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NOTICIAS Y RODAJES

El fotógrafo risueño de Mauthausen

Se edita en DVD el documental de Llorenç Soler sobre Francisco Boix

Francisco Boix Campo, el humilde y siempre sonriente hijo de un sastre de Poble Sec (Barcelona), fue un protagonista de excepción de la historia europea. Sólo vivió 30 años, pero le llegó para perder dos guerras, militar siempre con optimismo y vitalidad por el comunismo y la libertad, sobrevivir a cuatro años en Mauthausen, fotografiar, revelar y guardar las imágenes del horror que vio allí y finalmente tener la entereza suficiente como para contarlo en el Proceso de Núremberg, con ese teatral extra de coraje y presencia que el cine y la vida exigen a los testigos de cargo imprescindibles: bien trajeado y peinado, Boix se levanta del estrado, extiende el dedo índice de la mano derecha y señala al máximo culpable con intachable acento alemán: '¡Speer!'.

Todo esto, y más, lo enseña el magnífico documental Francisco Boix, un fotógrafo en el infierno, 55 minutos de investigación y memoria escritos y dirigidos con mano trasparente por ese perro viejo (en realidad sabueso lleno de olfato y juventud) que es Llorenç Soler, cineasta por libre que siempre ha tenido en su riguroso punto de mira a los marginados y los perdedores. ¿Perdedores? Lo explica muy bien Jorge Semprún, en un valioso añadido a este DVD que ha editado Planeta y ha producido Canal +, cuando señala que la historia de Boix es una historia 'de derrota y victoria, de tragedia y triunfo de la libertad, de abandono y patriotismo', y cuando añade que está narrada 'sin patetismos retóricos inútiles', lo cual ayuda mucho a su verdadera intención: enmarcar la aventura personal de Boix en la aventura colectiva de los 200.000 republicanos españoles que se exiliaron en Francia, y de los 8.000 que, abandonados a su suerte por Serrano Suñer y el Gobierno franquista, fueron internados por los nazis en Mauthausen, de los cuales miles ('sobrevivimos 1.500', dice uno que se salvó) no pudieron contarlo.

Dice Semprún en esa entrevista (esencial para entender el contexto político y sentimental de aquel tiempo, para reparar lo que él llama 'el olvido obligatorio, el agujero negro de la historia') que Boix era un tipo muy especial. 'Vital, valiente, golpeado pero optimista, divertido, interesante y dinámico'.

Junto a las palabras todavía asombradas de los que se salvaron ('Mauthausen no se puede explicar', afirma uno; 'la muerte estaba presente más que en los cementerios', añade otro; 'éramos como ratas; no éramos nada', dice un tercero; 'éramos los judíos de aquel tiempo', resume un cuarto), Soler va mezclando imágenes y sonidos inéditos (como los de la declaración de Boix en Núremberg) con la medida narración de José Sacristán para contar fríamente cómo pasaron las cosas desde que Boix nació, en 1920, hasta que murió, en 1951, cuando trabajaba como reportero gráfico para el diario L'Humanité.

En medio, Boix militó en las Juventudes Comunistas, se alistó como voluntario en el frente republicano con 17 años, se exilió a los 19 y fue internado en un campo de refugiados del sur de Francia, alistado luego en las Compañías de Trabajo y entregado finalmente a las SS como preso político en agosto de 1940. Ingresó en Mauthausen con el número 5.185, y en 1943, después de trabajar como intérprete para los mandos del campo, hizo valer su influencia con los alemanes para enrolarse con otro español en el laboratorio fotográfico. Allí, encontró su misión, su destino histórico: Boix fue recopilando los negativos de las fotos que daban testimonio de la vida y la muerte en el campo (y de las visitas de los grandes jefes nazis) y los sacó del campo con la ayuda de otros miembros del partido comunista de Mauthausen y la colaboración de la señora Pointner, una vecina heroica del pueblo cercano que aceptó esconderlos en el muro de piedra de su jardín. Meses después, aquellas fotos y el propio Boix tomaron la palabra en Núremberg y nadie pudo refutar lo que decían. Quizá por eso, como dice uno de sus camaradas, Boix jamás perdió la sonrisa.

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