El MOMA cambia de orilla con una gran campaña para acercar a los visitantes a Queens

Es azul. Es ultramoderno. Es una antigua fábrica de grapadoras. Es la nueva sede del Museo de Arte Moderno de Nueva York (MOMA). Mientras duren las obras de transformación de su edificio en Manhattan, el museo ha trasladado parte de su colección permanente y sus exposiciones temporales al escasamente glamouroso barrio de Queens, esperando que su poder de convocatoria anime a turistas y neoyorquinos a franquear la barrera psicológica y fluvial del East River y los 15 minutos de metro. Es una apuesta atrevida pero inevitable. El viaje durará tres años.

El MOMA cerró su sede de Manhattan el pasado 21 de mayo para emprender la mayor ampliación de su historia. Necesitaba encontrar una sede provisional y, en vez de buscar por los ruinosos parajes de Manhattan, optó por el extrarradio y decidió transformar en museo parte del hangar donde almacenará sus 100.000 obras, 14.000 películas y 14.000 libros. Ya ha anticipado que sólo conseguirá atraer a una quinta parte de sus visitantes: 400.000 de sus hasta ahora dos millones anuales.

Amablemente descrito como un 'paisaje intermedio' por Michael Maltzan, el arquitecto que ha diseñado las salas públicas del museo, Queens es un distrito multiétnico de casas anónimas y hangares industriales. En este caso prima lo industrial. Sólo hay un restaurante en un par de manzanas, el bar dominicano The New Thompson, que ayer no parecía muy alterado por las futuras perspectivas comerciales. Al otro lado del río, la línea de rascacielos se perdía en los vapores de la tremenda humedad de la jornada.

El viaje vale la pena. Llegando al museo, un efecto óptico juega con las gigantescas letras de lo que ahora se llama MOMA QNS. Los arquitectos, que también incluyen la firma neoyorquina Cooper, Robertson y Asociados, conservaron e intensificaron el azul eléctrico de la fábrica de grapadoras Swingline. En un espacio relativamente pequeño, unos 2.500 metros cuadrados, la institución abrirá sus puertas este sábado con tres exposiciones: un breve vistazo al pasado, un repaso al presente y una exposición popular.

Las dimensiones maleables y abiertas permiten que las tres muestras coexistan y se complementen. El MOMA empieza con un muestrario de lo mejor de su colección permanente. La densidad es inigualable. Casi de un solo vistazo se juntan El bañista, de Cézanne; Las señoritas de Aviñón, de Picasso; El baile, de Matisse; El sueño, de Rousseau; El falso espejo, de Magritte; un gigantesco óleo de Jackson Pollock, o un autorretrato de Chuck Close.

Más consistente y novedosa, la muestra Tempo recoge las distintas percepciones del tiempo -culturales, políticas, empíricas- a través del trabajo de artistas contemporáneos internacionales, vistas desde cuatro perspectivas: la máquina (los relojes), el cuerpo (temporalidad y entropía), el agua, la historia (de la descolonización) y la movilidad (e inmovilidad). Usa nociones como las del matemático francés Henri Jules Poincaré, que afirmaba que la medida del tiempo nunca es la más auténtica, sino la más conveniente.

A-Z time trial, cinco relojes de pared octogonales de Andrea Zittel, miden las semanas y los días del usuario según sus necesidades; la proyección de Pipilotti Risi Mutaflo juega con las interioridades del cuerpo; el Armario de farmacia, de Damien Hirst, repleto de sedativos y ansiolíticos, alude al deseo de inmortalidad, tema que también tratan las Instantáneas de agua, de Roni Horn, mientras la cabaña construida por Marc Latamie, Casabagass, recuerda los estereotipos colonialistas sobre África.

En la última sala, la exposición Autobodies retoma una idea muy similar a la del Museo Guggenheim y su muestra de motocicletas, al desplegar por primera vez en años seis joyas de su colección automovilística, un repaso a la velocidad y la estética que incluye el Cisitalia 202 GT de Pininfarina (1946) y el modelo de carreras de Ferrari 641/2 (1990).

El museo ha desplegado una intensa campaña de publicidad para dar a conocer el nuevo emplazamiento, recordaba ayer su siempre enérgico director, Glenn Lowry. 'Han sido meses de intenso trabajo', enfatizó. Los festejos empezaron el pasado fin de semana con una procesión simbólica, encabezada por la artista Kiki Smith. Culminarán a partir del sábado con dos días de entrada gratuita y unos fuegos artificiales organizados por el artista chino Cai Guo-Quiang. En febrero de 2003, el museo ya ha anunciado una espectacular exposición sobre Picasso y Matisse. Que se sepa que el MOMA ha cambiado de orilla.