Realidad

Leo en este mismo periódico que con el 35% de lo que cuesta hacer una serie de ficción se puede hacer un programa de telerrealidad. Contradicciones aparte (es imposible que algo que sale por la televisión sea real), aún nos parece demasiado caro porque la realidad está por los suelos. Quiero decir que no cuesta nada. Es gratis y tú mismo puedes fabricarla en casa, aunque no sepas bricolaje. ¿Qué mérito tienen, por ejemplo, los diálogos de Gran Hermano? Ninguno. Se le ocurren a un idiota. Cualquiera de nosotros se pone a hablar con el microondas y consigue mayor intensidad emocional que la que proporciona ese espacio. Un programa de telerrealidad lo puede hacer cualquiera, incluso un fantasma.

¿A quién no se le ocurre un personaje como Bush, o como Aznar, o como Berlusconi? Si es que para eso no necesitas estudios ni neuronas, no necesitas más que dejarte llevar por la atmósfera dominante. Lo difícil es que se te ocurran Otelo, el Quijote, Ana Ozores o Edipo Rey. El diálogo entre Bush y Aznar sobre quién corría más, o quién la tenía más larga, ahora no caigo, es propio de un guionista sin experiencia ninguna y sin talento. A un recién llegado a los estudios le pides que escriba una conversación entre dos presidentes de gobierno, y le sale eso. Y un director como Dios manda se lo tiraría a la cara porque es un diálogo sin gracia, sin sindéresis, sin profundidad. Es una basura de diálogo, como los que oyes cada día en el metro, en el autobús, en la oficina.

Es evidente que las productoras engañan a los directivos de las televisiones, porque el 35% de una serie inteligente como Frazier, por poner un ejemplo, es todavía muchísimo dinero. Les están vendiendo la realidad al precio de la ficción, que es como vender la carne de pollo al precio de la carne de ternera. Si quieres realidad, no te gastes un duro, por favor: la calle está llena. Y si no te gusta salir, abre el grifo izquierdo o el derecho de la cocina, y tendrás realidad caliente o fría, en función de tu gusto. Ahora, con el cambio de ministros, hay más realidad de la que podemos consumir. Zaplana, por citar un caso, es tan real que no resistiría la comparación con ningún personaje de ficción sin salir perdiendo. El telediario se hace solo. La ficción, en cambio, exige talento.