Asedios a la novela del XX
Bajo la apariencia de una gavilla de ensayos personales acerca de algunas de las mejores novelas del siglo XX, La verdad de las mentiras esconde, en realidad, un tratado de narratología en toda regla, delicioso complemento hermenéutico -y guía técnica ilustrada- de los necesarios tratados teóricos de Bal, Genette, Chatman, Martínez Bonati o Booth, que le acerca al lector no avezado las claves de la arquitectura de la novela y, más aún, la poética de la ficción, cuestión sobre la que el autor de Conversación en La Catedral (1969) ha venido iluminándonos desde que en 1971 publicara el mítico y soberbio estudio dedicado a Cien años de soledad, García Márquez: historia de un deicidio. Siguió revelando los entresijos de la construcción de la novela en su célebre ensayo sobre Flaubert, La orgía perpetua: Flaubert y Madame Bovary (1975), y más tarde en La verdad de las mentiras, publicada por Seix Barral en 1990 y editada ahora en versión corregida y muy aumentada por Alfaguara, y en las Cartas a un joven novelista (1997), suerte de aguja para que los navegantes del género novelístico jamás pierdan el Norte en materia de tiempo, espacio o punto de vista. Que un estudio de Mario Vargas Llosa se incluya en el repertorio crítico de Enric Sullá, Teoría de la novela. Antología de textos del XX (Crítica, Barcelona, 1998) muestra hasta qué punto su preocupación por el género de la novela trasciende la frontera de sus propias ficciones. Como le ocurre a Eco en Un paseo por los bosques narrativos (Lumen, Barcelona, 1996), Vargas Llosa es capaz de convertir su discurso crítico en la jugosa manzana con la que seducir al lector adamita.
LA VERDAD DE LAS MENTIRAS
Mario Vargas Llosa. Alfaguara. Madrid, 2002 413 páginas. 18,50 euros
La primera edición del libro que tenemos entre manos contenía, entre otros de no menor lucidez, exquisitos ensayos sobre Muerte en Venecia, de Mann; Manhattan Transfer, de Dos Passos; Trópico de cáncer, de Miller ('tengo todavía el prejuicio de que las novelas deben contar historias que empiecen y acaben, de que su obligación es oponer al caos de la vida un orden artificioso y persuasivo', página 146); Santuario, de Faulkner ('en toda novela es la forma lo que decide la profundidad o trivialidad de su historia', página 113); Lolita, de Nabokov, o Herzog, de Saul Bellow ('¿es un acierto o una derrota del autor que el lector quede con la sensación de haber leído sólo una magnífica novela?', página 374). Esta reedición añade una reivindicación entusiasta de André Malraux a la luz de La condición humana, comentarios acerca del extraño maridaje entre surrealismo y novela a cuenta de Nadja, de Breton, y un hermoso paseo por las conquistas que Alejo Carpentier, Koestler, Orwell o el Tabucchi de Sostiene Pereira obtuvieron para el reino de la novela. Con independencia de lo que los lectores piensen acerca de los juicios del autor sobre esta nutrida nómina de clásicos del XX, La verdad de las mentiras constituye un modélico ejercicio de crítica literaria, a la vez que toda una lección de poética narrativa (léase, si no, el ensayo introductorio 'La verdad de las mentiras'), una prueba definitiva de que el buen fraile fue antes cocinero, esto es, de que el buen escritor antes fue buen lector.
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