Bush, el servicio de inteligencia y Pearl Harbor
Ante a las críticas que está recibiendo la administración por la supuesta falta de prevención de los antentados del 11-S, convendría tener presente la historia de Pearl Harbor: hay más que aprender sobre ese histórico evento que la simple historia de un terrible ataque sorpresivo hacia personas que viven en paz
Oh no, las cosas no parecen estar bien para el señor Bush.
No llegó al escritorio del presidente un informe emitido el verano pasado por la oficina de campo del FBI (Departamento Federal de Investigación Criminal), en Phoenix, en el que se habla del entrenamiento recibido en escuelas de vuelo norteamericanas por unos hombres de Oriente Medio con antecedentes. Por otro lado, el 6 de agosto se le transmitieron al señor Bush (al parecer al darle el parte diario sobre seguridad) informaciones secretas de que Al Qaeda podría estar planeando el secuestro de un avión; sin embargo, se les dio poco seguimiento. Cuatro meses antes, el fracasado complot tramado por Ahmed Ressam para hacer estallar el Aeropuerto Internacional de Los Ángeles provocó que la FAA (Agencia Federal de Aviación) advirtiera a las aerolíneas de que debían estar en 'un alto grado de alerta'; sin embargo, esa advertencia no fue más específica.
Hace algunos años, en 1995, unos extremistas musulmanes confesaron en Filipinas tener la intención de hacer explotar un jet comercial en el centro de operaciones de la CIA (Agencia Central de Inteligencia) en Langley; y en 1994, las autoridades francesas frustraron el plan de unos terroristas argelinos que querían hacer estallar un avión comercial sobre la Torre Eiffel.
Durante años, agencias, investigaciones e instituciones de seguridad, tanto extranjeras como norteamericanas, han advertido sobre lo sofisticado de la base tecnológica de Al Qaeda y sobre su implacable odio hacia Estados Unidos.
Cuando se junta todo esto se ve claramente, como mi tío Jack solía decir, que se estaba preparando un peligroso trabajo: probablemente se llevaría a cabo en el propio Estados Unidos; probablemente involucraría a un avión secuestrado; y muy bien podría involucrar objetivos importantes, como famosos edificios públicos. El 11 de septiembre todos esos factores se reunieron de una manera espantosa, aunque ahora se piense que lo sucedido podría haberse prevenido.
Debido a la evidencia que se ha dado a conocer sobre esas alertas anticipadas es claro que alguien se ha equivocado y que deben rodar algunas cabezas. Un descuido tan grande del servicio de inteligencia no puede ser pasado por alto con la simple afirmación de que las críticas de los demócratas son simplemente partidistas.
Sin embargo, antes de sacar las guillotinas y de que se inicie el corte de cabezas, todos podríamos tomar uno o dos días libres para ir a buscar a la biblioteca el clásico de 1962 de Roberta Wohlstetter Pearl Harbor: Warning and Decision [Pearl Harbor: advertencia y decisión], ya que merece una lectura minuciosa y mucha reflexión, quizás especialmente porque fue escrito por una persona que no era ni crítica ni defensora de las acciones del Gobierno de Roosevelt en 1941, sino por una esmerada estudiante que tenía 20 años de edad después de esa catástrofe. Aun así, a primera vista, si usted quiere un caso de éxito seguro para enjuiciar una evidente serie de equivocaciones del servicio de inteligencia, el fracaso para anticipar el ataque a Pearl Harbor se lleva el premio.
Para eso sólo se necesita media docena de datos reveladores. Durante la década anterior a diciembre de 1941, Japón había estado actuando agresivamente en Manchuria, China, y en el sureste asiático y claramente estaba cerca del punto límite con Occidente. Muchos informes mencionaban que las fuerzas japonesas se estaban preparando para atacar algún lugar y que ciertos barcos de guerra japoneses habían establecido un silencio radial. El embajador japonés no tardó en entregar un largo mensaje en Washington, que probablemente afirmaba que las negociaciones diplomáticas estaban finalizando. Justo un año antes, en noviembre de 1940, la flota británica del Mediterráneo había llevado a cabo un audaz ataque nocturno con portaaviones contra barcos de guerra italianos anclados en el puerto de Taranto, sacando de circulación a la mitad de la flota italiana, lo cual hizo que Tokio pidiera informes detallados a todos sus agregados navales en Europa. La propia Marina de EE UU había llevado a cabo sorpresivos ataques aéreos contra Pearl Harbor a finales de los años treinta.
