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LA COLUMNA
Columna
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Fuego fatuo

Josep Ramoneda

EL ESTADO de la nación presenta un aspecto preocupante: hay sobredosis de nacionalismo en escena, y no sólo vasco. También español, como se desprende de la imprudente -pero nada inocente- Operación Perejil. El problema de los nacionalismos es que como sus verdades son eternas, tienen mucha tendencia a crear problemas innecesarios y a exacerbar los existentes. De pronto, nos encontramos con tres autodeterminaciones sobre la mesa: la de Gibraltar, la del País Vasco y, en la recámara, la de Ceuta y Melilla. No se puede mover ficha en un sitio (Gibraltar, por ejemplo) sin pensar en las repercusiones en otros puntos del tablero.

La tendencia a negar la realidad, a menudo para sustituirla por metafísicas interpretaciones de la historia, sigue vigente en el País Vasco. Los actores políticos -desde sus nacionalismos- parecen cada vez más ensimismados en sus relatos, en sus neurosis y en sus certezas. Y, sin embargo, la foto de la sociedad nunca es definitiva, y los problemas se metamorfosean, aunque sea de un modo muy lento en una situación tan cristalizada.

El PP no puede comportarse como si las elecciones vascas del año pasado no hubieran existido. PP y PSOE consiguieron una gran movilización, con toda probabilidad irrepetible, que les llevó a las puertas de un cambio que muchos considerábamos deseable. Se quedaron a 25.000 votos del objetivo. Y con un índice de participación tan alto que hace pensar que las reservas se agotaron a uno y otro lado. Ganó el PNV, y éste dato no puede obviarse.

El PNV no puede negar la realidad de que el País Vasco vive en una situación predemocrática en la que no se dan las condiciones elementales para el ejercicio de las libertades. Una realidad que no le permite poner perfil de víctima, porque ni es creíble ni es moralmente aceptable. Un partido centenario comprometido con la democracia, como explicó Anasagasti, no puede esconder esta evidencia. Su primer compromiso debe ser restaurar las libertades.

El País Vasco va bien económicamente, a pesar de la OPA cruenta de los peones de Aznar sobre el sector financiero. Es curioso que el PP, tan beligerante en otros temas, nunca haya puesto barreras a la renovación del concierto vasco. Pero este bienestar económico no puede ser la coartada para esconder lo demás. E Ibarretxe tiene una abusiva tendencia a utilizarla. La economía y las grandes abstracciones semiéticas son los refugios para su fracaso en la normalización democrática.

La acción policial y judicial está siendo muy eficaz. Los comandos de ETA están viendo cómo su recorrido se reduce espectacularmente. El entorno de ETA está sufriendo una eficaz presión judicial. ETA está enormemente debilitada policial y políticamente.

Ésta es la situación un año después de las elecciones. ¿Por qué no quieren reconocerla los actores políticos? El PNV tiene la oportunidad de contribuir a dar el último empujón al terrorismo. Y, sin embargo, amenaza con su programa de máximos. Al tiempo que aboga por la impunidad de Batasuna. No es la independencia el problema, porque es tan defendible como cualquier otra opción siempre y cuando los procedimientos y los contenidos sean democráticos. Ni lo es siquiera la defensa de la legalidad de Batasuna, porque, ciertamente, las responsabilidades colectivas son fuente de arbitrariedad. El problema es que el PNV no quiere reconocer su posición ventajista, no quiere asumir que mientras haya gente amenazada y atemorizada, mientras los distintos partidos no gocen de las mismas libertades, es inaceptable plantear cualquiera de los objetivos programáticos que pretenden superar el marco constitucional. Restaurar la democracia empieza por el respeto a la legalidad vigente. Difícilmente puede restaurarla quien la deslegitima.

El órdago del PNV -una amenaza que sabe que no puede cumplir- ha sido de una ligereza insoportable en una situación tan delicada. Resultaba patético que Anasagasti, una semana más tarde, cambiara los términos de la apuesta y ofreciera otro plazo: esta vez de tres meses y para crear un tiempo de distensión. ¿En qué quedamos?

La declaración pactada por el PP y el PSOE en el Congreso introduce una conminación al Ejecutivo para el diálogo con el Gobierno de Vitoria que podría ser una vía para una apertura del pacto de las libertades. Precisamente porque ETA está muy acabada, deberían sentarse todos los partidos democráticos para restablecer las reglas del juego y ordenar el paso al futuro. Para ello, el PNV debe asumir que la derrota de ETA no sólo es posible, sino también deseable. Aunque quizá el fuego fatuo de los nacionalismos está demasiado encendido para que todo esto sea algo más que buenos deseos.

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