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LA CRÓNICA
Columna
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Las estrellas del Empordà

Quien haya viajado por la Toscana y visite por primera vez el Baix Empordà se sorprenderá de lo mucho que se parecen los dos paisajes. Pequeñas colinas de encinas y pinos que parecen salidas de un cuento de hadas, campos de avena y alfalfa, álamos y chopos plantados en perfectas líneas rectas. De vez en cuando, un cañizar os avisa de la proximidad de una acequia, mientras los olivos se extienden en fila siguiendo un camino o bordeando una masía. En primavera, el color dorado de los girasoles hiere los ojos; en verano, las balas de paja encima de los rastrojos parecen monstruos a punto de salir rodando. Casi siempre desde un pueblo ya se entrevé otro y entre uno y otro encontraréis un continuo de masías: de las que habitan la gente de allí -con vacas, el pajar y perros que ladran- o de las que los barceloneses han restaurado para pasar los veranos y fines de semana. Todo es de piedra. La piedra está de moda y vuelve locos a los forasteros, que la pagan a precio de oro.

Torrent, Monells, Castell d'Empordà: un recorrido por establecimientos de paz y buena mesa

Hace unos quince años, un empresario catalán, Joan Figueras, compró una de estas masías en el pequeño pueblo de Torrent, a pocos kilómetros de Pals, para convertirla en un hotel restaurante de cinco estrellas parecido a los que ya existían en la Toscana y la Provenza. Figueras fue un visionario porqué ahora el Baix Empordà -o el Empordanet- tiene los mejores hoteles rurales del país para los que buscan otra manera de disfrutar del tiempo libre: un trato personal y de calidad en un ámbito especial -un antiguo castillo o una masía centenaria-, en contacto con la naturaleza. Cuando el cliente se despierta en alguno de esos hoteles rurales, sabe que se encuentra en un lugar único. Si el lugar y su entorno valen una visita, aún más la calidad de la cocina, basada en productos de temporada que ofrecen el mar y la montaña. El hotel Arcs de Monells, el Mas de Torrent, el hotel restaurante Castell d'Empordà, entre otros, ofrecen un pequeño paraíso en el corazón del Empordanet.

Monells es un pueblo medieval muy cuidado donde vive una colonia considerable de artistas. El Mas Fàbregas, que data del siglo XIV, se convirtió en 1999 en el hotel Arcs gracias al empujón de Josep Serramià. Es un edificio fortificado que había servido de hospital y que conserva los nombres de sus antiguos propietarios grabados en el umbral de las habitaciones. Uno de los encantos de este hotel - aparte de la tranquilidad que se respira- es, precisamente, la posibilidad de pasear bajo los soportales de Monells o disfrutar del campo de césped de que dispone el establecimiento o tomar un baño en la piscina. La cocina del restaurante se basa en productos naturales de la zona y puede comerse desde una sopa de castañas con queso azul de Centelles o unas alcachofas confitadas con piñones, hasta un bacalao con puré de manzana. La cocina está apadrinada por el Celler de Can Roca, que tiene dos estrellas Michelin; el chef es David Constanzo.

Los clientes del Mas de Torrent, que data de 1751, pueden ver cómo los cocineros cogen del jardín las hierbas aromáticas que condimentarán sus platos: orégano, tomillo, toronjil... No tiene que intimidar a nadie ver algún helicóptero aparcado: al Mas de Torrent se puede entrar para tomar simplemente un café sentado en la terraza, disfrutando de la vista del Pedró de Pals y escuchando el piar de los pájaros que se refugian en los árboles del jardín. Xevi Rocas es el director y el chef es Joan Piqué. La casa ha sido restaurada respetando todo el encanto de las antiguas masías. Donde antes dormían los animales ahora está el bar, y el lugar donde se resguardaban las caballerías se ha convertido en restaurante. Vieiras con ensalada de ceps, salmonete con ravioli de berenjena y romesco... Recomendamos una garnacha del Empordà Vinya Estela, de Selva de Mar, difícil de encontrar en las tiendas. Y una curiosidad: los cuadros que cuelgan de las paredes pertenecen a una colección que debía ser un homenaje a Picasso de 72 artistas de todos los ámbitos. Su muerte lo impidió.

Castell d'Empordà es un pequeño núcleo de casas situado en una colina que domina la llanura ampurdanesa, desde el Montgrí hasta Les Gavarres, con el mar y las islas Medes como telón de fondo. La vista es espectacular y el castillo, convertido hace cuatro años en un hotel rural de lujo, puede presumir de ofrecerla gratuitamente a sus clientes. El actual propietario, Albert Diks, es un holandés que ha reconstruido el edificio del siglo XIV manteniendo su estilo. La piedra y las cortinas, almohadones y adamascados de India enmarcan las habitaciones; curiosa es también la colección de dos mil soldados de plomo que representan la batalla de Waterloo. El hotel está rodeado de un típico olivar, un estanque, una terraza y una piscina. El chef holandés Joaquim Müller combina la cocina tradicional mediterránea con innovaciones; por eso se puede comer un cuscús con manzana, pasas y dorada a la plancha, o una lubina con langosta y espárragos. El ambiente es elegante, pero el trato muy hogareño y todo el personal parece una gran familia.

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