impedir esa segunda oportunidad al joven ultraderechista que apuntaba a Chirac, en una versión de baja intensidad.

El Chacal novelesco no responde a ningún personaje de la realidad, pero el libro se inspira en un compló auténtico contra el general De Gaulle, uno de la media docena organizada por la Organización del Ejército Secreto (OAS), el grupo de extrema derecha fundado por el general Raoul Salan, violentamente opuesto a la política argelina de De Gaulle.

En pocas horas tuvo tiempo de asegurar que quería matar al presidente, acabar con la democracia y suicidarse, si hay que atenerse a la versión oficial
Un 'chacal' de verdad habría buscado el modo de introducirse en cualquiera de los edificios que bordean los Campos Elíseos, itinerario de Chirac

El 8 de septiembre de 1961, De Gaulle salió del palacio del Elíseo para pasar un fin de semana en su pueblo, Colombey-les-Deux-Églises. El cortejo, integrado por el coche principal y otros cuatro de protección, aguardó hasta el último instante para escoger uno de los cuatro itinerarios posibles. Marchaba a 110 kilómetros por hora cuando, en una larga recta, la explosión de una bomba sacudió a la caravana y provocó una cortina de llamas. El gendarme que conducía a De Gaulle necesitó toda su sangre fría para acelerar, pasar el muro de fuego y detenerse unos cientos de metros más adelante. De Gaulle salió del coche, preguntó si había heridos; musitó: '¡Qué torpes!', y siguió viaje.

El fracaso no arredró a la OAS, que lo intentó de nuevo el 22 de agosto de 1962. De Gaulle tenía que pasar en coche por el cruce de carreteras de Petit Clamart (al suroeste de París), camino de un aeródromo. Nueve personas se habían conjurado para cortarle el paso. Querían vengarse del alto el fuego en Argelia, al que habían seguido un referéndum de autodeterminación y los acuerdos que pusieron fin a la guerra de la independencia argelina.

Al llegar al punto elegido, el teniente coronel Jean-Marie Bastien-Thiry acribilló a balazos el coche del presidente de la República. Pero falló. 'Han disparado como cerdos', escribe Philippe de Gaulle que comentó su padre al llegar al aeródromo, donde pasó revista a la guardia de honor como si nada hubiera sucedido.

Este atentado arrastró consecuencias políticas. A raíz de lo ocurrido, De Gaulle organizó el sistema por el que Francia elige a su jefe de Estado por sufragio universal, tratando de asegurar así la legitimidad democrática para una autoridad que, hasta entonces, descansaba sólo en su prestigio como jefe de la Francia que se opuso a los nazis, y que figuró entre los vencedores de la II Guerra Mundial.

Entre los implicados en este atentado, el teniente coronel Bastien-Thiry terminó ante un pelotón de ejecución. Otro de los conjurados, Georges Watin, no cejó hasta organizar lo que se conoce como el compló de la Escuela de Guerra, un proyecto de matar a De Gaulle con un fusil de mira telescópica, aprovechando una visita al establecimiento militar en febrero de 1963.

La nueva conjura fue descubierta. Georges Watin huyó a Suiza, que no concedió la extradición, ahorrando al extremista el pelotón de ejecución. El fugitivo escogió en Paraguay un refugio más lejano y más seguro para él, donde vivió 30 años más. La historia novelada de Chacal está inspirada precisamente en este compló contra De Gaulle, y no en los atentados cometidos por el venezolano Carlos Ilich Ramírez Sánchez, a quien la prensa llamó Chacal mucho más tarde, al publicarse las fotos de un ejemplar de la novela de Forsyth tirado en medio de un charco de sangre.

No es fácil encontrar la traza de estos tremendos personajes en Maxime Brunerie, el chico de 25 años, de talla mediana, estudiante y chófer ocasional de personalidades; serio y discreto para cuantos le conocen; fanático del fútbol, y fichado desde 1997 por sus contactos con grupos de extrema derecha, que el pasado 14 de julio se encontraba en la plaza del Arco del Triunfo con una carabina transportada en una funda de guitarra.

