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Columna
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Hacia el futuro

Ahora hace cinco años se produjo una rebelión popular contra ETA. Había sido asesinado Miguel Ángel Blanco y poco antes habíamos visto emerger a Ortega Lara de un zulo, en imágenes que nos recordaron lo inconmensurable, lo inadmisible, el horror del lager. Gobernaba entonces en Euskadi José Antonio Ardanza, quien tuvo el arrojo de ponerse al frente de la rebelión, y durante aquellos días vivimos hermosos momentos de libertad y de esperanza. Algunos, muchos, albergamos la ilusión de que esos acontecimientos iban a suponer el fin de ETA y que una larga pesadilla podía estar a punto de acabar. Pudo estarlo, pero algo se torció, y las aguas volvieron a su cauce sombrío y años de un terror generalizado nos han arrastrado después a esta situación enloquecida.

Los días de Ermua pudieron ser una fecha inaugural, nos gustaría creer que lo fueron. Mucho nos tememos, sin embargo, que allí no se inició algo, sino que culminó y concluyó algo, algo que fue rápidamente abortado. Nos duele llegar a la conclusión de que lo que supuso un movimiento de reacción popular por encima de ideologías - salvo la de los asesinos - se haya convertido en una efemérides sólo de parte. Cinco años después, quien ahora nos gobierna se olvidó de la fecha para hacer de ella otro jalón más de la discordia.

¿Qué ocurrió para que esa fecha en la que coincidieron el horror y su superación, el crimen y la esperanza, se convirtiera en patrimonio de algunos, sólo de algunos? Cuando hoy en día escucho ciertas invocaciones al heroísmo de la gente o a la movilización de la gente, no puedo evitar un gesto de escepticismo. El mismo que me provoca la esperanza en una rebelión popular que culminaría lo iniciado en Ermua tras despertar fuerzas dormidas. No, me digo, la rebelión popular ya se produjo, y fue abortada. Lo que se dio entonces no ha generado un crecimiento de la protesta, y es inútil esperar a que determinada ecuación del horror pueda poner en pie de nuevo lo entonces desatado. El terror no ha cesado de mostrarnos sus variadas ecuaciones y ha perfeccionado e implantado además técnicas de terror difuso, de modo que lo que percibimos entre la gente es hastío, desconcierto, miedo. Pienso también si la estrategia de los no nacionalistas en las pasadas elecciones autonómicas no se fundó en esa apreciación ilusoria. Se pretendería dar cauce político a lo que Ermua supuso, pero el resultado no fue el mismo: Ermua fue mucho más, y quisiéramos creer que en esas elecciones no se dio un paso más, sin quererlo, para su definitivo desmantelamiento.

Es casi un dogma la explicación de lo ocurrido entonces. El liderazgo del lehendakari y de su gobierno duró poco, y su retracción -la traición a Ermua diríamos- fue debida al miedo de los nacionalistas a que el fin de ETA los arrastrara también a ellos en su caída. Hay quienes piensan, por el contrario, que el liderazgo de aquel movimiento hasta sus últimas consecuencias los hubiera liberado definitivamente de toda sospecha y los hubiera hecho depositarios de la confianza popular. Queda, finalmente, una sospechosa pregunta: ¿hubieran podido liderar realmente aquel movimiento el lehendakari y los nacionalistas? El PNV mantenía en aquellos momentos un pacto parlamentario con el PP, pacto que curiosamente excluía lo fundamental, la política antiterrorista. Marginado el PNV de toda influencia en ese terreno, ¿podía haber liderado realmente lo que se inició en Ermua? ¿No tuvo motivos para temer un sorpasso que acabara apartándolo del poder? La alternativa por la que optó fue la demoníaca, la misma que le ha ayudado a insensibilizarse y a buscar en el arreglo político justificación a lo injustificable: una deriva hacia el mal. Pero por el otro lado hemos de señalar un defecto de la política, un pulso maniqueo que le está aportando además muy magros resultados.

Sea como sea, lo que se ha instaurado en la política vasca es un choque entre dos poderes irreductibles que está generando mucha confusión y que deja escaso lugar, precisamente, a la política. De ahí que sea ilusorio invocar a la participación ciudadana, ya que justamente no hay lugar para ella. A ésta sólo le cabe esperar en un final próximo del terror, que sólo llegará por la eficacia policial y las medidas legislativas y judiciales. Y votar, a tientas entre la confusión y el miedo. Ese es el espacio al que se la ha condenado, a la espera de una alternativa que ha de ser algo más que un globo mediático.

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