Un aviso de doble sentido
Supongo que en el argumentario oficial del partido gobernante se especificaba claramente que la huelga se había resuelto con un triunfo demoledor del Gobierno. Incluso cuando el jueves pasado era evidente que el vecindario vacaba, las actividades se habían reducido al mínimo y era innegable que la llamada al paro había sido escuchada ampliamente, los portavoces del PP y no pocos de sus miembros cualificados se obstinaban en maquillar los hechos, diluyendo o retorciendo su significado a fin de proclamar lo que, en todo caso, valorado desde su criterio, habría sido una ambigua y pírrica victoria. El mismo presidente de la Generalitat, Eduardo Zaplana, fue contundente, y muy parcial, al calificarla de 'fracaso estrepitoso'.
No tuvo, admitámoslo, las tensiones de la organizada el 14-D de 1988, ni quizá ha superado la de enero del 94, ni afortunadamente pasará a la historia por las incidencias o violencias indeseables, pero el clima generalizado de civismo con que se ha desarrollado no debe inducirnos a pensar -sobre todo a los gobernantes- que aquí no ha pasado nada. Por lo pronto ha pasado que los sindicatos han recobrado aliento, siquiera por un día, y han encontrado una ancha franja del censo sensibilizada con su llamada, que no era tanto por el decretazo reduccionista de las prestaciones al desempleo -que también- como por las maneras autocráticas en que se imponía. En otras palabras: ha sido una movilización política, más que laboral y sería un error minimizar este aspecto.
Desde este punto de vista no parece razonable que se censure la participación activa y hasta animosa de los partidos de la oposición, y concretamente la de los socialistas. ¿Qué esperaba el PP y el empresariado afín? ¿Acaso que sus principales antagonistas se invistiesen en el papel de don Tancredo y no se diesen por aludidos? Más justo y objetivo es admitir que han procedido prudente y coherentemente, pues, aunque muy a menudo nos parezca insólito, siguen representando los intereses de la clase trabajadora. Que ejerza como tal una vez al año, no hace daño.
Pero es que, además, y en lo que al socialismo valenciano concierne, hubiera sido suicida escatimar su apoyo a la huelga y arriesgarse a perder la adhesión de una parte importante de su clientela natural. Los sondeos de opinión constatan que se van reduciendo las diferencias electorales con el partido que gobierna la autonomía, al decir del PSPV. Pero según fuentes de la Presidencia de la Generalitat, esa diferencia aumenta y en estos momentos, con datos del pasado mes, de haberse celebrardo los comicios, el PP ampliaría su mayoría absoluta en las Cortes, rebasando el 48 % de los votos obtenido en 1999 y alcanzando o superando los 50 escaños. O sea, que si no por vocación, sí por necesidad, los socialistas han de amarrar sus votantes más seguros: los damnificados del PP.
Ya se entiende menos que tanto desde los sindicatos como desde los partidos del País se quiera ver en la huelga un aviso apremiante al Gobierno para que cambie de actitud. Se nos antoja muy legítimo que así lo proclamen, pues una advertencia de este género forma parte de la explotación del éxito que a su juicio ha sido la huelga. Sin embargo, sería aconsejable que fuesen moderados a la hora de administrar sus euforias, siendo así que el dicho éxito debe matizarse, en tanto que ha sido relativo, y que, por otra parte, será difícilmente repetible si se mantienen -y no digamos si mejoran- las constantes económicas. Más sensato se nos antoja sacar la conclusión de que este cartucho -la huelga- no puede prodigarse, por más que a Felipe González le obsequiasen con cuatro andanadas.
De José María Aznar abajo, pasando por el molt honorable president, sería insensato que echasen en saco roto la dimensión de este episodio, más relevante de lo que se quiere si se toma en consideración la atonía social en que ha germinado. Alentar la crispación con decisiones inoportunas y de corte autocrático no puede servir más que para alentar el cabreo y la contestación política, que ha sido el meollo de la movida. O sea que el referido aviso habremos de interpretarlo en su doble dirección, tanto para quienes lo emiten como para sus destinatarios. Mano de santo sería que ambos compartiesen una dosis de humildad.
SUELDOS VITALICIOS
Mientras que a los parados se les aprietan las clavijas y los presupuestos asistenciales no dan abasto, el Gobierno valenciano, con la anuencia del PSPV, urde un estatuto que garantice de por vida sueldo y coche oficial -¿también secretaria?- a los ex presidentes de la Generalitat y de las Cortes. Más inoportuno, imposible. Que el momio tenga precedentes en otras autonomías no nos exime de opinar que ni es el momento ni, seguramente, es una buena solución cuando la precariedad es la condición indefectible de todo empleo. ¿Pero es que acaso tan altas magistraturas son incompatibles con ganarse el pan como todo vecino?
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