Barcelona joven, Barcelona estética
El otro día fui a una clase de danza oriental y la profesora, una extraordinaria jovencita medio griega y medio siria, resultó ser una aplicada alumna de arquitectura. La chica está feliz en esta Barcelona que prefirió a París y a Londres cuando pudo venir a estudiar con una beca Erasmus. Le gusta esta ciudad porque hace sol y se come bien y la gente es simpática y todo está más vivo, pero lo que no sabe es que es gracias a ella y a otros extranjeros que como ella vienen por lo que la ciudad está mejorando su tono. Barcelona es como el Doctor Jekill y Mister Hyde: una masa amorfa extraordinariamente conservadora, botiguera y convencional en lo moral y en lo estético, y unos chicos y chicas jóvenes que, al menos, gozan de la vida. Ellos hacen lo que nosotros hacíamos hace 20 años, o sea, tomar paella en la Barceloneta, aunque perciben, y lo dicen con la mejor de sus sonrisas, que 'el agua podría estar más limpia para bañarse' y que en sus facultades sería deseable un mayor sentido crítico y una mayor flexibilidad en los estudios. Y son 7.500 estudiantes extranjeros, que ingresan 34 millones de euros al año. Habrá que hacerles caso.
Muy alejada de todo esto está la Barcelona oficial, ya sea de izquierdas o de derechas (pronto habrá muy pocas diferencias, y más si todos los líderes políticos, de uno u otro signo, abandonan por igual sus reuniones para ir a ver el fútbol: ¿cómo vamos a votar a unos políticos que pasan soberanamente de su trabajo?, y luego aún se asombran de la abstención). Un poco más allá estamos los que nos quejamos de este estado de cosas, los Azúas, Raholas, Sagarras, Vallcorbas, Espadas. Y con nosotros está una amplia capa de gente normal que pasa de política o que ha pasado de una izquierda ortodoxa y encorsetada al ecologismo o a las ONG, o bien al hedonismo personal, o incluso a la derecha inteligente y cultivada, que algunos, por haber, haylos.
Sin embargo, esta Barcelona subterránea y no tan subterránea que emerge y que está hecha de estudiantes y pintores, de jóvenes arquitectos, de aprendices de médicos, de aspirantes a actores y actrices, me recuerda la atracción que ejercía Nueva York en los setenta. Estos chicos y chicas -algunos trabajan conmigo, y los veo dispuestos y llenos de ilusión- huyen de la Italia de Berlusconi si son italianos o quieren algo mejor si vienen de países menos desarrollados que el nuestro. Si llegan de Francia o Inglaterra, países más civilizados, vienen un tanto cansados de la falta de humanidad en el mundo occidental. Esta ansia de algo más genuino, por paradójico que pueda parecer, es el sustrato que tanto se halla en una parte del movimiento antiglobalización como en la extrañamente masiva respuesta a la muerte de un ser que fue en tantos aspectos recriminable, Pim Fortuyn, pero que se hizo simpático por tener la virtud de decir lo que pensaba: estaba en contra de los árabes, pero cuando le increpaban por racista, contestaba que él se acostaba con ellos . Frente a la llamada 'lengua de madera' de los políticos (hablar y hablar para no decir nada), apareció un ser carismático, sofisticado en su vestuario y en sus gustos, y con un discurso provocador a causa de su sinceridad, y sencillamente arrasó.
Ahora, esta Barcelona que empieza a ser cosmopolita otra vez debería saber canalizar esta energía erigiéndose en modelo de integración y de buen vivir. Y también en modelo estético. Aquella ciudad que se renovó con ocasión de los Juegos Olímpicos con bastante acierto parece rendirse (¿por incultura o por intereses otros?) ante la destrucción indiscriminada y la edificación de nuevo cuño absolutamente banal. El gran centro comercial Barcelona Mar, en las Glòries, podría ganar el Guinness del mal gusto, y para mas inri es de Stern, o de su equipo, que lo ha enviado enlatado como si estuviera destinado a un descampado de Ohio.
El modelo americano, es decir, ausencia de ventanas y bares interiores, pensado para las temperaturas extremas, no se aviene en absoluto a un país en el que la temperatura oscila entre los l5 y 20 grados y a la gente aún le gusta pasear. Más espanto causa aún lo que nos anuncian en paneles informativos sobre lo que será la nueva zona de la Diagonal abierta al mar. Proyectos de edificios con su fotografía, a cual más deleznable, sin ningún interés arquitectónico y sin que se vislumbren zonas verdes. Pronto esto será como América, pero sin el césped y sin aparcamiento fácil, o sea, lo peor.
Barcelona ha de optar, en pleno apogeo de su éxito, entre si quiere convertirse en una capital del turismo barato o si pretende mantener un cierto nivel estético. Ahora es precisamente el momento de crear controles reguladores o una comisión de expertos en defensa del patrimonio ambiental.
Victoria Combalía es crítica de arte.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.