Casillas remedia una chapuza
Tres penaltis detenidos por el meta le dan el pase a la selección tras un partido que cuestionó las decisiones de Camacho
Hasta donde se sabe de su carrera, Casillas pertenece a la rara especie de futbolistas que se libera cuanto más importante es el desafío. Había que observar su gesto relajado, con una media sonrisa de satisfacción, cuando se dirigía al área para atender a la serie de penaltis. Parecía un muchacho feliz. Estaba encantado con una situación que para otros es dramática. Probablemente temía menos los lanzamientos decisivos que los centros sobre Quinn, martillo irlandés durante toda la segunda parte. Casillas se siente cómodo bajo los focos, tiene esa virtud para lo teatral que le estimula el protagonismo en una final de la Copa de Europa o en partidos como el de ayer. El caso es que Casillas detuvo tres penaltis y evitó la chapuza de la selección española, discreta en el primer tiempo y pésima en el segundo.
España permitió las cuatro cosas que sabe Irlanda, equipo sin dudas en lo que hace. Es rocoso, solidario y tenaz, condiciones que lleva hasta el extremo. Y les importa muy poco su modesto origen. Cuando se visten con la casaca verde van a la guerra contra cualquiera, incluidos los famosos jugadores españoles, que acabaron empequeñecidos y perplejos. Tampoco les ayudó Camacho, que se ha emperrado en mantener un centro del campo con tres jugadores perjudicados: Baraja, Valerón y Luis Enrique. Los tres están fuera de su sitio natural, como se ha confirmado en cada uno de los partidos que han jugado. Frente a Irlanda, también. Y para complicar más las cosas, a Camacho le dio por liarse en una serie de cambios más que discutibles, si no dañinos.
Aunque sólo fuera por la experiencia de los partidos anteriores, resultó excesiva la confianza de Camacho en la línea de medios. Baraja no es un medio centro puro, Valerón se vuelve intrascendente cuando juego tan lejos del área y Luis Enrique se condena a un drama en la banda derecha. A día de hoy, no ha desbordado en una sola ocasión, no ha llegado a la línea de fondo, no ha enviado un centro en condiciones. No es su culpa. Luis Enrique es otra clase de jugador: es uno que desestabiliza al rival cuando invade por sorpresa el área, cuando surge desde la media punta como un torbellino. Pero Camacho debe ver algo que desde fuera no se aprecia. Desde fuera se ve a un equipo mal encajado al que le falta naturalidad, que es precisamente lo que sobra en Irlanda, por muchos defectos que tenga.
Antes de que se pusieran de manifiesto los problemas recurrentes de la selección, Morientes marcó un gol que curiosamente no modificó el partido a favor de España. El tanto explicó muy bien el momento de euforia que vive el delantero, jugador ciclotímico, como suele ocurrir con los goleadores. Ahora se levanta con agilidad y potencia, cabecea como en sus mejores tardes y no se le discute. A Morientes hay que aprovecharlo en esta fase de plenitud. Un goleador en racha es una mina. Y en un Mundial, más.
Irlanda no se aflojó con el tanto de Morientes. El equipo respondió con su tenacidad habitual. Hasta donde no les llegaba la clase, les servía con la determinación. Lo demás era el viejo 4-4-2 perfectamente interpretado, con los laterales y los interiores muy juntos, circunstancia que complicó el partido a De Pedro, que pasó inadvertido. Apenas recibió juego y siempre estuvo controlado por dos adversarios: Finnan y Kelly. Pero el problema nacía de un error conceptual: Baraja no sabía si servir o pedir criada. Tenía que acudir a todos los lados para apagar fuegos y ocuparse de la distribución, que no es su mejor virtud. Entre una cosa y otra, parecía aturdido, sobrepasado por las exigencias. A pesar de todo, la diferencia de jugadores permitía pensar en la superioridad española. Si Valerón entraba en el circuito del balón, eso significaba más paciencia, más criterio y más oportunidades. Hubiera sido mejor verle cerca del área, pero sus detalles eran fundamentales. Casi todas las mejores jugadas acabaron desbaratadas por orsais en los que el linier afinó al milímetro.
Estaba claro que a España le convenía una dosis abundante de balón, pero no hubo manera. A ciertos momentos de criterio siguieron fases sin ningún rigor que se volvieron preocupantes en el segundo tiempo. Allí es donde asomaron las responsabilidades de Camacho. Todo comenzó con la entrada de Quinn, delantero tanque de toda la vida. Un tipo de 36 años que está en las últimas de su carrera. Se sabe que cuando entra Quinn es porque Irlanda está en problemas. Y también se sabe que su presencia condiciona el juego de su equipo: le lloverán todos los pelotazos del mundo. Con la entrada de Quinn, Duff se dirigió a la derecha, donde hizo puré a Juanfran, que dio señales alarmantes hasta el final del encuentro. Ante el viejo recurso irlandés, España no opuso ninguna fórmula. A Camacho se le ocurrió cambiar a Morientes por Albelda, con pésimos resultados. Albelda, cuya lesión dejó al equipo con diez durante la prórroga, no sirvió para quitar ni para jugar. Parecía más normal utilizar el módelo de los partidos anteriores: Helguera en el medio campo y un central por Luis Enrique. Nadal era el hombre perfecto para desactivar a Quinn. Tendrá problemas de velocidad y de cintura, pero en los pelotazos frontales es una garantía. Y su envergadura es la apropiada para encargarse de un armario como el irlandés. Otra posibilidad era introducir a Xavi y utilizar la posesión de la pelota como elemento disuasorio frente a las prisas de Irlanda. Pero no, España se condenó a sufrir. Quinn tocaba todos los centros, Duff ganaba en la derecha, Irlanda crecía.
Era el momento de Casillas, protagonista hasta el final. Aunque no logró detener el penalti que transformó Keane en el último minuto, rechazó el que lanzó Harte tras un error de Juanfran en el área, bloqueó un tiro mortal de Robbie Keane y se ocupó de clasificar a España en la tanda final de un partido que puso en cuestión algunas decisiones de Camacho.
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