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VISTO / OÍDO
Columna
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Nuestros traficantes

Un buen reportaje en algunas televisiones. Viene de América por antonomasia (se robaron hasta el nombre del continente, que tampoco lo mereció Vespucio; hubo una campaña extravagante española para que se llamase Cristobalia) y dice que en el mundo hay cuatro millones de esclavos. Lo que se llamaba 'contundencia de las cifras' es siempre incomprensible, y el efecto es el mismo que si dijeran que hay 40, o 400 millones. Entre 6.000 millones de habitantes del planeta no es nada. Y quizá tengan suerte de ser esclavos, y mejor si son esclavas de cama, que siempre es mejor que cavadores de campos de sol a sol, diga lo que diga la vergonzosa y culpable moral sexual. La cuestión está ligada a otra: la tercera ley Aznar contra la inmigración. Es un traficante de esclavos sin saberlo.

Aquella ley repugnante, que nos asombró cuando se penalizó más aún, se convierte en una tercera que para aquellas personas a las que se nos acusa de sentimentaloides, blanduchos, feminoides o anticuados resulta canallesca. Está el Eje del Mal con Berlusconi y Blair, uno de los mayores contribuyentes al hundimiento del socialismo europeo. Aznar tiene sus leyes preparadas contra los inmigrantes para europeizarlas el 21 de junio en Sevilla, al día siguiente en el que los trabajadores españoles -los que tengan menos susto, los menos amenazados- tratarán de ir retrasando los plazos que les llevan a la esclavitud interna. Ah, oí a un empresario por radio -no sé quién, no sé en qué radio- que había ofrecido a 'sus' obreros que trabajen el día 20 una prima de productividad y un alargamiento de sus vacaciones. Ya se ve que no todos los empresarios son malos.

En las dos noticias, en la de la esclavitud en el mundo y en la de las leyes de la inmigración, se oye la misma acusación: 'Traficantes de carne humana'. Es el mismo redactor lejano quien prepara las consignas. Se trata de buscar para nosotros, los esclavistas, los vocablos del bien, y encontrar palabras del mal para justificarnos. Gracias doy yo, que no soy inmigrante -desde un lejanísimo Tecglen que huyó de Cromwell, que ése sí que era una bestia; y no sé desde qué judíos que corrieron por España para acreditarse como conversos castellanos-, a los traficantes de carne que salvan a alguien. A los que pasaban la frontera hacia Francia a los rojos exiliados, y de Francia a los judíos.

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