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Crítica:ÓPERA | 'TRISTÁN E ISOLDA'
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Inyección wagneriana

El éxito del director musical Bertrand de Billy es el mejor regalo que ha dejado Tristán e Isolda en su regreso escénico al Teatro del Liceo tras 12 años de ausencia. No lo tenía fácil porque Tristán es mucho Wagner y más en un teatro que presume de una más que centenaria tradición wagneriana. Además, digámoslo sin tapujos, hay una parte del público liceísta que le ha dedicado sonoros y desproporcionados abucheos, descalificando casi por norma su labor en el foso. Tristán era una prueba de fuego -en las dos próximas temporadas dirigirá la Tetralogía- y De Billy la ha superado con nota alta.

La milagrosa fuerza expresiva de Tristán nace y muere en la orquesta: un torrente de fiebre y pasión romántica que envuelve las voces y las transfigura en un monumento al amor que revolucionó estéticamente la historia de la música. La modernidad se explica a partir de Tristán y desde su enigmático acorde inicial, la orquesta se juega el tipo a lo largo de cuatro horas. Tras un moroso preludio, De Billy, que ofreció la partitura íntegra, abriendo los tradicionales cortes en los actos segundo y tercero, mantuvo el pulso firme y logró los momentos más emocionantes en el último acto. La Orquesta del Liceo se empleó a fondo y, aunque la persistente anemia en las cuerdas y los titubeos del metal indican que queda mucho camino que recorrer para lograr un sonido óptimo en el foso, la inyección wagneriana sentó las bases de un futuro esperanzador.

Tristán e Isolda

De Richard Wagner. Intérpretes principales: Deborah Polaski, John Treleaven, Lioba Braun, Erik Halfvarson, Alan Held y Wolfgang Rauch. Orquesta y Coro del Liceo. Director musical: Bertrand de Billy. Director de escena: Alfred Kirchner. Escenografía: Annette Murschetz. Producción de la Ópera Holandesa de Amsterdam. Teatro del Liceo. Barcelona, 11 de junio.

A la hora de afrontar títulos wagnerianos, el Liceo suele presentar los más sólidos repartos. Acertó de nuevo y no sólo con la pareja protagonista. Deborah Polaski, soprano predestinada a Isolda por color y extensión, estuvo magnífica, con un canto intenso, lleno de matices y sabiamente controlado. Llegó con fuerzas suficientes para cantar la maravillosa Muerte de Isolda de forma commovedora. También el tenor John Treleaven sobrevivió a la inclemente tesitura de Tristán con sólidos recursos vocales, aunque de forma más irregular y menos emotiva. Soberbias en lo vocal y en lo teatral las actuaciones del bajo Erik Halfvarson y la mezzosoprano Lioba Braun como rey Marke y Brangäne, y eficaz trabajo del barítono-bajo Alan Held, que sutituyó in extremis a Falk Struckmann en el papel de Kurwenal.

La estética contemporánea de la producción de la Ópera Holandesa de Amsterdam, dirigida escénicamente por Alfred Kirchner, autor entre otros montajes de la penúltima Tetralogía del Festival de Bayreuth, no explora nuevos caminos, aunque al menos no busca la irritación de la vieja guardia wagneriana. Kirchner encierra las emociones de los personajes con precisión geométrica en espacios interiores en los que el mundo exterior irrumpe con efectos escénicos a veces aparatosos.

Complejo técnicamente -las proyecciones y el movimiento escenográfico exigen la mayor precisión en la maquinaria teatral- el montaje produce, sin embargo, una extraña sensación de frialdad: mientras el realismo se impone en los gestos y movimientos de los personajes, la abstracta propuesta visual, cargada de simbolismos, rebaja la pasión amorosa.

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