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LA CRÓNICA
Columna
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Fiesta española y olé

Los altruistas miembros del Rotary Club reunidos esta semana en Barcelona asisten el martes, en la plaza de toros Monumental, a un espectáculo llamado Fiesta española y olé. A las seis y media de la tarde, frente a la puerta, ya hay cola. Se ven sombreros de cowboy, saris y todo tipo de vestuarios multiculturales, excepto chilabas y turbantes. Mientras aguardo también en la fila, leo los carteles y así me entero de que mañana domingo habrá una espectacular corrida de rejones a cargo de Joao Noguera, Andy Cartagena y Diego Ventura. Algún antitaurino ha escrito encima: 'Salvajes'. Se abre la puerta a las siete, y empezamos a entrar, a razón de cien seres por minuto. Todos los rotarios llevan colgando una identificación plastificada, con su nombre y su lugar de residencia. Steve y Shirley de Palm Springs se cuelan. Hay escándalo: '¡Eeeh!', les increpan. Después resulta que no es culpa de ellos, sino de las chicas de la taquilla, que invitan a los del final de la cola a entrar por otra puerta. 'Por aquí', les apremia también el vigilante de seguridad número 56.607. A pesar de eso, todo el mundo protesta y con razón. Es como en el súper, cuando te dicen: 'A ver, pasen también por la otra caja' y los listos del final, se lanzan a ella. A medida que van entrando, los rotarios acaparan latas de Fanta y Coca-Cola que son gratis aunque calientes. En cambio, no todos se hacen cargo de que las almohadillas rojas para los traseros son de pago. El señor que tiene la franquicia del negocio, histérico perdido, trata de explicárselo. Alquilarlas cuesta un 1,20 euros. Lo pone en el cartel de la pared: 'Coixinets, almohadillas, coussinets, coushins, cuscini, kissen. 1,20'. '¿Puero?', articula la sonriente Sandy, de Nevada City, cogiendo tres. 'Pues no, coño. ¡No pueres!', aúlla él, con la vena aorta en peligro.

Los rotarios se solazaron con el Màgic Andreu y su Harley Davidson y con los compases de 'Paquito el chocolatero'

En el patio de caballos han habilitado barracones que sirven de camerinos. 'Vamo a hacé un enzayo, niñas!', grita el bailaor Rafael Amargo. El espectáculo está a punto de empezar, y en la puerta de cuadrillas, esperando su turno, ya hay una fila de artistas en traje típico, sudando. Los primeros son los 37 integrantes de la Associació Musical d'El Prat de Llobregat. 'Niña, niña, vamo a enzayá', insiste Amargo. Detrás de los músicos, los miembros de una peña cultural aragonesa vestidos de baturro departen con los de un elenco lírico gallego que lleva el poético nombre de Saudade. Más atrás, almidonadas sardanistas crean lazos de amistad con unos chicos montados a caballo.

Voy a ocupar mi asiento. Los rotarios lo han hecho ya, y veo que la mayoría, al final, ha decidido no gastarse los 1,20 euros de la almohadilla. Es lógico si tenemos en cuenta que casi todos, durante su estancia en Barcelona, han contribuido a mantener la calidad de vida de nuestros carteristas. Unos pocos están sentados al sol. Se quitan los zapatos y se arremangan el pantalón, dejando al descubierto las piernas blancas y acribilladas de picaduras de mosquito. Los que van en silla de ruedas (12), en estos momentos están siendo depositados por un encargado, en el ruedo. Observan el tablado del centro de la plaza, abanicándose.

Salen los músicos. Tocan Paquito el chocolatero al tiempo que dan un paseíllo. Tardan un minuto y 10 segundos en completar una vuelta entera. Andy, de Delaware City, y Bart, de Curacao, gritan: '¡Olé!'. Después, empieza a sonar por los altavoces El Bolero de Ravel, y a su son, aparece el popular Màgic Andreu conduciendo una Harley Davidson, con una chica montada detrás. También da una vuelta a la plaza (en nueve segundos), lo que causa la tos de los 12 rotarios alineados en el ruedo, que degluten ellos solos la polvareda que se levanta. El mago es muy aplaudido cuando pone primera y sube la rampa del escenario. Una vez aparcada la moto y descabalgada la chica, da la bienvenida a los presentes en un inglés tan personal como infinitivo. Luego, los del cuadro flamenco se colocan en su sitio y empiezan a tocar. Pero a media actuación, Andreu se tiene que ir al camerino, así que vuelve a montar en la moto, enciende el contacto y da gas. Las explosiones del tubo de escape se mezclan con el ruido de las palmas, como en el Sónar. Rafael Amargo aprovecha para salir a bailar y enseguida comprendemos por qué quería ensayar. Lo necesitaba. Pero lo mejor de la tarde, sin duda, son los tres matadores y la matadora sin. No torean a ningún rumiante sino a cuatro humanos que evolucionan con unos cuernos en la cabeza. Estos improvisados y ecológicos semovientes visten pantalón y camiseta, y la opinión de la grada es que al menos se hubiesen tenido que poner mallas y zapatillas de mimo. Un atractivo señor que está a mi lado grita: '¡Estos toros están afeitaos!'. Lo dice porque se mueren muy pronto y casi sin oponer resistencia. Se tiran al suelo, agonizan un poquito y ya traspasan. Los toreros sin, entonces, saludan con las monteras. Cogen claveles de una bolsa de plástico y los lanzan a la grada. Me parece entender que simbolizan las orejas cortadas. La pena es que el acto no sea saboteado por ningún piquete antitaurino, porque los del público lo aplaudirían con la misma ilusión. De todas formas, cuando vuelvan a casa, seguro que cuentan que lo más vistoso de 'la fiesta nacional' es el momento en que sale el motorista.

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