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Columna
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Higiene

El poder siempre pretende castigar la disidencia con esa condena a muerte que es el olvido. Sobre lo que no se habla en nuestro país es el subtítulo de la obra de Vicenç Navarro Bienestar insuficiente, democracia incompleta, ganadora del último Premio Anagrama de Ensayo. Navarro, catedrático de Ciencias Políticas y Sociales de la Universidad Pompeu Fabra y ex profesor de la Johns Hopkins, analiza críticamente el Estado del bienestar en Cataluña y en España, cuál es el papel clave de los Estados en lo que hacen y dejan de hacer, las causas políticas de nuestro subdesarrollo social y las raíces de ese déficit democrático y social. Junto al examen de las pensiones, de la sanidad y de la educación en España y su comparación con otros países de la OCDE, destaca la denuncia sobre la ausencia en nuestro país del derecho generalizado a la asistencia domiciliaria para las personas de edad y discapacitadas y del acceso a las escuelas de infancia de cero a tres años. Unas carencias que repercuten directamente en el empleo de la mujer, que en España es de sólo un 38%, cuando la media de la UE es del 53% y en los países nórdicos, donde existe un mayor desarrollo de los servicios de apoyo a la familia, alcanza un 74%. Estas insuficiencias impiden, por otra parte, la creación de muchos empleos directos (los asistenciales) e indirectos (servicios sustitutivos del trabajo doméstico).

A la obra, como todo buen ensayo, no le faltan los aspectos polémicos. Uno de ellos es el análisis de la inmigración, otro el de la transición, ante la cual se muestra muy crítico y a la que le atribuye gran parte del actual déficit democrático. En este sentido afirma Vicenç Navarro que 'no puede haber en España una cultura auténticamente democrática mientras no haya una cultura antifranquista, para la cual se requiere una viva memoria histórica'.

La deriva autoritaria del aznarismo parece confirmar que no va muy desencaminado este profesor catalán. Las declaraciones del ministro de Trabajo anunciando cambios en la Ley de Huelga, apenas diez días antes de la huelga general, constituyen toda una invitación a sumarse a la convocatoria de los sindicatos. Laboralmente sobran motivos para esta huelga, pero, cada día que pasa, el Gobierno añade una razón política suplementaria para secundar la convocatoria; en este caso, de estricta higiene democrática: la necesidad de defender, por la vía del ejercicio, el propio derecho de huelga y con él las libertades.

Sumergido en una espiral de autismo político, José María Aznar parece empeñado en acabar con la más mínima disidencia: oposición de la oposición parlamentaria; enfrentamiento con el poder judicial; descalificaciones a los obispos y, en general, de quien no piense como él. El secretario general de CC OO, Feliciano Fidalgo, se refería ayer a los intentos gubernamentales de reprimir el derecho de huelga como 'el colmo del desvarío político'. Un error. No hay desvarío político. Todo lo contrario. Más que a un episodio de delirio, a lo que estamos asistiendo es a un ejercicio de coherencia, a un reencuentro de José María Aznar con su verdadero yo, con su auténtico pensamiento. Un pensamiento autoritario, de origen franquista, que ahora, liberado de la presión que supone tener que responder de él ante las urnas, aflora con toda su crudeza.

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