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Menos locales y más impuestos

Muchos bares musicales de la movida han desaparecido, y los que hay ahora sufren el acoso municipal, según denuncia la Asociación de Bares de Música en Vivo, en fase de gestación y cuya presidencia temporal recae en la sala Suristán. A sólo un año de la reforma de IRPF y la anunciada suspensión por parte del Gobierno del impuesto de actividades económicas, el Ayuntamiento de Madrid se ha dado prisa en desenterrar un epígrafe en letra muy pequeña, incluido en el apartado de espectáculos, por el que se obliga a los bares a pagar 18 euros por concierto realizado desde hace cinco años hasta ahora. Para bares como Suristán, café Central o Clamores, con conciertos prácticamente a diario, el monto es más que considerable. La asociación reclama comprensión por parte del Ayuntamiento, que, dicen, no se ha avenido a negociar unos plazos para afrontar el pago completo, sino que se los ha requerido amenazando por vía judicial, sin considerar las diferentes situaciones.

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La inauguración en 1976 del bar El Pentagrama (Penta), en la esquina de la calle de la Palma con la corredera alta de San Pablo, marcó un hito en los comportamientos juveniles a la hora de salir a tomar unas copas. Los bares de la zona tenían hasta entonces cierto halo intelectual, que mezclaba la tertulia literaria con la canción de autor. Era la alternativa al aburrimiento de la progresía, más preocupada por acomodarse a los nuevos tiempos políticos que se intuían.

El Penta tenía su réplica en los bajos de Aurrerá, en Argüelles, otra zona donde a finales de los setenta empezaron a proliferar los bares musicales. El Penta de Malasaña se convirtió en un símbolo no sólo por la canción de Nacha Pop (La chica de ayer), sino porque empezó a llenarse de músicos que, sin tener ninguna prisa por triunfar, podían poner sus propias canciones mediante casetes con grabaciones caseras.

Pero los músicos que frecuentaban el Penta y que ensayaban en lugares míticos como Tablada 24 o las cocheras del metro no tenían dónde tocar en directo. Teatros como el Martín o el Alfil, o algunos colegios mayores, fueron utilizados por los grupos como su bautismo de directo. Luego vinieron los bares con escenario, aunque pequeños, como El Escalón, junto a la estación de Chamartín, o El Sol, en Jardines. Con el apoyo de Onda 2, la programación juvenil de Radio España, y luego Radio 3, la movida se democratizó y surgieron más lugares para tocar en directo. A todos ellos se unió la Vía Láctea, cerca del Penta, que, aunque no tenía música en vivo, sí organizaba distintos actos de presentación de discos o fanzines.

De aquéllos sólo permanecen El Sol, La Vía Láctea y El Penta, ya con ese nombre corto. La Bobia, el bar del Rastro donde los domingos por la mañana una muy punki Alaska se reunía con Kaka de Luxe, es ahora una cafetería de barrio; sobre el antiguo local Rockola hay una tienda de repuestos de automóviles y el Martín se ha demolido. El teatro Barceló, que tuvo también un breve tiempo para el rock en directo y donde Ramoncín recibió la mayor tormenta de huevos de su vida, es Pachá, una discoteca.

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