Entre la vergüenza y el miedo
Israel comienza esta semana con la primera fase de la construcción de la valla de protección, que llegará a tener 340 kilómetros de longitud y servirá supuestamente para fortalecer la seguridad de su población. Mil millones de dólares de la decrépita economía israelí se va a gastar en ello Ariel Sharon, aunque ya ha advertido de que no está dispuesto a excederse en indemnizaciones por la expropiación de terrenos. Tampoco permitirá que haya dilaciones por negociación sobre compensaciones. O se toman o se dejan. Como las lentejas. ¿Adivinan quiénes son propietarios de esas tierras? No, no son los colonos judíos.
Sharon ha insistido en que esta nueva barbaridad, producto de la militarización de la seguridad en detrimento de la diplomacia, no marca una frontera geopolítica, sino un mero dispositivo antiterrorista. Lo sabíamos. Porque Sharon no va a trazar fronteras entre territorios que considera propios. Su ofensiva para ganar tiempo y crear -cuando sea; se siente fuerte- las condiciones que hagan aceptar a los países árabes la anexión de Gaza y Cisjordania por parte de Israel no ha hecho sino comenzar. La doctrina de que Samaria, Judea y Gaza son Israel vuelve a ser asumida por un Estado secuestrado por Sharon en el que los demás referentes políticos -véase a Simón Peres- son caricaturas irrelevantes. Salvo Bibi Netanyahu, que quiere lo mismo, pero haciéndolo él. Se acabó la comedia de 'paz por territorios'. Veremos las consecuencias. La historia dirá si Sharon acaba dilapidando no ya miles de vidas israelíes y palestinas, sino la propia existencia del Estado que ha secuestrado.
Su primera proclamación de estas intenciones la publicó en The New York Times el domingo. Asegura que la resolución 242 de 1967 no dice lo que dice -que Israel tiene que abandonar los territorios conquistados en 1967- sino que al conceder a Israel el derecho a fronteras seguras le permite establecer cuáles cumplen estas condiciones y así le permite trazarlas incluyendo los territorios ocupados en la guerra. Luego, los territorios no están ocupados y son ajenos, sino en disputa. Primer paso hacia grandes ideas simples. En Washington existe tal confusión, falta de liderazgo e ignorancia, que nadie parece darse cuenta de lo que significa la aventura temeraria a la que EE UU se lanza con esta política de manos libres para Sharon.
En EE UU, la histeria antiterrorista no sólo amenaza con dinamitar unos derechos civiles que fueron ejemplo para todas las democracias del mundo. Está nublando las mentes de quienes podrían evitar que este presidente se convirtiera en un peligro público global. Los esfuerzos por simular firmeza de un Bush tan obviamente débil son tan patéticos como peligrosos para norteamericanos e israelíes, por no hablar de palestinos. En los últimos días sobre todo. Ante el presidente egipcio, Hosni Mubarak, Bush dijo que hay que entablar relaciones para un rápido establecimiento del Estado palestino. Días más tarde, con Sharon sentado a su lado, dice que antes ha de profundizarse la democracia palestina. Sharon será quien decida hasta dónde.
Y en el Jerusalem Post de ayer, tan cercano a Sharon, Michael Freund anuncia que Israel debe dejar de disculparse por haber conquistado unos territorios que les pertenecen por origen bíblico y conquista en una guerra que, cierto es, Israel no inició. Luego hay que anexionar Cisjordania y Gaza. Al fin y al cabo, ya son prácticamente inviables como Estado soberano, surcados por vallas, autopistas y asentamientos que ocupan hoy a más soldados que colonos tienen en su interior. Jordania, Líbano, Siria y Egipto tienen juntos más de 60 veces el territorio del Estado judío, luego también sitio para acoger a todos los palestinos. Así de fácil. Con un presidente tan débil en Washington, Sharon se sabe el dueño en la Casa Blanca. Cada vez que la pisa. Pero es tan consciente de la falta de carácter de Bush que le ha dejado a una serie de altos funcionarios propios para que garanticen que no vuelve a cambiar de opinión tras la entrevista que mantendrá con el ministro de Exteriores saudí. ¡Qué vergüenza! Pero ante todo, ¡qué miedo!
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