En este caso, cuando había terminado el ataque japonés y la mayoría de los barcos de guerra norteamericanos se encontraban pulverizados o hundidos, realmente las cabezas empezaron a rodar. Las carreras del general Walter C. Short y el almirante Husband E. Kimmel, comandantes militares y de la Marina en Pearl, estaban arruinadas. Los procedimientos de la Corte marcial los humillaron, las audiencias del Congreso señalaron equivocación tras equivocación en los preparativos para anticipar la guerra por parte de Japón y, puesto que esa situación estaba bajo su vigilancia, pagaron el precio. Short murió, lamentándose, pocos años más tarde, y Kimmel luchó contra el veredicto hasta su propia muerte 25 años después, afirmando que ellos habían sido los chivos expiatorios. Los historiadores de ese entonces y de ahora que han revisado el caso están de acuerdo y algunos han llegado a afirmar que Roosevelt y Churchill sabían del inminente ataque, pero dejaron que sucediera para que Estados Unidos entrara en la Segunda Guerra Mundial. (Por lo menos, el presidente Bush está libre de una acusación similar).
Sin embargo, ¿cuál fue el propio y cuidadosamente investigado veredicto de la señora Wohlstetter? Bueno, fue mucho más tolerante y matizado. Lo que más le impresionó al revisar las pruebas, especialmente las señales decodificadas, no fue la escasez, sino el exceso de información.
Desde septiembre de 1941 se habían recibido mensajes de agentes del servicio secreto, cónsules, periodistas, aliados, hombres de negocios, capitanes de barcos mercantes, y de lugares desde Vladivostock y Valparaíso. Algunas evaluaciones estratégicas afirmaron que Japón atacaría hacia el norte, contra Rusia; otras que se dirigiría hacia el petróleo de las Indias Orientales Holandesas; otras que sus objetivos principales eran las posesiones británicas de Hong Kong, Malaya y Singapur. Si estaban involucradas algunas bases estadounidenses tal vez serían las de Filipinas. Mientras que cada día más información de este tipo circulaba, los comandantes locales se confundieron; qué significado real tenían mensajes tan vagos como 'manténgase en guardia' o 'posible acción japonesa'. ¿Cuántas falsas alarmas podrían haber? Por el contrario, otra información no circuló debido al principio de la 'necesidad de saber'. Muchos funcionarios del servicio secreto se vieron obligados a esperar un mensaje japonés llamado Lluvia y viento oriental, que aparentemente era la señal de una inminente movilización y que desafortunadamente nunca fue detectado.
La señora Wohlstetter concluyó que el verdadero culpable no fue ni Short ni Kimmel, sino el 'ruido' -palabra que utilizó para describir el volumen y susurros de señales de información que ensombrecen el juicio y obstaculizan el reconocimiento de la verdad inherente-. Sin duda había muchas agencias de servicios secretos en competencia que no compartieron prontamente sus fuentes ni su información, algo que podría haber sido correcto para el sistema de seguridad que funcionaba antes del 11 de septiembre.
Pero aun si hubiera existido más coherencia, ¿cómo puede un Gobierno manejar no cientos, sino literalmente miles de informes que sugieren que personas peligrosas están tramando cosas peligrosas? Incluso ahora existen informes de Washington sobre una nueva evidencia -vaga, cubierta, contradictoria, evidencia general- de que Al Qaeda podría estar proyectando otro ataque, tal vez en Europa, tal vez en Arabia Saudí, tal vez en Estados Unidos. Entonces, en esta ocasión, ¿qué clase de mensaje de advertencia debería mandarse a todo EE UU y las agencias con las que se tiene una relación de amistad?
Las audiencias del Congreso sobre el fracaso en anticipar y prevenir el 11 de septiembre, que con seguridad serán largas y difíciles, sin duda señalarán las debilidades existentes antes de los ataques en muchos niveles del sistema de seguridad norteamericana. Cualquier persona que, por ejemplo, se haya molestado ante los deficientes esfuerzos de nuestro mal pagado y mal entrenado personal de 'seguridad' aeroportuaria y lo haya comparado con el fuerte control en Zúrich, Londres y Tel Aviv, no puede sorprenderse de que los 19 secuestradores hayan llevado sus acciones a cabo a bordo. Como siempre, el tío Jack tenía razón: había muchas evidencias de que se estaban planeando algunos ataques, probablemente con aviones, tal vez contra edificios públicos famosos. Dicho mensaje del servicio secreto aún se encuentra del lado dudoso; sin embargo, podría haber sido mucho mejor darlo a conocer que no hacer nada.
Sin embargo, los demócratas, que están molestos por el tema de la seguridad y las equivocaciones del servicio secreto, podrían tener presente la historia de Pearl Harbor. Por tanto, hay más que aprender sobre ese histórico evento que la simple historia de un terrible ataque sorpresivo hacia personas que viven en paz.
Paul Kennedy es profesor de Historia en la Universidad de Yale.
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