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Columna
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Galaxia Gutenberg

Donde terminan las barracas, las carpas y las jaimas, en las que acampan las gentes del libro con sus productos en animada feria cada primavera, pusieron este año los militares su pabellón.

Durante el pasado fin de semana, las artes marciales se sumaron a la fiesta de la cultura con una especie de parque de atracciones monotemático y gratuito para dejar que los niños se acercaran a ellos y a sus carruseles antes o después de haber visitado el campamento libresco con sus garitas custodiadas por escritores, pluma o bolígrafo en ristre, con el brazo de firmar acalambrado por febril actividad o adormecido por la forzosa inacción.

El pequeño editor de libros curiosos y esmerados, que ha enviado a su hijo a dar una vuelta por la feria, está a punto de caerse de la silla cuando le ve regresar con la cara maquillada y embadurnada al estilo de Rambo, pero no tardará mucho en enterarse de qué va la cosa porque el niño pregunta: '¡Papá, papá! ¿Cuando sea mayor podré hacerme militar?'.

Esta vez sí se ha caído de la silla, y desde el suelo levanta los ojos hacia el feroz aprendiz de guerrero y con paternal inquietud repregunta: '¿Tú no habrás firmado nada, verdad?'.

Una preocupación excesiva, pues en principio este circo no funciona como banderín de enganche, aunque si algún niño grande, con la edad reglamentaria y los papeles en regla, se acerca por allí haciendo preguntas seguro que le captan para la causa armada de Occidente.

El lunes, mientras los militares desmontan su tinglado una vez finalizada la función, el locutor de la feria, que ha tenido un fin de semana estresante salmodiando la interminable retahíla de mujeres y hombres de letras, anuncia la presencia en la caseta de la editorial Fuerza Nueva del último superviviente del Alcázar de Toledo, que firma un libro sobre la presunta leyenda negra que al parecer rodea a la bélica gesta de su último asedio.

El superviviente mantiene impasible el ademán de cara al sol, un sol justiciero y calcinante que se refleja en su nívea camisa y en los remaches metálicos de sus tirantes. El ardor guerrero de los infantes va por otros derroteros; lo suyo no son las rutas imperiales, sino los infinitos espacios siderales en los que quijotean con sus espadas láser los caballeros Jedi; la caseta de Fuerza Nueva pertenece al lado oscuro de la fuerza.

Los lectores infantiles tiran del brazo a sus progenitores para tomar al asalto los mostradores que exhiben con variedad de formatos y encuadernaciones los libros de las crónicas galácticas. Los más pequeños prefieren los de monstruos y pesadillas virtuales, que quizás les sirvan para escapar de los horrores y de los monstruos reales que asoman en los noticiarios de la televisión. El género infantil de terror experimenta tal auge que hasta los editores de Walt Disney han tenido que sacar al mercado una colección terrorífica con las pesadillas de Mickey Mouse para hacer frente a la invasión mutante.

La ciencia-ficción está de moda por el tirón cinematográfico, y, además de los relatos de la saga de Lucas, en la feria se promociona una biografía de Philip K. Dick, un autor visionario situado en el otro extremo, el más intelectual y especulativo del género. La promoción se concreta en una práctica visera de cartón coronada por la portada del libro y el retrato del autor, dibujado por Robert Crumb. Philip K. Dick, que se preguntaba en el título de uno de sus más célebres relatos si los androides soñaban con ovejas eléctricas. Philip K. Dick, creador de los replicantes de Blade Runner, hubiera alucinado, una vez más, a la vista de este tocado veraniego y promocional con el que coronan sus testas sus no-lectores, pues los que lo son nunca hubieran profanado su memoria poniéndose el gorrito. Ni en sus peores pesadillas, y las tuvo, que ocuparon miles y miles de páginas hubiera soñado el profético autor norteamericano con un escenario semejante.

Tal vez los escritores firmantes, que hoy se derriten entre el calor de las masas y el azote de Febo, sueñen, entre rúbrica y rúbrica, con replicantes, androides o clones preparados para sustituirles en tan agotadores trances sin que su popularidad se resienta ni las ventas caigan.

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