Un chacal de verdad habría buscado el modo de introducirse en cualquiera de los edificios que bordean la avenida de los Campos Elíseos, por la que Jacques Chirac tenía que descender en coche descubierto. Pero Maxime Brunerie sacó su escopeta en medio del gentío, al comienzo del recorrido, y disparó un primer tiro cuando Chirac pasaba a unos 150 metros de él. Lo milagroso no es que fallara como presunto magnicida; lo verdaderamente milagroso es que no hiriera a cualquiera de los cientos de personas que le rodeaban.

Incógnitas encadenadas

A partir de ese momento, las incógnitas se encadenan. La casualidad y la suerte existen, pero llama la atención que, de los más de 100.000 espectadores que asistían al desfile militar, el hombre más cercano al presunto demente armado fuera precisamente un enfermero psiquiátrico. Según su propia versión, él forcejeó con Brunerie -existe un vídeo que lo prueba- y consiguió reducirle, ayudado por un turista canadiense de origen argelino y otros dos espectadores no identificados.

El chacalillo sólo estuvo unas horas en manos de la policía, a causa de su estado psiquiátrico, En esos momentos de confesión policial tuvo tiempo de asegurar que quería matar al presidente, acabar con la democracia y suicidarse, si hay que atenerse a la versión oficial; que además da por cierto que Maxime Brunerie actuó solo y que no se trata de ningún compló. Cuántas seguridades, para tratarse de una persona a la que se interna en un psiquiátrico urgentemente...

Con el chacalillo alejado de las preguntas que pudieran plantearse jueces y abogados, de este caso no queda más que el flemático 'Ah, ¿sí?' con el que Chirac contestó al ministro del Interior, Nicolas Sarkozy, cuando le comunicó lo sucedido. Qué prudencia la suya, a lo De Gaulle, al mantener tras el desfile una entrevista televisada en la que no dijo una palabra sobre el disparo. Y qué desinformación -¿o quizá respeto exquisito?- la de los presentadores-estrella de los tres canales principales, que no mencionaron tampoco el pequeño detalle de que el jefe del Estado, con el que conversaban en directo, había sufrido un atentado horas antes.

La novela de Forsyth hizo época

CHACAL, DEL BRITÁNICO FREDERICK FORSYTH, obtuvo un gran éxito editorial y su efecto se prolongó en una película de Fred Zinnemann. En la novela, el asesino es un contratado de la OAS que utiliza los desfiles del 14 de julio en París como ensayo antes de pasar a la acción en una ceremonia prevista para el 25 de agosto, cuyo objetivo era matar a Charles de Gaulle. El escritor traza el retrato de un profesional de la muerte cuidadosamente entrenado. Un hombre capaz de disfrazarse de excombatiente y de ingeniárselas para pasar el rifle, en una falsa muleta de tullido de guerra, oculto a la policía. Un asesino que, naturalmente, no se queda en la calle entre un mar de cabezas -como hizo Maxime Brunerie el domingo pasado-, sino que escoge un edificio elevado desde el que tener la vista despejada sobre el blanco. El inmueble seleccionado por el tirador de la novela tenía ventanas que daban al lugar donde se esperaba a De Gaulle. Tanto la novela como la película han tenido una enorme fuerza popular, y ello se debe a la emoción que despierta la evocación del ancestro del perro, prácticamente convertido en sinónimo de asesino maquiavélico y cruel. Cuadra con los atentados contra De Gaulle; encaja mucho menos, en lo que se sabe hasta ahora, del sufrido por Chirac. Las autoridades francesas van a revisar el sistema de seguridad del presidente de la República porque un asesino de verdad puede presentarse en condiciones mucho más peligrosas de las que lo hizo el joven ultraderechista. Y la segunda lección es que Francia no puede permitir un comercio de armas tan libre como el que ha sido moneda corriente hasta ahora.

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