Desalojo

El pasado miércoles hirieron a una anciana en el desalojo de una chabola en Granada. La mujer, de 72 años, había plantado un chamizo en un solar abandonado y vivía allí desde hacía tiempo con cinco perros y dos hijos treintañeros, de los cuales al menos uno padecía una minusvalía psíquica. Contaba el periódico que 'molestaban a los vecinos por el hedor de sus residuos', lo que quiere decir que debían de ser marginales y guarros pero pacíficos, si esa era en verdad la única queja.
Yo comprendo que hay que adecentar el solar, y si es posible mudarles a una vivienda digna. Comprendo que hay que hacer algo. Pero no entiendo que se les tratara con tanta violencia. Acudieron al menos ocho guardias y varios laceros, que fueron capturando a los animales para llevárselos a la perrera (esto es, a la muerte). Pero es que los perros forman parte de la familia, sobre todo en familias tan despojadas y míseras como esa. Imaginen la escena: ellos solos (la anciana, los precarios hijos, los chuchos pulgosos) en mitad de un vecindario hostil, enfrentándose al terror y la intimidación del desalojo. Cuando iban a enlazar al último perro, el disminuido mental le azuzó contra los guardias: era su compañero, su última posibilidad, la única criatura que quedaba en el mundo dispuesta a defenderles. Cuánta desesperación, qué desamparo. Mataron al animal de un par de tiros; en el remolino de brutalidad, otra bala se enterró en la pierna de la anciana. Su estado es grave.
El mismo día que salía esta noticia salía también que la justicia ha parado la orden de demolición de una iglesia madrileña que está construida ilegalmente a siete metros de las casas contiguas (la distancia mínima autorizada son 12,6 metros). Dos vecinos denunciaron el caso y los tribunales ordenaron el derribo; pero el arzobispado movió sus influencias y además pagó 270.000 euros a cada uno de los vecinos litigantes, que han decidido dejar de litigar. El edificio sigue quebrantando la ley, pero ya ven, hay casos y casos; y hay miles de euros para silenciar a los vecinos, pero no para ayudar a las pobres viejas apestosas. Pero mejor me callo: la comparación es tan elocuente y desoladora que cualquier palabra que se añada sonará a demagogia.
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